Wednesday, November 27, 2013

I - Los Pinos

Villa y Zapata en palacio
El Último Tren

Parte Uno – Manuel

I Los Pinos – septiembre de 1968

“…Fui soldado de Francisco Villa

Aquel hombre de fama mundial
Y aunque estuvo sentado en la silla
No envidiaba la presidencial…”

La edecán era una niña joven. Pero a mis años el todo mundo parece apenas destetado.
--Señor general, el presidente lo recibirá ahora.

La seguí. Trate de caminar lo más derechito posible. No quería dar vergüenzas. Mi uniforme olía a naftalina. Ya no lo llenaba. Ahora soy puros huesos.
Aunque el guardia a la entrada del despacho me saludo, tenía una sonrisa burlona. Me le quede viendo fijamente. Pinche tenientito. Catrín. No hubiera durado ni un minuto ante los Yaquis, sobre todo cuando esos cabrones empezaban a tocar sus putas flautas y tamboriletes. El caso es que dilate tan solo una fracción en contestar su saludo. Se paró más derechito y se le quito la puta sonrisita. Solo entonces le regrese el saludo.

El presidente estaba en su despacho. Había dos secretarios de estado con él. Políticos. Falsos. Todos. Los conozco bien.  He matado a más de uno de ellos.  Lo hice sin remordimientos, como quien mata una cucaracha.  También he matado a hombres buenos, admirables, valientes.  Esos si me han dolido.
Salude según la ordenanza.  Pero mi saludo no fue al trompudo, no al hombre. Fue a la presidencia. Me quede en posición de firmes. Seguía saludando. Ellos me ignoraban.  Seguían discutiendo un asunto. Junto al presidente, un general le susurro algo en el oído al trompudo. La cara me era familiar. Tal vez mate a su padre.

--Mi general Pavón --finalmente dijo el presidente.
El hombre se paró de su silla y me saludo de mano. Los otros dos políticos se apresuraron a hacer lo mismo.

El presidente me ofreció una silla.
--He oído mucho de usted, Pavón. Aparece usted mucho en el Casasola.

--¡Yo pensaba que se había muerto! --dijo uno de los políticos riéndose.
Portaba guayabera. Era pelón. Lo reconocí.  Era el secretario de gobernación.

No dije nada. En la pared había una foto. Villa y Zapata en palacio. El centauro sentado en la silla presidencial. Se está riendo. Como diciendo: ¿pos a poco por esta chingadera se andan matando?  A su lado, Zapata esta serio, adusto. Es que ese día se había puesto bien borracho. Parecía zorrillo fumigado. Eufemio se lo llevo de ahí a dormir la mona.

Pero el centauro nunca tomaba. Siempre estaba en sus cinco. A la izquierda, detrás del gringo Reed, hay un jovencito. Yo. Era apenas un chamaco. Tal vez tendría 17 años.  Ya era hombrecito. Ya había matado. Todavía me falta morir. A mi lado está mi tío, Francisco, un criollo gordo y colorado, pintando canas, bigotazo, cananas, sombrero tejano.

--Es muy serio el general --dijo el otro político.  Portaba traje de Saville Row, corbata de seda, y un diamante en el pisa corbatas.  Su sonrisa era falsa.

--Estoy a sus órdenes, caballeros –les conteste.
Lo formalito lo aprendí de mi tío. Él saludaba a los oficiales pelones antes de fusilarlos. Y es que hay que hacer bien las cosas. No, no quería dar vergüenzas. Brígida me hubiera regañado.

--¡Ah que mi general! –Exclamo el de Chalchicomula--. Ud. tal vez sea de los últimos que sobreviven de aquella bola. Mire, le agradezco que se haya tomado el tiempo de venir.

--Como dije, señor presidente, estoy a sus órdenes.

--Pues sí, muchas gracias, decía...abreviemos, ¿es cierto lo de la leyenda de Bachimba?

--Es algo muy importante para el presidente --se apresuró a aclarar el político del diamante.

--¿Bachimba?
A mi mente vino la imagen de un breñal perdido en el desierto. Soledad. Una noche estrellada. Coyotes aullándole a la luna. Muertos picoteados por los zopilotes. Polvo. Un frio de la chingada.  La sonrisa descarnada de los muertos hacia parecer como que se burlaban de los vivos.
¿Qué le podía contar al hombre de Bachimba?  ¿Lo de la maquina loca que soltó Pascual Orozco?  ¿O tal vez como Pancho había tomado las alturas a base de huevos cuando Huerta uso a su gente como carne de cañón?  ¿Trucy Aubert y su caballería dando vueltas a lo pendejo en las cañadas?  ¿O como el general federal que fue derrotado –su nombre se me escapa—se había suicidado por haberle quedado mal al señor Madero?  Pero no, no sabía que más había que contar sobre Bachimba.

--¡Si mi general, Bachimba! --exploto el trompudo--. ¡Quesque Villa enterró ahí un tesoro fabuloso!
Había cierto tono de impaciencia en su voz. El general estaba ahora parado detrás del presidente. Me miraba. Fijamente. ¿Era asombro, respeto, o tal vez odio en su mirar? No sabía cuál. Sí, yo creo que mate a su padre. Quien quita y me iba a vaciar la pistola. Yo hubiera hecho eso si hubiera matado a mi padre. ¡Cabrón! Mi mano se fue a mi cadera. Estaba desarmado.
--Según esto era mil barras de oro puro de la American Smelting Company de Durango –explico el político del pisa corbata de diamante--.  Es un tesoro fabuloso que bien equivaldría al presupuesto nacional por un par de años.
--¡Podríamos emitir nueva deuda con el aval de tanto oro!  ¡Los mercados reaccionarían favorablemente!

--¡Bachimba, carajo! ¡Dígamelo todo cabrón! --exclamo el trompudo con enojo.
Me le quede mirando. Si, conozco donde hay un tesoro.  Sacudí mi cabeza. ¿Qué dirían los de la hermandad blanca si revelara su secreto? Si no se lo dije a Plutarco, menos a este presidente.

--¡Este infeliz ya está chocheando! --dijo el de la guayabera.
--¿Bachimba? ¿Quiere saber sobre Bachimba? –balbucee--.  El general se dio un plomazo en la sien.  Pensaba que Orozco se había comido vivo a Trucy Aubert.  Pero pos no, el gordo reapareció dos días después.
No pude evitarlo. Algo de baba se cayó de mi boca.

--Señor general --dijo el militar que estaba detrás del presidente--. Por favor dígale al presidente lo que sabe.

--¿Lo que se?  Pos sí, yo lo vide todo.  Y fue en buena lid, mi general --le respondí.
No tenía miedo de morir. Y después de todo yo lo había hecho huérfano. Pero creo que había que aclarar ciertas cosas.
--Yo vide como murió su apa –le explique--. Venia montado al frente de unos Yaquis. Yo lo vide caer. Murió luego luego. No sufrió.  Su apa era muy hombre. Lo cocimos a balazos. Venia sobre una yegua azabache rete chula y la tomamos.  Fierro se quedó con ella pero luego se metió a la laguna esa y el animal se le encabrito y él se ahogó ahí. Pero su apa se murió dándonos la cara. Pero si quiere desquitarse, pos estoy a sus órdenes.

--¿Y ora de que chingaos habla este pendejo? --dijo el presidente.

--No tiene caso señor presidente --dijo el de la guayabera--.  Este infeliz ya está senil.

El trompudo le hizo una señal al general. Este me tomo del brazo y me ayudo a levantarme de la silla. Me olí a mí mismo. ¡Me había meado! Brígida me va a regañar. ¿Quién diablos se mea en el despacho del presidente?
--¿Me van a fusilar? --le pregunte al militar.
Si, seguro ese coronel obregonista que habíamos venadeado había sido su padre. Tenía el mismo tipo, toscote y grandote.

--Vengase conmigo mi general --dijo el militar en voz callada.

--¡Pos órale! ¡Ya viví bastante!  --Desgraciadamente no tenía ni un triste peso en la bolsa. ¿Qué les iba a poder dar a los muchachos del pelotón? ¡Me van a apuntar a los huevos!

Ya fuera del despacho el militar me encaro.
--Acerca de Bachimba...no le quiso decir, ¿verdad?

--¿Pos que le iba a decir?  No tengo nada que decirle.

--¿Es cierto que Plutarco lo torturo?

Asentí con la cabeza. No tenía que añadir que no, no hable, no le había dicho tampoco a Plutarco. El militar lo sabía. Me saludo. Correctamente. Le conteste el saludo. Correctamente.
Busque adonde me iban a ajusticiar. ¿Sera bajo ese hermoso ahuehuete? ¡Sería una honra! ¡Brígida! ¡Ahí te caigo!

Para mi sorpresa no me llevaron al paredón. La edecán me tomo del brazo y me llevo adonde esperaba la limusina que me había traído a Los Pinos. Sentí cierta desilusión. Morir fusilado seria lo correcto. Tal vez así expiaría mis pecados.

Brígida me esperaba junto a la limusina. Estaba fumando un cigarro de palma. Me vio y me sonrió. Brígida tiene veinticinco años. Siempre los tendrá. Nunca ha envejecido. Iba vestida con su rebozo, sus enaguas, un sombrerote, y portaba una carabina 30-30 en la espalda. Esto en terrenos de la casa presidencial. Debo aclarar que yo soy el único que ve a Brígida. ¿Y por qué no? Es mi mujer.

--¿Te measte Pavón?


Brígida soltó la carcajada. Nunca me dice Manuel. Siempre me llama Pavón. La dentadura era perfecta. Brígida también está en el Casasola. Había llegado el tren a Torreón. Le tomaron la foto cuando se bajaba del vagón. Mira a su izquierda. La mirada es feroz. Éramos el último tren. Iba a estar cabrón encontrar algo de comer. Pero esa noche regreso con una gallina y unas tortillas viejas. Una cena de reyes, en otras palabras. Fue un milagro. Bueno, realmente no. Brígida era bien cabrona.

Me subieron a la limusina. El chofer puso una toalla en el asiento. No sentí vergüenza. Ya me vale todo. La vejez, he descubierto, es una seria de humillaciones que solo se acaban cuando llega la parca. Luego te pudres pero ya te vale madre. Brígida se sentó a mi lado, se quitó los huaraches, y puso sus pies pequeños, de niña, en mi regazo y se los empecé a sobar.


--Ya estoy harto, vieja. Para que quiero seguir viviendo. ¿Ya llévame no?

El chofer me dirigió la mirada a través del retrovisor.  Según él yo estaba hablando solo.  Suelen decir que estoy senil o loco.  Si es así lo prefiero a estar en mis cinco.

Brígida le dio una chupada a su cigarro.
--Veremos, Pavón. Duérmete por ahorita.

--¿Para qué chingaos le sigo? –insistí--.  Ya solo doy vergüenzas.

--Son ordenes de la superiorida'.
Sentí como su mano tibia y amorosa me cerraba los ojos. El sueño me gano.

Tuesday, November 26, 2013

II - La Grilla

Francisco Cardenas
II.     La Grilla

Coscomatepec, Veracruz – noviembre de 1910

Mis huaraches pisaban el empedrado de piedra volcánica de la calle principal del pueblo. Mis pies eran los de un chamaco. Acaso tendría quince años. Me sentía ligerito, lleno de vida. Coscomatepec se asienta como un nacimiento al pie del majestuoso pico de Orizaba. El pueblo era frio y siempre brumoso. La cima del volcán se divisaba surgiendo entre las nubes.

--Abraham dice que ya lo hizo --dijo una voz a mi lado.

Reconocí a mi primo Jaime. Al morir mis padres en un accidente ferroviario mi tío Francisco, el maestro de la localidad, me había recogido. Jaime era su hijo y habíamos crecido juntos como hermanos, aunque yo le llevaba un año de edad. Jaime estaba en esa edad entre hombre y niño con voz de gallo que está aprendiendo a cantar. Mi voz había cambiado unos meses antes y yo había empezado a dar mi “estirón”.

Tanto Jaime como yo andábamos desesperados tratando de ver la manera de perder nuestra virginidad. En nuestra ingenuidad pensábamos que solo conociendo mujer nos convertiríamos completamente en hombres. Y por supuesto andábamos rete jariosos a esa edad. El tal Abraham era otro chavito de nuestra escuela, donde mi tío, egresado de la normal de Xalapa, nos daba instrucción secundaria.

--¿Y tú le crees a ese cabrón? A menos que sea con una borrega no creo que haya sido con una mujer.

Jaime se rio.


--Bueno, siempre podemos ir con la Grilla.

La Grilla era una infeliz prostituta que solía frecuentar los mesones de los arrieros y las cantinuchas del pueblo. Así le decían porque andaba saltando de palo en palo. Si acaso alguna vez había sido guapita todo eso ya se había perdido hace años. Había cambiado su belleza por los tristes cobres que le daban los rancheros.

--Mi tío, tu papá, nunca nos daría dinero para ir con la Grilla. Además de que sabe Dios qué enfermedades nos pegaría.

Jaime suspiró.


--No se ve enferma. Y no está tan fea.

Jalé a Jaime a la orilla del camino. Adelante se veía una figura femenina que caminaba entre los cafetos.

--Hablando del diablo, mira quien va allá.

--¡Es la Grilla! --exclamó Jaime.

--Va a bañarse, vente, yo sé dónde se puede espiar.

Eso hicimos en efecto. La Grilla se había quitado sus trapos y se bañaba sin preocupación en el arroyo. Tanto Jaime como yo la contemplábamos con ojos desorbitados de entre la maleza.  Las hormonas hervían en nuestras venas.

--Está muy peluda --observó Jaime.

--Es que es medio gachupina --le expliqué.
Yo la observaba embelesado. Tal vez la cara de la mujer mostraba los estragos de su vida pero sus carnes todavía valían la pena observar desnudas. Para mí la mujer era Isis, Afrodita, y Ashtarte todas en una.

--¡Aguas! --exclamó Jaime--.  Se acerca un jinete.

En efecto, montado en un brioso alazán y siguiendo el curso del arroyo se apareció un jinete. Este portaba un traje de charro negro, muy bonito, con botones de plata y un amplio sombrero.

--Es Francisco Cárdenas, el rural. Es de los de la acordada --dije reconociéndolo.

La acordada eran las partidas de rurales que Porfirio Díaz había creado para perseguir a los bandidos y abigeos.  Eran crueles e implacables.  Y Francisco Cárdenas tenía fama de ser el más cabrón.  Los rurales de Cárdenas habían perseguido al bandido y magonista Santanón por todo sotavento.  Al final lo acorralaron por Cosamaloapan y lo mataron sin misericordia.
Algún día Cárdenas asesinaría a Madero detrás de la cárcel de Lecumberri y como premio Huerta lo haría general.  Y sí, yo estaría ahí también.  Pero en diciembre de 1910 todo eso nos lo ocultaba el destino.
--Es todo un hijoeputa --añadió Jaime.

La Grilla también se dio cuenta del jinete. Se volteo y se cubrió los pechos. La sonrisa que le dio al rural lo decía todo.

--Ya te extrañaba, mi Grilla --dijo el rural, apeándose del caballo.

Luego, tomo a la mujer desnuda y la abrazó y la beso.

--¡Cómo se atreve ese hijo de la gran puta! --gemí indignado. La Grilla me pertenecía. Yo me había enamorado de ella.

--¡Cállate, pendejo! --alcanzó a decir mi primo--. A la mejor cogen aquí mismo.

En mi desesperación trate de encontrar un palo o una roca, algo con lo que pudiera enfrentarme al rural y su pistolón.

--Te necesito, cabrona --le dijo Cárdenas a la Grilla--. Mañana salgo para el norte.
--¿Vas a combatir a los maderistas?
--Si, son órdenes.
Se quitó el sombrero y se puso a zafarse el cinturón.

--Espérate tantito, Francisco --contestó la mujer.
Se volteo hacia donde nos escondíamos.
--¡Órale pinches chamacos! ¡Lárguense a su casa!

Salimos huyendo perseguidos por las risas de la pareja.

Monday, November 25, 2013

III - El Maestro

Praxedis Guerrero
III.    El Maestro
Mi tía, Mercedes, era una mujer buena y muy religiosa.  Mi tío, Francisco, siendo uno de los maestros del pueblo, era una persona muy prominente y bien conocida.  Éramos entonces de las familias acomodadas de Coscomatepec.  Vivíamos en las afueras del pueblo en una finca cómoda, con amplias recamaras, un gallinero, milpa, y un potrero.
Mis tíos nunca se habían casado por la iglesia.  Se habían casado por lo civil pues mi tío era un furibundo comecuras y se rehusaba a entrar a una parroquia.  El no haberse casado “ante Dios” había sido, a través de los años, fuente de fricción entre la pareja.  Aunque mi tío nunca pensaría siquiera en serle infiel a su esposa ella, muy devota como había dicho, siempre pensaba que estaban viviendo en el pecado y que el suyo no era matrimonio valido si solo se efectuaba bajo las leyes de Juárez.  Peor, su familia pensaba igual y habían cortado a mi pobre tía de todo contacto con ellos.  Todo su amor, todo su mundo, revolvía entonces alrededor de mi tío.  Este reconocía su sacrificio y la amaba con devoción y mostrándole mucha, pero mucha, paciencia.
Tenía mi tío un compadre, don Abundio, que era el jefe político del pueblo.  En las tardes siempre se juntaban los compadres y otros invitados a jugar dominó en el corredor de nuestra casona.  Ahí se componía el mundo, cosa que he notado que es muy del gusto de los viejos que ya no lo pueden remediar después de joderlo en sus años mozos.  Yo haría tal pero nunca tuve amigos que me inviten a jugar domino.
Inevitablemente llego el momento en que mi tío, con sus tendencias “liberales”, se entusiasmó con los escritos de los magonistas, específicamente los de Praxedis Guerrero.
--Mire compadre –le decía mi tío a don Abundio--, le leeré esto a ver que piensa.
“Para evolucionar es preciso ser libre y no podemos tener libertad si no somos rebeldes, porque nunca tirano alguno ha respetado a los pueblos pasivos; jamás un rebaño de carneros se ha impuesto con la majestad de su número inofensivo, al lobo que bonitamente los devora sin cuidarse de otro derecho que el de sus dientes…”
Don Abundio suspiro y se sirvió otro trago de sotol.  Tan solo sacudió la cabeza.
--Espérese compadre –continuo mi tío--, hay más.
“¡A nosotros los flagelados, los humillados, los vendidos, los proscriptos en nuestro mismo país, corresponde la vindicación de nuestro honor! ¡Guay de nosotros si el miedo detiene nuestro brazo! ¡Eterna maldición para el cobarde; para el que falto de patriotismo reniegue de un pasado glorioso! ¡Borremos del suelo patrio la palabra tiranía y coloquemos esta otra sobre la que descansa la única paz aceptable para los hombres: JUSTICIA!”
--Eso es cosa del diablo –dijo mi tía trayéndoles unas botanas.
--No mujer, Praxedis también tiene para ti.  Escucha.
“Otro enemigo no menos terrible tiene la mujer: las costumbres establecidas; esas venerables costumbres de nuestros mayores, siempre rotas por el progreso y siempre anudadas de nuevo por el conservadurismo. La mujer no puede ser mujer, no puede amar cuando ama, no puede vivir como la libre compañera del hombre, porque las costumbres se oponen, porque una violación a ellas trae el desprecio y la befa, y el insulto y la maldición. La costumbre ha santificado su esclavitud, su eterna minoría de edad, y debe seguir siendo esclava y pupila por respeto a las costumbres, sin acordarse que costumbres sagradas de nuestros antepasados lo fueron el canibalismo, los sacrificios humanos en los altares del dios Huitzilopochtli, la quema de niños y de viudas, la horadación de las narices y los labios, la adoración de lagartos, de becerros y de elefantes. Costumbres santas de ayer son crímenes o pueriles necedades de hoy. ¿A qué, pues, tal respeto y acatamiento a las costumbres que impiden la emancipación de la mujer?...”
Mi tía se persigno y se fue sin decir palabra.  Don Abundio prendió un puro y empezó a fumar como locomotora.
--Ay, compadre, pos si suena bonito.  Pero ya sabe usted como son los políticos.  Le aseguro que en cuanto llegara ese fulano Praxedis no sé qué al poder luego luego se ponen a robar.
--México ya no puede seguir como esta.  Don Porfirio le está entregando el país a los extranjeros, compadre.  Y compadre, el nombre de este fulano es Praxedis Guerrero.  Es poeta.  No puedo creer que un hombre que escribe así, dando tanta evidencia de su amor a la patria, podría convertirse en un ladrón.
Don Abundio suspiro.  Tenía años en los medios políticos del porfiriato, donde el más manco era malabarista.
--Jijos, compadre, acuérdese que soy el jefe político.  He encarcelado a otros por decir menos.
--¿Me va a mandar a San Juan de Ulúa, compadre?
--No diga eso compadre.  Usted sabe bien que nunca haría nada contra usted.  Pero no respondo si el gobierno manda rurales a arrestarlo.  Por favor, no ande de alborotador, se lo suplico.  Hay orden de arresto contra ese Praxedis Guerrero.  Pero en realidad significa que en cuanto lo identifiquen los rurales le darán la ley fuga.  Se está usted involucrando con gente peligrosa, que no oye razón, vamos, anarquistas, gente sin Dios.  Se lo digo de buena fe y porque me precio de ser su amigo.
Unos días después, viendo que la “fiebre” le crecía en mi tío, don Abundio y mi tía actuaron.  Decidieron que, como al Quijote lo trastornaron los libros de caballería, los escritos “libertarios” esos habían trastornado a mi tío y había que erradicarlos.  Una tarde que regreso a su casa encontró que habían quemado sus libros marxistas y sus copias de Regeneración.  Hubo un disgusto tremendo pero, ante las lágrimas de su mujer y las suplicas de su compadre, mi tío trato de moderarse. 
En realidad, lo que mi tío hizo fue establecer contacto con las células magonistas en Xalapa.  Siempre podía encontrar pretexto, pensó mi tío, para ir a Xalapa.  Era cuestión de alquilar una mula y caminar todo el día hasta Coatepec.  De ahí se tomaba el ramal de vía angosta que lo llevaba a uno hasta la capital del estado.
Y así fue que un día mi tío se encontró en un salón de una casona xalapeña propiedad de un cura jesuita de origen alemán que tenía ideas “liberales”.  Junto con mi tío estaban otras dos docenas de personas, magonistas o simpatizantes, esperando la llegada del autor de los escritos que lo habían “vuelto loco” (según mi tía): Praxedis Guerrero.
Afuera estaba ya pardeando la tarde y caía el chipi-chipi típico de Xalapa.  Dos militantes se reguarnecían en el dintel de la puerta de la casona.  En las bolsas de sus chamarras traían unas pistolas herrumbrosas.  Su misión era dar la alerta si se presentaba la policía porfirista.
El organizador llamo el mitin al orden.
--El compañero Praxedis debe de haber llegado hace unos minutos en el tren de Perote.  Si no hay contratiempos pronto lo veremos aquí.
--Señor presidente –dijo uno de los asistentes levantando la mano--, con su venia por favor.
--Diga usted compañero.
El hombre se incorporó.
--Para nadie es secreto que estamos aquí ni la mitad de los asistentes a la junta previa –explico el hombre--.  Hace dos días Madero estuvo aquí en Xalapa como parte de su gira electoral.  Me reportan que lleno la plaza Juárez y estoy seguro que muchos de los compañeros que hoy no han asistido estuvieron ahí.
--O sea –interrumpió el presidente--, usted compañero cree que nos han desertado para incorporarse al maderismo, probablemente viendo a ver que hueso pueden agarrar en caso de que Madero gane.
--Muy probablemente, señor presidente.  Por mi parte, yo prefiero quedarme solo que mal acompañado.  Solo siendo un iluso, por no decir pendejo, se puede pensar que el viejo buitre permitiría un triunfo de Madero.  Además, ¡nosotros no estamos aquí por hueso sino por México!
Al decir lo último varios de los asistentes aplaudieron, incluyendo mi tío.
--¡Madero es un pinche burguesito y hacendado! –se oyó a alguien gritar.
--¿Y qué con eso? ¡Yo soy hijo de hacendados y sí, soy un burgués!  –contesto una voz poderosa al fondo de la sala.
Los asistentes voltearon.  Un hombre alto, de finas facciones, y delgado le entregaba su bombín, capa pasamontañas, y un bastón con mango de plata a uno de los militantes que había estado de guardia en la puerta.  Vestía a la inglesa, con un traje de tweed de tres piezas y una pesada cadena de plata indicaba donde traía su reloj.  Produjo una boquilla de oro y prendió un cigarro inglés.  El hombre sonrió y se dirigió al pódium
--Si, el compañero tiene toda la razón.  Madero es un hacendado y un burgués.  Pero, ¿vamos a echarle en cara a los hermanos Graco el haber nacido nobles?  ¿O a Danton y Robespierre lo mismo?  Créanme, tengo muchas diferencias con Madero pero echarle en cara su origen ciertamente no es algo que podría hacer su servidor.  Por otra parte, confieso que es conveniente vestir estos trapos de catrín y actuar como el déspota hijo de hacendado que alguna vez fui.  Y es que ninguna chota, ningún policía, se atreve a hablarme golpeado o a faltarme al respeto.  ¡Hasta se me cuadran los desgraciados!  Y eso, compañeros, es algo que queremos que cambie en México.  ¡Que los policías sean déspotas y barbajanes no solo con el pueblo sino hasta con los potentados!  ¡El día que la chota en México madreé parejo entonces finalmente habrá democracia! –concluyo el hombre riéndose.
--Compañeros, hete aquí a don Praxedis Guerrero –dijo el presidente indicando al orador.
Los aplausos arreciaron.  Guerrero estrechaba manos y repartía abrazos.  Guerrero se subió al podio y produjo unos papeles.  Vio al presidente y este indico que por favor continuara.
A continuación Guerrero hizo una breve –afortunadamente tenía el poeta el raro don de la brevedad—reseña de como el movimiento magonista había participado tanto en los levantamientos (fallidos) de Acayucan y Madera y había estado muy activo durante las huelgas de Rio Blanco.
--Pero ahora ustedes, con justicia, se preguntan ¿y qué hacemos con Madero?  Este nunca menciono ni ha mencionado hasta ahora las reivindicaciones obreras por las que nuestros mártires en Rio Blanco derramaron su sangre.  Es un secreto abierto que el gobernador Dehesa aquí en Veracruz simpatiza con Madero.  ¿Y acaso no hacen los maderistas sus mítines a cielo abierto, a la sombra incluso del palacio de gobierno, sin que la policía porfirista los reprima?  ¿Se han preguntado ustedes, compañeros, por qué razón Madero opera abiertamente mientras que nosotros andamos a salto de mata?
Hubo murmullos entre los asistentes.  Guerrero sonrió.  El presidente le paso un vaso de limonada.
--La razón, compañeros, es que aparte de tener hueso en el gobierno, la segunda profesión más lucrativa en México es ser “oposición”. 
--¡Compañero Guerrero, con su venia! –exclamo uno de los asistentes parándose.
--Diga usted, compañero.
--¿Acaso quiere usted decir que Madero está siendo pagado por el regimen?
--Oh no, compañero.  Después de todo Madero no necesita dinero.  Pertenece a la tercera familia más rica de México, después de los igual hacendados Terrazas y Creel.  No, Madero no haría esto por dinero.  Hay algo de vanidad y narcisismo en sus motivos.  Es un “niño bien” igual que yo lo fui cuando crecí en la hacienda de mi padre en Guanajuato.  Así pues, Madero está acostumbrado a que el mundo orbite a su alrededor.  Lo que quiero decir es que en ese sentido, el régimen lo encuentra de mucha utilidad.  Al permitirlo operar encausa el descontento hacia la inútil vía electoral.  Da a los mexicanos y al mundo la ilusión de que somos una democracia.  No tengo duda que el régimen le hará a Madero un ofrecimiento después de que impongan otra vez a Díaz o a algún otro instrumento de los plutócratas en la presidencia.  Tal vez le darán reconocimiento pleno a su partido.  Y eso recompensara la vanidad de Madero y así el régimen podrá seguir perpetuándose en el poder per secula seculorum.  De aquí a cien años es bien posible que a México lo gobiernen todavía los descendientes espirituales de los científicos.
--Pero –insistió el hombre-- ¿y si Madero llama a la revolución, nos unimos a él?
--Vamos punto por punto, compañero.  He discutido esto arduamente con los Flores Magon allá en San Antonio.  Ninguno de ellos cree que Madero tomara tal paso.  Yo en cambio sí creo que lo hará.  Y será un error, por supuesto, tal vez hasta fatal para su persona.  ¿Por qué?  Pues porque el hombre tiene mucho de iluso.  Tal vez si tenga buenas intenciones pero me temo que no oye consejo.  Ese será su gran error.  Aun si logra derrocar a la cabeza visible del régimen, el buitre viejo, don Porfirio, los magnates nunca se lo perdonarían ni le permitirían gobernar.  Y Madero es demasiado torpe y terco para forzarlos a que lo obedezcan.  Pero para contestar directamente a su pregunta, compañero, si Madero se lanza a la revolución hemos decidido que aprovecharemos la coyuntura e iniciaremos nuestra propia lucha en paralelo.  No, no lo apoyaremos más que en la medida que ayuda a distraer a los federales y nos permitirá operar.  No, no tiene caso apoyarlo.  Madero nunca hará una revolución verdadera.  Y aun si lo intentara, fracas aria.
--¿Qué instrucciones nos trajo entonces desde San Antonio compañero Praxedis? –pregunto el presidente.
--Dejar que Madero sigan hablando.  Ha puesto al pueblo a pensar, aun si es darles ilusiones estúpidas.  La desilusión final será en nuestro beneficio.  Aticemos en paralelo el descontento de la población.  El pueblo sufre injurias y vejaciones constantes.  Se le entrega la riqueza nacional a los extranjeros.  La clase política es corrupta, apátrida, y estúpida.  Desprecian al pueblo mexicano.  Y los plutócratas siguen insistiendo en mantener en la presidencia a un ridículo anciano senil.  Es imposible que semejante situación dure para siempre.  Por nuestra parte, hagamos acopio de armas.  Consolidemos nuestras filas.  No se arriesguen para nada.  Pronto sonara la hora de la rebelión.  Y entonces el régimen temblara.   

Sunday, November 24, 2013

IV - El Chenchito


IV      El Chenchito

Años después, en el camino a Agua Prieta (que Pancho le iba a intentar quitar a Plutarco) mi tío me relato las sensaciones que había tenido al conocer a Praxedis Guerrero.

--Válgame Dios, Manuel.  Praxedis era un hombre extraordinario.  Imagínate a un cabrón que es culto, patriota, poeta, valiente, e inteligente.  ¡Lástima que murió!  Tenía toda la madera para ser presidente.  Hubiera sido como tener a un Marco Aurelio en la silla en lugar de tanto pendejo ambicioso y culo pronto con los gringos.
--Pos tal parece que lo mejorcito de México se ha muerto en la bola, tío –le respondí--.  Yo creo que solo quedaremos los más pendejos y coyones.  Si no triunfamos en Agua Prieta los que quedan no tendrán los huevos para volver a alzarse en armas
--En eso tienes razón.  Pero espérate, te contare lo que paso en la junta con Praxedis.  El problema fue que de pronto me sentí incómodo.  Ni me despedí.  Eran mis instintos, Manuel.  Ahí había gente del gobierno y nos iban a traicionar.
--¡Jijos!  Ahora entiendo lo que nos pasó después.
--En efecto, Manuel.  Mira, confía en tus instintos.  El soldado que no hace tal no llega a viejo.
Yo resulte, como he admitido, muy pendejo, y poco caso hice.  Si sobreviví la bola y llegue a viejo fue por milagro.  Además, nunca he entendido por que chingaos si las animas te quieren advertir de algo no te hablan claro: “escucha pendejo, el fulano tuerto sentado al fondo es espía del gobierno” o algo así.  No fue sino hasta que el fantasma de Brígida me empezó a hablar que finalmente tuve un ángel de la guardia.  Y afortunadamente ella nunca ha tenido pelos en la lengua.
El caso es que yo y Jaime regresamos todos alborotados del incidente con la Grilla y el rural Francisco Cárdenas.  Por mi mente pasaban toda clase de pensamientos febriles.  La figura desnuda de la mujer me atormentaba.  Si, sentía celos y odio contra el rural.  Quería, si, matarlo.  El problema era que no tenía como matar al cabrón.
Pero en cuanto llegue a la casa tuve una sensación o premonición.  Por supuesto, no le hice caso aunque si me afecto mucho el ánimo.  Eran los “instintos” de que hablaba mi tío.  Por lo que toca a mi primo Jaime, él se fue rápidamente detrás del gallinero, a hacer lo que cualquier adolescente haría si tuviera grabada en su mente la imagen de una mujer desnuda de muy buenas curvas.
--¿Y qué chingaos se traen esos cabrones? –pregunto mi tío viéndonos evitar verlo.
Mi tía tenía algo de bruja.  
--Se han de haber metido en una bronca –se rio mientras preparaba la cena--.  Ya ves que siempre andan de vagos después de que salen de la escuela.  Los he intentado llevar conmigo al rosario pero me temo que son igual de ateos que tú.
Si, la imagen desnuda de la Grilla me atormentaba.  Pero no fui detrás del gallinero como Jaime.  Me acurruque en mi cama y un miedo inexplicable me embargo.  ¿A quién o a qué?  Eso me preguntaba sin éxito.  ¿Acaso Cárdenas iba a venir tras de mí?  ¿Sabía que era su rival y que le podía quitar a la Grilla?
Me incorpore y busque en un cajón donde había una botella de sotol y empecé a tomar mientras mil planes se formaban en mi cabeza de cómo iba a matar al rural.  Y si, entre más lenta y dolorosa fuera su muerte más atractivo me parecía el plan.
Mientras yo me estaba embruteciendo, Jacinto, el viejo peón que nos ayudaba en la casa, vino a avisar que “buscan al maestro Francisco”.
Ya había anochecido.  Mi tío maldijo pues se disponía a comer su cena.  Jacinto apunto al camino donde había dos sombrerudos.  Uno era alto y el otro era chaparro.  Ambos vestían calzón blanco y huaraches como cualquier otro peón.
--¿Qué se les ofrece señores? –pregunto el alto.
--¿Usted es el maestro Francisco Pavón?
--Si.  ¿Y qué?  ¿Quiénes son ustedes?
El alto se quitó el sombrero.
--Mi nombre es…bueno, no importa.
--Yo no trato con la gente de esa manera –dijo mi tío hoscamente--.  Díganme que buscan o si no, mejor váyanse.  Tengo peones que me son leales.
Mi tío mentía.  El infeliz de Jacinto era nuestro único peón y ya era más viejo que Matusalén y la zopilotada ya le andaba rondando.
El hombre hizo un ademan con su mano.  Era una manera de identificarse entre los masones.  (No me pregunten que chingaos era.  Si yo fuera masón y le dijera estaría cometiendo traición y me matarían, según dicen que pasa. No, no soy masón y estoy relatando lo que luego me conto mi tío –el si era masón, de hueso colorado-- y no, no me dijo que chingaos seña había hecho el hombre para identificarse.)
--Entiendo –dijo calladamente mi tío--. ¿Qué requieren hermanos?
--Si puede darnos algo de dinero y comida se lo agradeceremos, hermano.  Además, venimos a advertirle.  Ha llegado orden a la comandancia de arrestarlo.  En cualquier momento vienen los rurales.  Nosotros también andamos a salto de mata.  Venimos de Pajapan.  Somos gente de Praxedis.
--Espérenme aquí por favor.  Si viene la tropa se juyen al monte.
Mi tío regreso violentamente a la casa.  Temblaba.  El timbre de su voz era trémulo.  Yo salí de mi recamara y observe lo que paso a continuación (Jaime seguía jalándosela detrás del gallinero).
--Mercedes, me tengo que ir.
--¡Santo Dios!  ¿De qué hablas Francisco?
--Vienen los rurales a levantarme.  No puedo dilatar.  Escucha, debajo de la piedra junto al pozo hay una caja. Tiene diez centenarios.  Son lo que he juntado y me heredo mi padre.  Úsalos.
Mi tía dio un grito desgarrador y se dejó caer en el sofá hecha un mar de lágrimas.
Mi tío mientras junto un machete y una víbora (cinturón con un compartimento para llevar monedas) con dinero y se caló sus botas y su sombrero.
--¡Te dije que no te juntaras con esos ateos!  ¡Francisco!  --lloraba mi tía.
Mi tío me puso mi mano en mi hombro.  No sé si olio mi aliento alcohólico pero no dijo nada.
--Explícale a Jaime.  Los quiero a los dos.  Ahora ustedes tienen que portarse hombrecitos.  Cuiden a su tía.
Luego mi tío levanto a su esposa y le dio un beso rápido. 
--¡Francisco!  ¡No te vayas!
--¡Si me quedo me mandaran a podrir a Valle Nacional!  ¡Si es que no me dan la ley fuga antes!
Mi tía le alcanzo a poner un escapulario de San Martin de Porres “para que el negrito lo protegiera”.
Como acto final mi tío junto la cena desordenadamente en un morral y salió corriendo de la casa.
--¿Viene con nosotros? –pregunto el alto.
--Si.  Me temo que esto es todo lo que logre juntar de comida por la prisa.
--Oiga, maestro, ¿y que si somos del gobierno? –pregunto el chaparro.
--No lo son, y el hecho que hagan esa pregunta me lo confirma.
--¿Para donde nos vamos maestro?  ¿A la sierra?
--Si, a oriente.  De ahí buscaremos irnos al norte.  Vamos a buscar a Praxedis.
La voz de mi tío ya no era trémula ni dudaba.  Tenía tal don de mando que los dos desconocidos no dudaron en seguirlo.
Una hora después llego la partida de rurales.  Iban acompañados de don Abundio.
--Comadre, le he estado explicando al señor comandante que ha habido un malentendido.
--¡Que malentendido ni una chingada! –rugió Francisco Cárdenas--. ¿Dónde está el maestro Pavón?
--Mi marido fue en una comisión a Orizaba –mintió mi tía con una sangre fría asombrosa--.  ¿Y quién se cree usted para meterse con su gente y armados y hablando barbajanerias en mi casa?
Cárdenas no dijo nada y le hizo una señal a sus hombres que entraron a las recamaras.
Fue entonces que yo aparecí.  Me había armado con un machete viejo que encontré.  También casi me había acabado la botella de sotol.  No estaba en mis cinco.  Y ahora, ante mi estaba mi némesis, mi enemigo, mi rival por el amor de la Grilla.
--¡Muérete hijo de la chingada! –jure entrando a la sala blandiendo el machete.
Mi tía grito espantada.  Yo me abalance sobre el rural.  Este detuvo mi brazo y me lanzo como un muñeco contra la pared.
--¿Y este pinche gallito de dónde salió? –grito Cárdenas.  
En sus manos estaba un pistolón, tal vez el mismo con que le había volado la tapa de los sesos a Santanón y que luego usaría para ajusticiar a Madero.  Ahora lo tenía yo contra mi frente.
--¡Por favor!  ¡Mi cabo!  ¡No haga una barbaridad! –grito don Abundio--. Es solo un chamaco pendejo.  ¡Ha de estar mariguano!
--¡Aquí esta otro pendejo!  --dijo uno de los rurales dándole una patada a Jaime.
No sé si las palabras de don Abundio sirvieron o tal vez Cárdenas pensó que no valía yo un plomazo (el gobierno les pedía cuentas por cada bala que usaban).  El caso es que dejo de encañonarme y me dio una patada en los huevos que me dolio horriblemente.
--¿Es todo?  ¿Y el maestro no está?
--¡Que ya le dije que mi marido no está aquí! –exclamo mi tía--.  ¡Don Abundio!  ¡Saque a este desgraciado de mi casa o iré personalmente a Xalapa a hablar con el gobernador Dehesa que es amigo de mi familia!
Válgame Dios, mi tía tenía tremendos ovarios.  Y hubiera sido una tremenda jugadora de póker pues blofeaba.  Su familia si, conocía al gobernador Dehesa, pero, como explique, la habían desconocido de que se casó con el ateo de mi tío.  Sera el sereno pero mi tío no se había equivocado al unirse con esa hembra.
--Mi cabo, yo creo que no tiene caso seguir aquí –dijo don Abundio.
Yo mientras me retorcía de dolor por la patada en mis huevos.  Cárdenas gruño.  Tal vez la mención del gobernador le había dado que dudar.  Pero acto seguido se tropezó con el machete que yo había usado para intentar matarlo.
--Debería capar a ese pinche chamaco para que no deje crías –dijo Cárdenas con voz burlona.  El rural pasó su dedo por el filo del machete para calarlo.  Este casi no tenía filo.
--¡Por favor mi cabo! –Exclamo don Abundio--.  La familia de doña Mercedes es muy respetada en Xalapa.
--¿Ah sí?  Pues creo que debo enseñarles a respetar al gobierno federal –dijo Cárdenas agarrándome y levantándome del cuello.
Mi tía no aguanto más y se desmayó en brazos de don Abundio.  Jaime chillaba como una niña pero alcanzo a gritar:
--¡No toque a Manuel!  ¡Es chenchito! –dijo mi primo.  
El término “chenchito” se aplica en esos rumbos para identificar a los que están afectados de sus facultades mentales.
En medio de mi dolor logre exclamar algo que demostraba lo pendejo que en verdad estaba:
--¡Chinga a tu madre Cárdenas!  ¡La Grilla me ama a mí!
Esto causo una carcajada general entre los rurales, incluyendo a su cabo.
--¡Válgame Dios!  ¡Este infeliz es en verdad un idiota! –se carcajeo Cárdenas--.  Bueno, no lo capare porque este puto machete casi ni filo tiene.  Más bien me lo voy a llevar a la leva.  ¡Puta madre, que le estoy haciendo un favor!  ¡Si esta ansina de pendejo no dudo que pronto será oficial y llegara hasta a general!
Al paso de los años, sobre todo cuando llegue, en efecto, a ser general del ejército mexicano, las palabras de Cárdenas siempre resonaron en mi mente.  Y llegue a la conclusión que el hombre era todo un sabio equiparable a Sócrates o Platón ¡y además hasta era profeta!  Y es que, como aprendí con el paso de los años, en México entre más pendejo eres más rápido asciendes.  Si no me creen, miren a tanto pendejo que ha llegado a la presidencia.
El caso es que me montaron bruscamente en la grupa de la monta de un rural y así, entre esos cabrones, retorciéndome de dolor por la patada en los huevos, oyendo los gritos desgarradores de mi tía (que era como mi segunda madre), fui llevado al andén del ferrocarril de vía angosta en Coscomatepec para ser “pasado por cajas”.  Tal fue el inicio de mi gloriosa carrera militar.

Saturday, November 23, 2013

V - Cervantes

Oficial Federal
V.      Cervantes 

El capitán de caballería José Guadalupe Cervantes era un hombre alto, bien formado, con el bigotazo a la káiser de rigor.  Su uniforme era elegante y las botas federicas eran lustrosas igual que las espuelas de plata.  El pelo, que ya pintaba unas cuantas canas pues tenía 36 años, estaba cuidadosamente peinado y fijado con brillantina.  Sus manos, enguantadas en piel de ante, eran pequeñas, casi femeninas. 

Cervantes se sirvió un trago de mezcal.  Aborrecía esta bebida pero hacía meses que no había visto una botella de whisky.  Afuera del miserable inmueble que era la comandancia de la plaza de Coscomatepec se oían gritos y mentadas de los jefes pastoreando a la gente de leva que acababan de levantar.  Cervantes maldijo quedamente con disgusto ante esos gritos y se tomó el trago de un solo sorbo. 

El capitán era hijo de una familia acomodada de Guadalajara.  Su padre era médico y muy respetado en la comunidad.  Cervantes era el menor de tres hermanos.  De los dos más grandes, uno había estudiado medicina y empezaba exitosamente su carrera trabajando bajo la tutela de su padre.  El otro había asumido el sacerdocio y era ya secretario particular del arzobispo.  Se auguraba muchos éxitos para los dos hermanos. 

Cervantes, por su parte, era melancólico y solitario y de frágil salud.  No había destacado académicamente.  Francamente, su padre se sentía desilusionado con él.  Desafortunadamente, el padre no oculto sus sentimientos.

Ahora bien, por lo general no falta un anciano judío de piochita que se pone a hacer toda clase de conjeturas sin sentido acerca de la psicología de personas como Cervantes, el cual, digámoslo abiertamente, era homosexual.  Yo más bien creo que si Cervantes resulto como era pos era porque “ansina lo hizo Dios” y no soy nadie –y dudo que usted lo sea, estimado lector-- para juzgarlo. 

El caso es que fue una sorpresa para su familia cuando Cervantes anuncio su intención de entrar al H. Colegio Militar y ahí comenzar una carrera en la milicia.  Su familia, si, sintió cierto orgullo por ello aunque no entendían por qué Cervantes se inclinaría por una profesión tan azarosa, siendo tan delicadito.  La realidad era que, para Cervantes, la compañía de los hombres le era atractiva.   

Entiéndase que la homosexualidad entre la elite militar mexicana, un secreto a voces, no era exclusiva de nuestro país.  Por ejemplo, en Potsdam, el estado mayor del ejército alemán estaba lleno de “locas”.  E igual pululaban en la marina la Kaiserliche Marine, al grado que el mismo kaiser se quejo con el almirante von Tirpitz que su estado mayor estaba “demasiado bonito”.  ¿Y qué decir del ejército inglés?  Ahí ni disimulaban los cabrones y no faltaban oficiales que rehusaban una prestigiosa comisión en el Coldstream Guards y preferían incorporarse a un batallón escoces donde el uso del kilt o falda era de rigor.  El caso es que tal inclinación nunca ha sido obstáculo para ser un buen militar y de esto abundan los ejemplos.   

Y si, Cervantes resulto ser buen militar.  A pesar de la brutal disciplina que prevalecía en el H. Colegio Militar Cervantes sobresalió.  Resulto ser un jinete excelente y diestro en el uso del arma blanca.  No, no era erudito, pero para entrarle a la caballería es requisito ser medio bruto, según he atestiguado.  ¡Imagínese montar una yegua a todo galope y saltar entre los acantilados y cañadas y nopaleras que el ejército mexicano usaba para entrenar a sus jinetes!  Más de un cadete se había matado “entrenándose”.   

Sus calificaciones en el H. Colegio Militar siempre fueron de “excelente”.  Y así un buen día Cervantes se encontró entre la guardia personal del dictador, Porfirio Díaz, vistiendo los suntuosos uniformes que estos portaban y montando los trakener pura sangre que el dictador había mandado traer desde Europa.  (Estos caballotes no estaban hechos a los calorones y “abruptas serranías” del bolsón de Mapimi y valían para pura y celestial chingada pero se veían rete bonitos en los desfiles.) 

El mismo dictador lo aplaudió y lo señalo en uno de los festivales militares que se organizaban el campo Marte a los que asistía don Porfirio y su sequito.  Cervantes, a todo galope, salto hábil y espectacularmente su yegua sobre unos obstáculos formidables.  Fue entonces que don Porfirio lo señalo y dijo:  

--¡Ese oficial es lo que los gabachos llamaban un beau sabre! 

Todos los lambiscones presentes tomaron nota del elogio e inevitablemente Cervantes también atrajo la atención de Ignacio de la Torre y Mier.  Este era un hacendado de Morelos y yerno de don Porfirio.  Este fue encargado por don Porfirio para dar las preseas del caso.  Al recibir Cervantes su medalla del hacendado tal vez sus miradas se sostuvieron una fracción de segundo en demasía.  Pero fue suficiente para reconocerse.  La homosexualidad de de la Torre y Mier era un secreto a voces en Chapultepec. 

Si, el dictador sabia de las tendencias de de la Torre y Mier.  Pero mientras practicara el llamado “vicio griego” con discreción no había ningún problema.  Su hija lo amaba pues, en justicia, si era buen marido y para don Porfirio era razón de realpolitik tener en su familia a un fulano tan influyente en el sur, “aun si era joto” como decía el viejo.   

Así fue como Cervantes y de la Torre y Mier se conocieron y se relacionaron.  Llegaron a ser íntimos (por supuesto).  Esto resulto en el ascenso a capitán de Cervantes.  Su carrera militar estaba boyante.  No tardaría mucho, le aseguraba de la Torre y Mier a Cervantes, para que una aguilita de general se le posara en el kepi.  Sus méritos eran tales (no los detallare), opinaba el hacendado, que esto era inevitable.
 
Todo se vino abajo en medio de un escándalo que se grabó en la historia mexicana.  Hubo una tertulia convocada por de la Torre y Mier.  Ya se imaginaran.  La policía capitalina se enteró e hizo una redada (al responsable luego lo pusieron como perro bailarín y no lo bajaban de pendejo).  Arrestaron a todos los asistentes, 41 en total, incluyendo al hacendado morelense y a Cervantes (este último estaba vestido como la Catrina de Diego Rivera).  

Por supuesto, de la Torre y Mier no estuvo más que unos cuantos minutos en la barandilla.  De inmediato vino la orden “de arriba” de sacarlo.  Cervantes no fue tan afortunado.  Paso esa noche en la chirona.   

El régimen maiceo a los medios para callar lo que había sucedido.  Pero la noticia cundió de todas maneras.  La plebe empezó a preguntar con malicia que ¿quién había sido el “41” que había salido libre de inmediato? 

Por lo que toca a Cervantes, salió al día siguiente bajo una fianza que el ejército pago discretamente.  Afortunadamente, no había trascendido que un oficial del estado mayor presidencial había sido uno de los arrestados en la razzia.  Y es que con dinero baila el perro.  Sin embargo, la cúpula militar tenía que actuar.  Iban a hacer un ejemplo de Cervantes para que el resto “se anduvieran derechitos”. 

Tres generalotes se reunieron para decidir sobre Cervantes.  El de mayor jerarquía era un viejo formidable con el pelo cortado a cepillo y una cicatriz horrenda que le desfiguraba la cara (el sablazo se lo había asestado un zuavo durante la defensa del Loreto).  Pero había un problema con los otros dos.  Uno de ellos había, si, asistido a la tertulia fatídica pero fortuitamente había tenido que irse temprano, antes de que la chota irrumpiera en el lugar.  El otro había estado enfermo y por tal razón no había podido asistir.  Esto lo sabía el viejo de la cicatriz y este los miraba encabronado con los ojos entrecerrados. 

--Entiendan, carajos –dijo el viejo--, que no condeno a Cervantes por puto sino por pendejo.  ¡Mira que hacerse arrestar vestido como vieja!  Creo que lo mejor sería darle cinco minutos a solas con una 45, tal y como se hace en esos casos en el ejército prusiano. 

Los otros dos generalotes cruzaron miradas y pensaron al unísono: ¡uff! ¡De la que nos salvamos! 

--Me temo, señor general, que en Alemania no lo obligarían a suicidarse por puto –se atrevió a decir uno de la pareja, recordando una noche de pasión que había tenido con un joven oficial de la guardia del Kaiser durante una misión militar que don Porfirio había mandado a Berlín. 

--¿Ah no?  ¡Pos que se suicide por pendejo!  --grito el viejo--.  Le ha costado una feria a la presidencia tapar el escandalo con de la Torre y Mier.  ¡La puta plebe ya ha hecho toda clase de chistes obscenos sobre el tema! 

--Pues no veo porque perjudicar a Cervantes si de la Torre y Mier ya la libro.  La plebe siempre andará de hocicona –contesto el otro generalote. 

--¡Me lleva la chingada! –rugió el viejo que intuía que los otros dos estaban tratando de proteger a Cervantes por cojear de la misma pata--.  ¡No compare a Cervantes con el yerno del presidente! 

--No creo que sería practico que se suicide o que lo “suicidemos”, mi general.  Tampoco sugiero que lo reduzcamos de rango.  Todo eso atizaría el escándalo. 

--¡Pos algo tenemos que hacer con ese cabrón! –insistió el viejo. 

--¿Qué tal si lo asignamos a un batallón de línea y lo mandamos al norte, sin reducirle el rango?  ¿Quesque para que adquiera experiencia? 

Y así fue como Cervantes fue mandado al norte, a Sonora, a combatir las sublevaciones de los yaquis.  Esas campañas fueron verdaderos genocidios y mancharon para siempre el honor del ejército mexicano.  Y Cervantes participo en más de una matanza de mujeres y niños indígenas.  Los últimos ápices de su decencia fenecieron entre las llamas donde se habían amontonado los cadáveres de los yaquis ajusticiados sin misericordia por los militares. 

Y es que en defensa propia Cervantes se tuvo que volver cruel.  Los rumores lo acompañaban.  ¿Por qué un oficial de las guardias presidenciales, se preguntaban irremediablemente sus compañeros, andaba en chinga en la sierra matando indios?  Y peor, la tropa era como los perros.  Olían luego luego si había algo sospechoso en los antecedentes de un oficial.  La única manera en que Cervantes podía sobrevivir entonces era volverse todo un hijo de la gran puta.  Así le tenían miedo y nadie, ni sus compañeros o la tropa, se atrevía a murmurar.   

Pero lo que más le dolía a Cervantes era encontrarse en pueblos perdidos en la sierra donde casi no había civilización.  Él, que había sido un asiduo visitante a la ópera, que bebía champagne en la cena, que portaba uniformes hecho a la medida, que acostumbraba usar colonia y que se ofendía si olía la mierda de un caballo, que dormía en camas mullidas, ahora se encontraba en el verdadero ejército mexicano, el de las tortillas viejas, los frijoles podridos, el pan con gorgojos, las mentadas de madre que azulaban el aire, los petates a manera de colchón, las soldaderas cabronas que interrumpían su marcha –brevemente—para parir un chamaco, y el olor de la soldadesca que no se bañaba en semanas porque en el norte pos nomás no hay agua. 

Pasaron los años y eventualmente Cervantes se encontró asignado al 88 batallón de infantería.  Este operaba nominalmente en la línea Coscomatepec-Orizaba-Tierra Blanca.  Acaso contaba con 250 hombres, la mayoría oficiales y jefes.  Cuando aconteció la huelga de las hilanderas hubiera sido natural que el gobierno los hubiera usado para reprimirlas a sangre y fuego.  Sin embargo, ese dudoso honor correspondió al 29 batallón de Aureliano Blanquet, traído de ex profeso desde la capital para asesinar a las obreras.  Tal parecía que al mando supremo le importaba una chingada la existencia del 88.  Era ese cuerpo donde asignaban a los oficiales en desgracia. 

Todo eso cambio cuando inicio la insurrección maderista.  Debo apuntar que Veracruz era un hervidero de rebeldes.  No, la revolución no se inició nada más en el norte.  En Veracruz abundaban los cabecillas que se alzaban en armas en todo sotavento.  En los alrededores de Puerto México (Coatzacoalcos) también pululaban los rebeldes y no había tren que no fuera asaltado o peor, dinamitado.  Y en el norte, en los feraces campos petroleros de la Faja de Oro, los ataques a los yacimientos eran constantes.  Los británicos amagaban ya con mandar a los Royal Marines para proteger los pozos.  Pero, por alguna razón, en lugar de usarlo en Veracruz, uno de los “genios” del mando supremo ordeno que el 88 se reconstituyera con gente de leva y se le mandara a Ciudad Juárez a pelear. 

Y es en medio de la inducción de las levas al 88 que nos encontramos con Cervantes, el cual trata de olvidar su situación bebiendo un humilde mezcal en lugar del whisky al que se había acostumbrado en Chapultepec. 

Cervantes saco de su magro menaje un disco y le dio cuerda a su vitrola.  Tal vez, pensó, Mozart le ayudaría a olvidar las mentadas de madre que afuera se oían.  Fue un error.  La aguja, colocada aleatoriamente, había caído en el aria de Figaro a Cherubino, el Non più andrai, lo cual traduzco con poca fortuna: 

Non pui andrai farfallone amoroso, No quieras más, mariposo amoroso,
Notte e giorno d'intorno girando, Noche y día andar girando,
Delle belle turbando il riposo, Perturbar el sueño de la bella
Narcisetto, Adoncino d'amor. Narciso, Adonis del amor.

Delle belle turbando il riposo, Perturbar el sueño de la bella
Narcisetto, Adoncino d'amor. Narciso, Adonis del amor.

Fra guerrieri, poffar Bacco! Entre los guerreros, ¡jurando por Baco!
Gran mustacchi, stretto sacco, Gran bigote, entre estrecheces y
Schioppo in spalla, sciabla al fianco, Mosquete al hombro, sable a tu lado,
Collo dritto, jules is god, Cuello recto, Julio es dios,
Un gran casco, o un gran turbante, Un gran casco o un gran turbante,
Molto onor, poco contante. Mucho honor, pero poco contante.
Poco contante Poco contante
Poco contante Poco contante

Ed in vece del fandango Y en lugar del fandango
Una marcia per il fango. ¡Una marcha por el fango!

Per montagne, per valloni, Por las montañas, entre los valles,
Con le nevi, ei solioni, Bajo la nieve y el granizo,
Al concerto di tromboni, Con la música de trompetas,
Di bombarde, di cannoni, Los morteros, cañones,
Che le palle in tutti i tuoni, Entre el retrueno
All'orecchio fan fischiar. Con un collar de Orejas.
 

 ¡Cherubino, a la victoria!
Alla gloria militar! ¡Por la gloria militar!
Cherubino, alla vittoria! ¡Cherubino, a la victoria!
Alla gloria militar! ¡Por la gloria militar!
Alla gloria militar! ¡Por la gloria military!
 

El disco se hizo mil pedazos cuando Cervantes lo estrello contra la pared.