Sunday, November 24, 2013

IV - El Chenchito


IV      El Chenchito

Años después, en el camino a Agua Prieta (que Pancho le iba a intentar quitar a Plutarco) mi tío me relato las sensaciones que había tenido al conocer a Praxedis Guerrero.

--Válgame Dios, Manuel.  Praxedis era un hombre extraordinario.  Imagínate a un cabrón que es culto, patriota, poeta, valiente, e inteligente.  ¡Lástima que murió!  Tenía toda la madera para ser presidente.  Hubiera sido como tener a un Marco Aurelio en la silla en lugar de tanto pendejo ambicioso y culo pronto con los gringos.
--Pos tal parece que lo mejorcito de México se ha muerto en la bola, tío –le respondí--.  Yo creo que solo quedaremos los más pendejos y coyones.  Si no triunfamos en Agua Prieta los que quedan no tendrán los huevos para volver a alzarse en armas
--En eso tienes razón.  Pero espérate, te contare lo que paso en la junta con Praxedis.  El problema fue que de pronto me sentí incómodo.  Ni me despedí.  Eran mis instintos, Manuel.  Ahí había gente del gobierno y nos iban a traicionar.
--¡Jijos!  Ahora entiendo lo que nos pasó después.
--En efecto, Manuel.  Mira, confía en tus instintos.  El soldado que no hace tal no llega a viejo.
Yo resulte, como he admitido, muy pendejo, y poco caso hice.  Si sobreviví la bola y llegue a viejo fue por milagro.  Además, nunca he entendido por que chingaos si las animas te quieren advertir de algo no te hablan claro: “escucha pendejo, el fulano tuerto sentado al fondo es espía del gobierno” o algo así.  No fue sino hasta que el fantasma de Brígida me empezó a hablar que finalmente tuve un ángel de la guardia.  Y afortunadamente ella nunca ha tenido pelos en la lengua.
El caso es que yo y Jaime regresamos todos alborotados del incidente con la Grilla y el rural Francisco Cárdenas.  Por mi mente pasaban toda clase de pensamientos febriles.  La figura desnuda de la mujer me atormentaba.  Si, sentía celos y odio contra el rural.  Quería, si, matarlo.  El problema era que no tenía como matar al cabrón.
Pero en cuanto llegue a la casa tuve una sensación o premonición.  Por supuesto, no le hice caso aunque si me afecto mucho el ánimo.  Eran los “instintos” de que hablaba mi tío.  Por lo que toca a mi primo Jaime, él se fue rápidamente detrás del gallinero, a hacer lo que cualquier adolescente haría si tuviera grabada en su mente la imagen de una mujer desnuda de muy buenas curvas.
--¿Y qué chingaos se traen esos cabrones? –pregunto mi tío viéndonos evitar verlo.
Mi tía tenía algo de bruja.  
--Se han de haber metido en una bronca –se rio mientras preparaba la cena--.  Ya ves que siempre andan de vagos después de que salen de la escuela.  Los he intentado llevar conmigo al rosario pero me temo que son igual de ateos que tú.
Si, la imagen desnuda de la Grilla me atormentaba.  Pero no fui detrás del gallinero como Jaime.  Me acurruque en mi cama y un miedo inexplicable me embargo.  ¿A quién o a qué?  Eso me preguntaba sin éxito.  ¿Acaso Cárdenas iba a venir tras de mí?  ¿Sabía que era su rival y que le podía quitar a la Grilla?
Me incorpore y busque en un cajón donde había una botella de sotol y empecé a tomar mientras mil planes se formaban en mi cabeza de cómo iba a matar al rural.  Y si, entre más lenta y dolorosa fuera su muerte más atractivo me parecía el plan.
Mientras yo me estaba embruteciendo, Jacinto, el viejo peón que nos ayudaba en la casa, vino a avisar que “buscan al maestro Francisco”.
Ya había anochecido.  Mi tío maldijo pues se disponía a comer su cena.  Jacinto apunto al camino donde había dos sombrerudos.  Uno era alto y el otro era chaparro.  Ambos vestían calzón blanco y huaraches como cualquier otro peón.
--¿Qué se les ofrece señores? –pregunto el alto.
--¿Usted es el maestro Francisco Pavón?
--Si.  ¿Y qué?  ¿Quiénes son ustedes?
El alto se quitó el sombrero.
--Mi nombre es…bueno, no importa.
--Yo no trato con la gente de esa manera –dijo mi tío hoscamente--.  Díganme que buscan o si no, mejor váyanse.  Tengo peones que me son leales.
Mi tío mentía.  El infeliz de Jacinto era nuestro único peón y ya era más viejo que Matusalén y la zopilotada ya le andaba rondando.
El hombre hizo un ademan con su mano.  Era una manera de identificarse entre los masones.  (No me pregunten que chingaos era.  Si yo fuera masón y le dijera estaría cometiendo traición y me matarían, según dicen que pasa. No, no soy masón y estoy relatando lo que luego me conto mi tío –el si era masón, de hueso colorado-- y no, no me dijo que chingaos seña había hecho el hombre para identificarse.)
--Entiendo –dijo calladamente mi tío--. ¿Qué requieren hermanos?
--Si puede darnos algo de dinero y comida se lo agradeceremos, hermano.  Además, venimos a advertirle.  Ha llegado orden a la comandancia de arrestarlo.  En cualquier momento vienen los rurales.  Nosotros también andamos a salto de mata.  Venimos de Pajapan.  Somos gente de Praxedis.
--Espérenme aquí por favor.  Si viene la tropa se juyen al monte.
Mi tío regreso violentamente a la casa.  Temblaba.  El timbre de su voz era trémulo.  Yo salí de mi recamara y observe lo que paso a continuación (Jaime seguía jalándosela detrás del gallinero).
--Mercedes, me tengo que ir.
--¡Santo Dios!  ¿De qué hablas Francisco?
--Vienen los rurales a levantarme.  No puedo dilatar.  Escucha, debajo de la piedra junto al pozo hay una caja. Tiene diez centenarios.  Son lo que he juntado y me heredo mi padre.  Úsalos.
Mi tía dio un grito desgarrador y se dejó caer en el sofá hecha un mar de lágrimas.
Mi tío mientras junto un machete y una víbora (cinturón con un compartimento para llevar monedas) con dinero y se caló sus botas y su sombrero.
--¡Te dije que no te juntaras con esos ateos!  ¡Francisco!  --lloraba mi tía.
Mi tío me puso mi mano en mi hombro.  No sé si olio mi aliento alcohólico pero no dijo nada.
--Explícale a Jaime.  Los quiero a los dos.  Ahora ustedes tienen que portarse hombrecitos.  Cuiden a su tía.
Luego mi tío levanto a su esposa y le dio un beso rápido. 
--¡Francisco!  ¡No te vayas!
--¡Si me quedo me mandaran a podrir a Valle Nacional!  ¡Si es que no me dan la ley fuga antes!
Mi tía le alcanzo a poner un escapulario de San Martin de Porres “para que el negrito lo protegiera”.
Como acto final mi tío junto la cena desordenadamente en un morral y salió corriendo de la casa.
--¿Viene con nosotros? –pregunto el alto.
--Si.  Me temo que esto es todo lo que logre juntar de comida por la prisa.
--Oiga, maestro, ¿y que si somos del gobierno? –pregunto el chaparro.
--No lo son, y el hecho que hagan esa pregunta me lo confirma.
--¿Para donde nos vamos maestro?  ¿A la sierra?
--Si, a oriente.  De ahí buscaremos irnos al norte.  Vamos a buscar a Praxedis.
La voz de mi tío ya no era trémula ni dudaba.  Tenía tal don de mando que los dos desconocidos no dudaron en seguirlo.
Una hora después llego la partida de rurales.  Iban acompañados de don Abundio.
--Comadre, le he estado explicando al señor comandante que ha habido un malentendido.
--¡Que malentendido ni una chingada! –rugió Francisco Cárdenas--. ¿Dónde está el maestro Pavón?
--Mi marido fue en una comisión a Orizaba –mintió mi tía con una sangre fría asombrosa--.  ¿Y quién se cree usted para meterse con su gente y armados y hablando barbajanerias en mi casa?
Cárdenas no dijo nada y le hizo una señal a sus hombres que entraron a las recamaras.
Fue entonces que yo aparecí.  Me había armado con un machete viejo que encontré.  También casi me había acabado la botella de sotol.  No estaba en mis cinco.  Y ahora, ante mi estaba mi némesis, mi enemigo, mi rival por el amor de la Grilla.
--¡Muérete hijo de la chingada! –jure entrando a la sala blandiendo el machete.
Mi tía grito espantada.  Yo me abalance sobre el rural.  Este detuvo mi brazo y me lanzo como un muñeco contra la pared.
--¿Y este pinche gallito de dónde salió? –grito Cárdenas.  
En sus manos estaba un pistolón, tal vez el mismo con que le había volado la tapa de los sesos a Santanón y que luego usaría para ajusticiar a Madero.  Ahora lo tenía yo contra mi frente.
--¡Por favor!  ¡Mi cabo!  ¡No haga una barbaridad! –grito don Abundio--. Es solo un chamaco pendejo.  ¡Ha de estar mariguano!
--¡Aquí esta otro pendejo!  --dijo uno de los rurales dándole una patada a Jaime.
No sé si las palabras de don Abundio sirvieron o tal vez Cárdenas pensó que no valía yo un plomazo (el gobierno les pedía cuentas por cada bala que usaban).  El caso es que dejo de encañonarme y me dio una patada en los huevos que me dolio horriblemente.
--¿Es todo?  ¿Y el maestro no está?
--¡Que ya le dije que mi marido no está aquí! –exclamo mi tía--.  ¡Don Abundio!  ¡Saque a este desgraciado de mi casa o iré personalmente a Xalapa a hablar con el gobernador Dehesa que es amigo de mi familia!
Válgame Dios, mi tía tenía tremendos ovarios.  Y hubiera sido una tremenda jugadora de póker pues blofeaba.  Su familia si, conocía al gobernador Dehesa, pero, como explique, la habían desconocido de que se casó con el ateo de mi tío.  Sera el sereno pero mi tío no se había equivocado al unirse con esa hembra.
--Mi cabo, yo creo que no tiene caso seguir aquí –dijo don Abundio.
Yo mientras me retorcía de dolor por la patada en mis huevos.  Cárdenas gruño.  Tal vez la mención del gobernador le había dado que dudar.  Pero acto seguido se tropezó con el machete que yo había usado para intentar matarlo.
--Debería capar a ese pinche chamaco para que no deje crías –dijo Cárdenas con voz burlona.  El rural pasó su dedo por el filo del machete para calarlo.  Este casi no tenía filo.
--¡Por favor mi cabo! –Exclamo don Abundio--.  La familia de doña Mercedes es muy respetada en Xalapa.
--¿Ah sí?  Pues creo que debo enseñarles a respetar al gobierno federal –dijo Cárdenas agarrándome y levantándome del cuello.
Mi tía no aguanto más y se desmayó en brazos de don Abundio.  Jaime chillaba como una niña pero alcanzo a gritar:
--¡No toque a Manuel!  ¡Es chenchito! –dijo mi primo.  
El término “chenchito” se aplica en esos rumbos para identificar a los que están afectados de sus facultades mentales.
En medio de mi dolor logre exclamar algo que demostraba lo pendejo que en verdad estaba:
--¡Chinga a tu madre Cárdenas!  ¡La Grilla me ama a mí!
Esto causo una carcajada general entre los rurales, incluyendo a su cabo.
--¡Válgame Dios!  ¡Este infeliz es en verdad un idiota! –se carcajeo Cárdenas--.  Bueno, no lo capare porque este puto machete casi ni filo tiene.  Más bien me lo voy a llevar a la leva.  ¡Puta madre, que le estoy haciendo un favor!  ¡Si esta ansina de pendejo no dudo que pronto será oficial y llegara hasta a general!
Al paso de los años, sobre todo cuando llegue, en efecto, a ser general del ejército mexicano, las palabras de Cárdenas siempre resonaron en mi mente.  Y llegue a la conclusión que el hombre era todo un sabio equiparable a Sócrates o Platón ¡y además hasta era profeta!  Y es que, como aprendí con el paso de los años, en México entre más pendejo eres más rápido asciendes.  Si no me creen, miren a tanto pendejo que ha llegado a la presidencia.
El caso es que me montaron bruscamente en la grupa de la monta de un rural y así, entre esos cabrones, retorciéndome de dolor por la patada en los huevos, oyendo los gritos desgarradores de mi tía (que era como mi segunda madre), fui llevado al andén del ferrocarril de vía angosta en Coscomatepec para ser “pasado por cajas”.  Tal fue el inicio de mi gloriosa carrera militar.

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