IV El Chenchito
Años después, en el camino a Agua Prieta (que Pancho le iba a intentar quitar a Plutarco) mi tío me relato las sensaciones que había tenido al conocer a Praxedis Guerrero.
--Válgame Dios, Manuel. Praxedis era un hombre extraordinario. Imagínate a un cabrón que es culto, patriota, poeta, valiente, e inteligente. ¡Lástima que murió! Tenía toda la madera para ser presidente. Hubiera sido como tener a un Marco Aurelio en la silla en lugar de tanto pendejo ambicioso y culo pronto con los gringos.
--Pos tal parece que lo
mejorcito de México se ha muerto en la bola, tío –le respondí--. Yo creo que solo quedaremos los más pendejos
y coyones. Si no triunfamos en Agua
Prieta los que quedan no tendrán los huevos para volver a alzarse en armas
--En eso tienes razón. Pero espérate, te contare lo que paso en la
junta con Praxedis. El problema fue que
de pronto me sentí incómodo. Ni me
despedí. Eran mis instintos,
Manuel. Ahí había gente del gobierno y
nos iban a traicionar.
--¡Jijos! Ahora entiendo lo que nos pasó después.
--En efecto, Manuel. Mira, confía en tus instintos. El soldado que no hace tal no llega a viejo.
Yo resulte, como he admitido,
muy pendejo, y poco caso hice. Si
sobreviví la bola y llegue a viejo fue por milagro. Además, nunca he entendido por que chingaos
si las animas te quieren advertir de algo no te hablan claro: “escucha pendejo,
el fulano tuerto sentado al fondo es espía del gobierno” o algo así. No fue sino hasta que el fantasma de Brígida
me empezó a hablar que finalmente tuve un ángel de la guardia. Y afortunadamente ella nunca ha tenido pelos
en la lengua.
El caso es que yo y Jaime
regresamos todos alborotados del incidente con la Grilla y el rural Francisco
Cárdenas. Por mi mente pasaban toda
clase de pensamientos febriles. La figura
desnuda de la mujer me atormentaba. Si,
sentía celos y odio contra el rural.
Quería, si, matarlo. El problema
era que no tenía como matar al cabrón.
Pero en cuanto llegue a la
casa tuve una sensación o premonición.
Por supuesto, no le hice caso aunque si me afecto mucho el ánimo. Eran los “instintos” de que hablaba mi tío. Por lo que toca a mi primo Jaime, él se fue
rápidamente detrás del gallinero, a hacer lo que cualquier adolescente haría si
tuviera grabada en su mente la imagen de una mujer desnuda de muy buenas
curvas.
--¿Y qué chingaos se traen
esos cabrones? –pregunto mi tío viéndonos evitar verlo.
Mi tía tenía algo de
bruja.
--Se han de haber metido en
una bronca –se rio mientras preparaba la cena--. Ya ves que siempre andan de vagos después de
que salen de la escuela. Los he
intentado llevar conmigo al rosario pero me temo que son igual de ateos que tú.
Si, la imagen desnuda de la
Grilla me atormentaba. Pero no fui
detrás del gallinero como Jaime. Me
acurruque en mi cama y un miedo inexplicable me embargo. ¿A quién o a qué? Eso me preguntaba sin éxito. ¿Acaso Cárdenas iba a venir tras de mí? ¿Sabía que era su rival y que le podía quitar
a la Grilla?
Me incorpore y busque en un
cajón donde había una botella de sotol y empecé a tomar mientras mil planes se
formaban en mi cabeza de cómo iba a matar al rural. Y si, entre más lenta y dolorosa fuera su
muerte más atractivo me parecía el plan.
Mientras yo me estaba
embruteciendo, Jacinto, el viejo peón que nos ayudaba en la casa, vino a avisar
que “buscan al maestro Francisco”.
Ya había anochecido. Mi tío maldijo pues se disponía a comer su
cena. Jacinto apunto al camino donde
había dos sombrerudos. Uno era alto y el
otro era chaparro. Ambos vestían calzón
blanco y huaraches como cualquier otro peón.
--¿Qué se les ofrece señores?
–pregunto el alto.
--¿Usted es el maestro
Francisco Pavón?
--Si. ¿Y qué?
¿Quiénes son ustedes?
El alto se quitó el sombrero.
--Mi nombre es…bueno, no
importa.
--Yo no trato con la gente de
esa manera –dijo mi tío hoscamente--.
Díganme que buscan o si no, mejor váyanse. Tengo peones que me son leales.
Mi tío mentía. El infeliz de Jacinto era nuestro único peón
y ya era más viejo que Matusalén y la zopilotada ya le andaba rondando.
El hombre hizo un ademan con
su mano. Era una manera de identificarse
entre los masones. (No me pregunten que
chingaos era. Si yo fuera masón y le
dijera estaría cometiendo traición y me matarían, según dicen que pasa. No, no
soy masón y estoy relatando lo que luego me conto mi tío –el si era masón, de
hueso colorado-- y no, no me dijo que chingaos seña había hecho el hombre para
identificarse.)
--Entiendo –dijo calladamente
mi tío--. ¿Qué requieren hermanos?
--Si puede darnos algo de
dinero y comida se lo agradeceremos, hermano.
Además, venimos a advertirle. Ha
llegado orden a la comandancia de arrestarlo.
En cualquier momento vienen los rurales.
Nosotros también andamos a salto de mata. Venimos de Pajapan. Somos gente de Praxedis.
--Espérenme aquí por
favor. Si viene la tropa se juyen al
monte.
Mi tío regreso violentamente
a la casa. Temblaba. El timbre de su voz era trémulo. Yo salí de mi recamara y observe lo que paso
a continuación (Jaime seguía jalándosela detrás del gallinero).
--Mercedes, me tengo que ir.
--¡Santo Dios! ¿De qué hablas Francisco?
--Vienen los rurales a
levantarme. No puedo dilatar. Escucha, debajo de la piedra junto al pozo
hay una caja. Tiene diez centenarios.
Son lo que he juntado y me heredo mi padre. Úsalos.
Mi tía dio un grito
desgarrador y se dejó caer en el sofá hecha un mar de lágrimas.
Mi tío mientras junto un
machete y una víbora (cinturón con un compartimento para llevar monedas) con
dinero y se caló sus botas y su sombrero.
--¡Te dije que no te juntaras
con esos ateos! ¡Francisco! --lloraba mi tía.
Mi tío me puso mi mano en mi
hombro. No sé si olio mi aliento
alcohólico pero no dijo nada.
--Explícale a Jaime. Los quiero a los dos. Ahora ustedes tienen que portarse
hombrecitos. Cuiden a su tía.
Luego mi tío levanto a su
esposa y le dio un beso rápido.
--¡Francisco! ¡No te vayas!
--¡Si me quedo me mandaran a
podrir a Valle Nacional! ¡Si es que no
me dan la ley fuga antes!
Mi tía le alcanzo a poner un
escapulario de San Martin de Porres “para que el negrito lo protegiera”.
Como acto final mi tío junto
la cena desordenadamente en un morral y salió corriendo de la casa.
--¿Viene con nosotros?
–pregunto el alto.
--Si. Me temo que esto es todo lo que logre juntar
de comida por la prisa.
--Oiga, maestro, ¿y que si
somos del gobierno? –pregunto el chaparro.
--No lo son, y el hecho que
hagan esa pregunta me lo confirma.
--¿Para donde nos vamos
maestro? ¿A la sierra?
--Si, a oriente. De ahí buscaremos irnos al norte. Vamos a buscar a Praxedis.
La voz de mi tío ya no era
trémula ni dudaba. Tenía tal don de
mando que los dos desconocidos no dudaron en seguirlo.
Una hora después llego la
partida de rurales. Iban acompañados de
don Abundio.
--Comadre, le he estado
explicando al señor comandante que ha habido un malentendido.
--¡Que malentendido ni una
chingada! –rugió Francisco Cárdenas--. ¿Dónde está el maestro Pavón?
--Mi marido fue en una
comisión a Orizaba –mintió mi tía con una sangre fría asombrosa--. ¿Y quién se cree usted para meterse con su
gente y armados y hablando barbajanerias en mi casa?
Cárdenas no dijo nada y le
hizo una señal a sus hombres que entraron a las recamaras.
Fue entonces que yo
aparecí. Me había armado con un machete
viejo que encontré. También casi me
había acabado la botella de sotol. No
estaba en mis cinco. Y ahora, ante mi
estaba mi némesis, mi enemigo, mi rival por el amor de la Grilla.
--¡Muérete hijo de la
chingada! –jure entrando a la sala blandiendo el machete.
Mi tía grito espantada. Yo me abalance sobre el rural. Este detuvo mi brazo y me lanzo como un
muñeco contra la pared.
--¿Y este pinche gallito de
dónde salió? –grito Cárdenas.
En sus manos estaba un
pistolón, tal vez el mismo con que le había volado la tapa de los sesos a
Santanón y que luego usaría para ajusticiar a Madero. Ahora lo tenía yo contra mi frente.
--¡Por favor! ¡Mi cabo!
¡No haga una barbaridad! –grito don Abundio--. Es solo un chamaco
pendejo. ¡Ha de estar mariguano!
--¡Aquí esta otro
pendejo! --dijo uno de los rurales
dándole una patada a Jaime.
No sé si las palabras de don
Abundio sirvieron o tal vez Cárdenas pensó que no valía yo un plomazo (el
gobierno les pedía cuentas por cada bala que usaban). El caso es que dejo de encañonarme y me dio
una patada en los huevos que me dolio horriblemente.
--¿Es todo? ¿Y el maestro no está?
--¡Que ya le dije que mi
marido no está aquí! –exclamo mi tía--.
¡Don Abundio! ¡Saque a este
desgraciado de mi casa o iré personalmente a Xalapa a hablar con el gobernador Dehesa que es
amigo de mi familia!
Válgame Dios, mi tía tenía
tremendos ovarios. Y hubiera sido una
tremenda jugadora de póker pues blofeaba.
Su familia si, conocía al gobernador Dehesa, pero, como explique, la habían
desconocido de que se casó con el ateo de mi tío. Sera el sereno pero mi tío no se había
equivocado al unirse con esa hembra.
--Mi cabo, yo creo que no
tiene caso seguir aquí –dijo don Abundio.
Yo mientras me retorcía de
dolor por la patada en mis huevos.
Cárdenas gruño. Tal vez la
mención del gobernador le había dado que dudar.
Pero acto seguido se tropezó con el machete que yo había usado para intentar
matarlo.
--Debería capar a ese pinche
chamaco para que no deje crías –dijo Cárdenas con voz burlona. El rural pasó su dedo por el filo del machete
para calarlo. Este casi no tenía filo.
--¡Por favor mi cabo!
–Exclamo don Abundio--. La familia de
doña Mercedes es muy respetada en Xalapa.
--¿Ah sí? Pues creo que debo enseñarles a respetar al
gobierno federal –dijo Cárdenas agarrándome y levantándome del cuello.
Mi tía no aguanto más y se
desmayó en brazos de don Abundio. Jaime
chillaba como una niña pero alcanzo a gritar:
--¡No toque a Manuel! ¡Es chenchito! –dijo mi primo.
El término “chenchito” se
aplica en esos rumbos para identificar a los que están afectados de sus
facultades mentales.
En medio de mi dolor logre
exclamar algo que demostraba lo pendejo que en verdad estaba:
--¡Chinga a tu madre
Cárdenas! ¡La Grilla me ama a mí!
Esto causo una carcajada
general entre los rurales, incluyendo a su cabo.
--¡Válgame Dios! ¡Este infeliz es en verdad un idiota! –se
carcajeo Cárdenas--. Bueno, no lo capare
porque este puto machete casi ni filo tiene.
Más bien me lo voy a llevar a la leva.
¡Puta madre, que le estoy haciendo un favor! ¡Si esta ansina de pendejo no dudo que pronto
será oficial y llegara hasta a general!
Al paso de los años, sobre
todo cuando llegue, en efecto, a ser general del ejército mexicano, las
palabras de Cárdenas siempre resonaron en mi mente. Y llegue a la conclusión que el hombre era
todo un sabio equiparable a Sócrates o Platón ¡y además hasta era profeta! Y es que, como aprendí con el paso de los
años, en México entre más pendejo eres más rápido asciendes. Si no me creen, miren a tanto pendejo que ha
llegado a la presidencia.
El caso es que me montaron
bruscamente en la grupa de la monta de un rural y así, entre esos cabrones,
retorciéndome de dolor por la patada en los huevos, oyendo los gritos
desgarradores de mi tía (que era como mi segunda madre), fui llevado al andén
del ferrocarril de vía angosta en Coscomatepec para ser “pasado por cajas”. Tal fue el inicio de mi gloriosa carrera
militar.
No comments:
Post a Comment