Saturday, November 16, 2013

XII. La Caída de Ciudad Juarez


Neveria The Chocolate House en El Paso, Texas – mediados de abril de 1911

La gringuita tendría unos catorce años.  Era la hija del dueño.  Sus manos no podían evitar temblar mientras ponía los sundaes en la mesita donde estaban sentados los dos mexicanos.

--Tenquius niña –sonrió Francisco Villa--.  Esta perfecto este sundae.  Tiene más jarabe de chocolate que nieve.  Así me gustan.

El centauro le entro con gusto al sundae.  Eran sus favoritos y cada que podía se iba al otro lado a comérselos.  Ya lo conocían en The Chocolate House.  Pero el hecho de que siempre llegaba acompañado de un grupo patibulario de escoltas armados causaba inevitablemente algo de sobresalto.  En aquellos tiempos en la aduana no le hacían de tos si cruzabas la frontera armado.

Frente a Villa estaba sentado un fulano prieto, flaco, de nariz aguileña.  Era Pascual Orozco y era el comandante del ejército maderista.  Orozco probo sin mucho entusiasmo el sundae.

--¿Están buenos verdad? –sonrió Villa que ya estaba pensando en ordenar otro.

--Pos si –contesto Orozco hoscamente--.  Pero, en fin, Pancho, ¿nos vamos a pasar tragando helados frente a Ciudad Juárez?  Madero ya anda hablando de que nos retiremos.

El centauro se limpió la boca con una servilleta.

--Vamos sincerándonos, don Pascual.

--Pos vamos haciéndolo, coronel Villa.

--Yo no sé mucho de ciencia militar…

--Yo menos.

--Pos si, decía, pero, si nos pelamos y levantamos el cerco yo creo que los muchachitos se descorazonarían.  El ejército desaparecería.

--Y la revolución valdrá madre.

--Pos si, don Pascual.  Mire, yo tengo una idea.

--Lo oigo.

--Ya vide lo entrones que son los magonistas…

--Sí, pero son muy rebeldes.  Los disgregue entre todo el ejército.  No conviene que tengan su propia unidad.

--¿Conoce a mi tocayo, el maestro Francisco Pavón?

--¿El grandote que era segundo de Alanís?  Si.

--Ese mero.  Tiene todavía 20 hombres a su mando.  He hablado con él.  Esta dispuesto a actuar.

--¿Cómo?

--Creando incidentes, balaceras, enchilando a los pelones, mentándoles la madre.  Y ya que se generalice la balacera…

--No diga más.  Entiendo, Villa.  ¿Para cuándo quiere que Pavón y su gente actúen?

--Pos entre más pronto mejor, don Pascual.  Hoy en la nochecita podrían empezar.  Le daré instrucciones a Pavón y a sus muchachitos.

--Pero, ¿y Madero?  No le va a gustar.  Ya anda en pláticas con don Porfirio.

--Déjelo que siga hablando.  Es más, usted y yo haremos como que no sabemos nada.  Pavón está dispuesto a actuar y como él y su gente tienen fama de rebeldes se puede justificar que están actuando desobedeciendo nuestras órdenes.

--Perfecto.

--Y mire, don Pascual, yo que usted y yo seguimos viniendo a tomar sundaes mientras todo eso sucede.  Para cuando se dé cuenta el señor Madero la batalla se habrá iniciado y regresamos a dirigirla.

--Me gusta, me gusta –sonrió Orozco entrándole ahora sí que con gusto a la nieve.

Aduana de Ciudad Juárez

Era de madrugada.  Estaba yo enrollado en una cobija y durmiendo en un petate sobre el techo de la aduana.  El plomazo me despertó.  Era la primera vez que alguien me disparaba.  La bala se incrustó en el parapeto.  Confieso que me orine de miedo.

--¡Alerta! ¡Despierten cabrones! –gritaba Domínguez.  Iguales gritos se oyeron abajo, en el galerón principal de la aduana.

Me despabile afortunadamente antes de que Domínguez me diera una patada.  Agarre mi máuser y atisbe por encima del parapeto.  La noche era muy oscura.  Creí ver unas sombras moviéndose a lo largo de la calzada.

--¡Vienen los maderistas! –alcance a gritar.

Domínguez y su gente ya estaban haciendo ajustes al mortero.  Un par de plomazos se incrustaron en el parapeto.  Yo me hice un ovillo detrás de este.

--¡Fuego! –ordeno Domínguez y el mortero lanzo su primera granada.

Hubo una explosión en la calzada.  Se oyeron mentadas de madre.

--¡Muera el mal gobierno pelones putos!

--¡Chingue a su madre Porfirio Díaz bola de putos!

Abajo el resto del 88 estaba ya soltando plomazos aunque me temo que era a lo pendejo porque casi no se veía nada.  Domínguez lanzo otro mortero y esta vez se oyó un grito de dolor.

--¡Hijos de la gran puta! –grito una voz que por alguna razón se me hizo conocida.

A pesar de la oscuridad, alcance a ver a una figura recoger a otra que estaba prostrada en la calzada.  Levante mi rifle.  Era un fulano grandote.  Luego, mucho después, me entere que sí, era mi tío.  Si, le dispare, lo admito, pero afortunadamente no creo haberle pegado.  Era la primera vez que le disparaba yo a un cristiano.

Así nos tuvieron amagando toda la puta noche.  De vez en cuando arreciaba la balacera en otro rumbo de Ciudad Juárez.  Poco a poco fue creciendo el estruendo.  Para cuando amaneció la balacera era constante.  Ya con luz Domínguez y su mortero había hecho estragos y bajas entre los maderistas que trataron de aproximársenos.

La Casa de Adobe – cuartel de Madero

--¡Don Pascual! –grito Madero alterado--. ¡Tiene usted que poner fin a esto!  ¡Ya estoy en pláticas con el gobierno para que nos entreguen la plaza!

Ante Madero se encontraban Orozco y Villa.  Madero los habia ido a buscar con urgencia a El Paso donde estaban comiendo helados.

--Son solo unos cuantos exaltados, señor Madero –contesto Orozco.

--¡No me importa cuántos sean!  ¡Usted tiene que poner orden entre las filas! –exigió Madero.

--Ya la gente está muy enchilada, señor Madero –apunto Francisco Villa--.  Los pelones nos han hecho muchas bajas.  Si le pide a los muchachitos que no le entren se nos van a sublevar.

--Entonces, ¡disciplínenlos!

--No sería tan fácil, señor Madero, y se lo digo con todo respeto –dijo Orozco--.  Como dijo el coronel Villa la gente ya está muy enchilada.

Se oyeron varias detonaciones.

--¿Qué diablos es eso?  ¿Es nuestra artillería?  Yo no ordene que abrieran fuego.

--No le digo, señor Madero –insistió Orozco--.  Esto ya nadie lo controla.

Madero sacudió la cabeza.

--¿Y si los pelones nos derrotan?  ¿Qué hacemos entonces señores?

--Usted confié en la tropa, señor Madero –aseguro Villa--.  Déjenos entrarle con todo y vera que Ciudad Juárez cae.

--Válgame Dios –dijo Madero cayéndose pesadamente en un viejo sillón--.  Bien, que sea lo que Dios quiera.  Adelante, señores, tomen Ciudad Juárez si creen poder hacerlo.

Orozco y Villa salieron de la casa de adobe y ya afuera se dieron un abrazo de júbilo.

Aduana de Ciudad Juárez

--Tengan –dijo el sargento Toribio entregándonos parque--.  Solo disparen cuando estén seguros del blanco.  No tenemos mucho parque ya.

--Sargento –le dijo Domínguez a Toribio--, dígale al capitán Cervantes que me quedan tres obuses.  Necesito más munición si vamos a sostenernos aquí.

--Enterado, Domínguez –respondió Toribio--.  Veré que se puede hacer.  Pero ya no tenemos comunicación con Navarro.

Dos horas más tarde Domínguez soltó su último obús y este deshizo una embestida maderista.  La calzada ya estaba toda horadada con cráteres.  Los rebeldes se habían atrincherado entre los escombros y desde ahí nos balaceaban constantemente.  Domínguez había resultado ser todo un experto artillero: se observaban montones de cadáveres de los maderistas. 

Dentro del galerón principal de la aduana las soldaderas hacían lo que podían para ayudar a nuestros heridos, que ya eran como una docena.  No teníamos ni un triste botiquín, solo sotol para ayudarlos a bien morir.                               

--A ver, ¿Qué tanto parque les queda? –nos preguntó el sargento Toribio. 

Le mostré el manojo de balas que todavía me quedaban.  El otro infante del 88 tampoco tenía ya mucho parque.  Toribio sacudió la cabeza.

--Escuchen, nos llegó orden de Navarro que nos congreguemos en el cuartel del 14 batallón. 

--¿Vamos a evacuar, sargento? –pregunto Domínguez.

--Sí, es la orden.

--Pos ustedes son infantería –apunto Domínguez--.  A mí no me ha llegado instrucción alguna.

--Si se queda lo fusilan los maderistas, Domínguez.  Les hizo usted muchas bajas.

--De pendejo me quedo entonces.  Yo y mi gente nos pelamos para el otro lado.

Toribio lo vio fijamente por un momento.  Técnicamente era deserción ante el enemigo lo que proponía Domínguez y eso se castigaba con la pena de muerte.  Pero de muy poco valor seria para la infantería del 88 que Domínguez y su gente nos acompañaran. 

--Pos píquele y aproveche mientras todavía tiroteamos –explico Toribio sonriendo--.  Nosotros nos ahuecamos el ala en quince minutos más.

Nunca supe si Domínguez y su gente sobrevivieron pues los maderistas casi habían rodeado en su totalidad a la aduana. El caso es que quince minutos después lo que quedaba del 88, como ochenta hombres, nos arremolinamos junto al portón principal de la aduana.  Cervantes ordeno dejar atrás a nuestros heridos a cargo de dos soldaderas viejas que se ofrecieron a quedarse con ellos.  Me temo que Cervantes tenía razón: era imposible llevar con nosotros a los heridos.  Las otras soldaderas marcharían entre en medio de nuestro grupo para protegerlas.

Con gran solemnidad, Cervantes ordeno quemar la bandera del batallón para que no cayera en manos del enemigo.  Luego saco su pistola y nos encaró.

--¡Síganme cabrones! –ordeno Cervantes.

Y tal hicimos, en medio de una balacera nutrida que nos soltaron los maderistas y nos mataron mucha gente.

En una casa junto al cuartel principal de Navarro Francisco Cárdenas, el rural, entro rengueando y cubierto de sangre.

--¡Francisco!  --exclamo La Grilla al verlo--.  ¡Santo Dios!  ¡Estas herido!

--No mujer.  No es mi sangre, es la de mi caballo.  La caballería intento una embestida y me mataron mi animal.  El cuaco cayó sobre mí y casi me rompe una pierna.

--Bendito sea Dios que estas por lo menos vivo, Francisco, ¿Qué hacemos entonces?

--Carajos, mujer, este arroz ya se coció.  Hay rebeldes en todos lados.  Escucha, espérate a que caiga la noche.  Nos intentaremos pelar para el otro lado.

--¿Pero, puedes andar?

--Átame un trapo en el tobillo.  Creo que tengo fractura.  Y dame un trago de sotol.  Si, así podre caminar aunque sea renqueando.  Yo no me quedare aquí cuando entren estos cabrones maderistas.

Ya habíamos llegado a la placita frente al cuartel del 14 batallón cuando una balacera nos diezmo.

--¡Retrocedan! –Ordeno Cervantes--.  ¡El cuartel del 14 está en manos de los maderistas!

--¿Para donde jalamos entonces capitán?  --pregunto Toribio.

--Vamos al que llaman corral de los cowboys.  Ahí oí que Navarro tenia un cuartel.

Nos retiramos en tal dirección bajo el fuego nutrido de los maderistas.  En efecto, Navarro estaba en una casona junto al corral ese.  Éramos solo 20 soldados y unas cuantas soldaderas cuando llegamos.  El resto se había muerto o habían caído heridos o habían desertado. 

Unas horas después Navarro rindió la plaza.

Castillo de Chapultepec

--¿Está seguro? –pregunto Limantour. 

--Es lo que nos indican desde El Paso –contesto el secretario de guerra, el generalote con la cicatriz que le había hecho un zuavo en el Loreto.

--¡Pero Ciudad Juárez es tan solo una plaza chilera! –exclamo el secretario de gobernación.

--Y Navarro solo tenía mil hombres –explico el generalote. 

--¿Por qué no lo reforzaron, general? –pregunto Limantour. 

--Los pinches maderistas bloquearon la vía.  No podíamos hacerles llegar refuerzos. 

--No me suena razonable, general –dijo hoscamente Limantour.

--¿Qué hacemos? –pregunto Gobernación. 

Limantour sacudió la cabeza.  Propiamente, el de Gobernación era el que debería sugerir una alternativa.  Era evidente que el hombre había sido rebasado. 

--Señores, tiene que haber, me temo, una salida política.

--O sea, ¿Qué renuncie don Porfirio? 

--Si. 

--¡No chinguen! –exclamo el generalote--.  ¡Ciudad Juárez es tan solo un pueblote chilero!   

--Señor general –dijo con frialdad Limantour--.  Tal vez así sea, pero los mercados reaccionaran desfavorablemente. 

--¿Y a mí que carajos me importan los mercados?  --rugió el generalote--.  ¡Tengo diez batallones listos para embarcar al norte!  Carajos, ¡nunca tuve más de cien infantes conmigo cuando me enfrentaba a los franceses! 

--¿Y con que les va a pagar a su gente, señor general? –pregunto Limantour—.  El crédito del gobierno se va a esfumar en cuanto se sepa de la caída de Ciudad Juárez.  Nadie comprara nuestros bonos. 

--¡Puta madre! –exclamo el militar dejándose caer pesadamente en un sillón. 

--¿O sea?  ¿Esto es el fin, don Yvo? –pregunto Gobernación. 

--Tenemos, repito, que buscar una salida política, señores.  Si, don Porfirio tendrá que exiliarse, que se yo, irse a Europa.  Pero no se preocupen, señores, conozco bien a la familia Madero.  Son hacendados.  Acuérdense: perro no come perro. 

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