El putazo que recibí en el culo cuando estallo la puerta Mariana me
hacía renquear. Toribio me mando a la enfermería de palacio nacional.
--Probablemente tiene una fractura en el coxis –dijo el médico--. No hay mucho que podamos hacer. Daré orden que tenga labores ligeras por una semana.
El caso es que lo que llama el ejército mexicano “labores ligeras” no
quiere decir que te la puedes pasar en un petate durmiendo todo el día. Me
asignaron de pinche de cocina y tenía que limpiar trastos y sacar basura.
También me asignaron llevarles la comida a Madero y los otros dos presos Estos
estaban entambados en un salón de palacio nacional.
Bien podría yo echarles un rollo de que tuve largas y enaltecedoras
conversaciones con el señor Madero durante su cautiverio. Pero el caso es que
ninguno de los presos estaba de humor para hablar con un triste soldado raso
pues era evidente que su vida pendía de un hilo. Un día, si, el señor Madero me
dirigió la palabra todo solicito.
--Tenga cuidado está muy llena.
Se refería a la bacinica que tenía que llevarme para vaciar.
Mientras tanto, Francisco Cárdenas había sido llamado a palacio nacional
para entrevistarse con Aureliano Blanquet y Mondragón.
--Mayor Cárdenas –dijo Blanquet—su incorporación al ejército ha sido
aprobada y ha recibido el ascenso a coronel.
--Gracias mi general.
--Viene usted muy bien recomendado –dijo Mondragón--. Me dicen que es
usted un hombre valiente y hábil. ¿Usted fue el que ajusticio a Santanón
verdad?
--Si mi general.
--Mire, tenemos una comisión muy importante para usted, algo que será un servicio vital para la nación.
--Usted ordene.
--¿Qué opina acerca del señor Madero?
Cárdenas suspiro. No podía contestar que los mandos del gobierno
actuaron a lo pendejo pues Huerta fue el que daba las órdenes. Cárdenas trato
de ser diplomático.
--Creo que la revolución era inevitable, mi general.
--Yo creo que el que se deshace de un Santanón se puede deshacer de un
Madero, ¿verdad? –dijo Mondragón.
Cárdenas palideció.
--Vamos, mayor –se rio Blanquet--, no creo que sería el primer cristiano
que usted despacha.
--Pos no, pero no de ese tamaño.
--Pos Madero está muy chaparro –se rio Mondragón.
--¿Quieren que lo fusile?
--No, mayor, eso requiere un juicio. No tiene caso ponerle más crema a
los tacos. Usted lo llevara a Lecumberri y una vez que llegue ahí lo
ajusticiara. Simulara que hubo un intento de liberar a Madero y Pino Suarez y
en la balacera les toco una bala perdida.
--¿No incluye a Ángeles?
--No. El general Ángeles es parte del viejo ejército. Perro no come perro.
--Señores, creo que mi disposición de servir a la patria no está en duda
–respondió Cárdenas--. Pero, con todo respeto, agradecería si la orden me la
diera directamente el general Huerta. Esto no es enchílame esta.
Los dos generales lo vieron con algo de desconcierto.
--Este bueno –finalmente dijo Mondragón--. Lo llevaremos con Huerta.
Y así fue como Cárdenas recibió la orden definitiva, de manos del mismo Victoriano Huerta.
Salía yo con los platos de la cena de los prisioneros cuando Cárdenas se presentó seguido de un piquete de soldados del 29. Yo lo reconocí de inmediato y trate de escabullirme. Hacía mucho que la imagen desnuda de la Grilla ya no me atormentaba. Tenía peores cosas de que preocuparme.
Desgraciadamente Cárdenas ha de haber sido como los perros. Creo que me
olio y medio reconoció como el chamaco que había levantado de leva en
Coscomatepec. Y nomas por cabrón y por atormentarme me incorporo a su piquete.
--¡Usted! ¡A ver, pinche gallito! Deje esos trastes y agarre un rifle y
sígame.
Sacaron a los presos y los llevaron a un patio del palacio. Alcance a
ver a Toribio y a Arévalo viendo la escena desde uno de los corredores. Me
reconocieron y solo sacudieron la cabeza como aconsejándome que no la cagar
porque no la contaría.
Madero y Pino Suarez fueron subidos cada uno a un auto. Cárdenas
acompaño a Madero. Yo me apachurre con otro soldado en el asiento de frente.
Salimos del palacio nacional Otro auto nos seguía.
No me atreví a preguntar a donde ibamos. Alcance a voltear a ver al
señor Madero. Este iba rezando quedamente y en sus manos tenía un rosario que
su madre le había dejado cuando lo visito. El hombre apestaba a la muerte. Esta
sería tan solo un trámite.
Llegamos a Lecumberri. Cárdenas saco a empujones y golpes a Madero. Yo y
el otro soldado nos bajamos y encañonamos a Madero. El auto que llevaba a Pino
Suarez también se había detenido.
--¡A ver hijo de la chingada!
Acto seguido Cárdenas le soltó un plomazo a Madero en la base del
cráneo. Yo estaba tan cerca que sali salpicado con la sangre y sesos de don
Pancho.
Mientras tanto Pino Suarez había sido bajado del otro auto por un
teniente de nombre Rafael Pimienta. Pero el caso es que el vicepresidente había
intuido que lo iban a asesinar y se agarró a correr.
--¡Tírenle puta madre! –grito Cárdenas.
Sin pensarlo yo levante mi rifle y dispare aunque afortunadamente no le
pegue. Tampoco lo hizo Pimienta o ninguno de los otros soldados. Créanme, es
diferente cuando se le tira a un cabrón cuyo nombre conoces y sabes quién es y
hasta le has vaciado sus bacinicas. En batalla solo vez unos cabrones que
también te quieren llenar de plomo y entonces no tienes remilgos en disparar.
Para su mala suerte, Pino Suarez se tropezó en una zanja y se rompió una
pierna.
Nos acercamos a donde estaba Pino Suarez tirado.
--¡Por favor! ¡No me tiren! ¡Juro irme de México y jamás volver!
--¡Tírale Pimienta! –ordeno Cárdenas.
--No –vacilo Pimienta--. Yo no le tiro a un caído.
Cárdenas me encaro. Pero mis manos temblaban y apenas podía sostener el
rifle.
--¡Estoy rodeado de pendejos! –grito Cárdenas.
Luego vacío su pistola en Pino Suarez.
Esa noche Cárdenas regreso borracho al cuarto donde vivía con la Grilla.
--¡Francisco! ¡Mira como vienes!
El hombre se arrodillo frente a la mujer.
--Viejita…viejita…escúchame.
--¡Válgame Dios! Mi madre tuvo que andar limpiando borracho y tú me
sales igual.
Cárdenas saco un saco rebosante con centenarios.
--Toma este dinero. Regrésate a Coscomatepec o a tu pueblo. Vete muy
lejos. Lo más lejos posible. No te quedes en esta ciudad maldita. Cuando mi
hijo nazca, dile que morí en Balderas. Por favor. Es más, cuando te pregunte mi
hijo por mí, inventa otro nombre, no uses el mío. ¿Entiendes?
--¡Francisco! Yo no iré a ningún lado sin ti. Te seguiré hasta el
infierno si es necesario.
--¡Ay viejita! ¡Yo ya estoy ahí!
Mientras tanto yo también vivía mi propio infierno. Lloraba a moco
tendido y Toribio y Arévalo trataban de consolarme.
--Mira, muchacho, tú no tuviste la culpa –dijo Toribio--. A nosotros nos
ordenan. Si me dan la orden de darle un plomazo a la virgen de Guadalupe
cortare cartucho y esperare la orden de abrir fuego.
--Neta que el problema es que fuiste testigo de los hechos –indico
Arévalo--. ¿Dices que Cárdenas te reconoció?
--Definitivamente sí Me dijo pinche gallito. Se acordó de cómo me
levanto en la leva.
--Carajos, Manuel, te vas a tener que hacer ojo de hormiga –me recomendó Toribio.
--¿Pero cómo?
--¿Cree que lo podríamos sacar de la ciudad, Sargento?
--Lo podemos vestir como vieja e integrarlo a las soldaderas. Esta rete chavo. No tiene ni pelos en la trompa. Haremos vaquita y te puedes pelar para tu pueblo.
--¿Te atreves, Manuel?
--Pos, esta güeno, ni modo.
Al amanecer Toribio y Arévalo iban a buscarme unas enaguas y una peluca
pero me temo que no se logró tal cosa. Y es que nos anunciaron que todos los
antiguos miembros de la guarnición del palacio, yo incluido, estábamos
incorporados al noveno regimiento. El golpe de estado y muerte de Madero había
causado alzamientos en todo el norte de la república. Y el noveno, cual carne
de cañón, era mandado al norte a combatir rebeldes en medio de esas
desolaciones.
Marchamos con nuestra impedimenta a la estación Buenavista. Una vez en
el andén el corazón me dio un vuelco.
--Mire sargento –le murmure a Toribio--, mire quien es el comandante del
noveno.
--Hijos muchacho, que bueno que no traes enaguas. Cámbiate a las filas
traseras. No quiero que te reconozca Cervantes y te use de mujer.
Buen día Sr. Quijano
ReplyDeleteEn espera del siguiente capitulo.
Susordenes.