Monday, November 11, 2013

XVI. La Güidoumaiquer


XVI.   La Güidoumaiquer

Finales de septiembre de 1968

Me llevaron de regreso al multifamiliar en Tlatelolco (ver el capitulo anterior "El Honor de Mexico: http://novelaelultimotren.blogspot.com/2013/11/xv-el-honor-de-mexico.html).  Ya se imaginaran…doña Lupita puso el grito en el cielo al verme regresar todo madreado, Dios la bendiga.  Yo tenía un ojo morado y contusiones.  Me ayudaron a quitarme el uniforme y me vistieron en mi bata.  Afortunadamente no tenía huesos rotos.  Logre a base de mucho rogarles que me dejaran solo.  Mi botella de cognac estaba a la mano.  Me senté a ver la plaza.  Ya atardecía.  Comenzaba el chipi chipi.  

Fue entonces que me di cuenta que usted estaba ahí contemplándome con azoro a través de la lectura de estas letras.  En fin, levante mi tarro y brinde a su salud y le pedí que se sentara junto a mí.  Solo siento no poderle dar un trago del cognac.

Por respeto a usted le pido perdón si divago. Ya estoy viejo. No creo que les pueda decir en qué año estamos pero cuando sueño los recuerdos me invaden. Así que le estoy muy agradecido por tenerme paciencia y oír las historias probablemente imprecisas que le relatare.  Créame, por mi honor, si miento, no es porque trato de confundirlo.  Es por lo pendejo.  Le suplico, no le pida usted precisión a un viejo pendejo medio loco que ya ha vivido mucho.

Sabe, esta putiza que me acaban de dar me recuerda otras.  Parece que todavía siento ecos del dolor que tenía cuando me dieron el palazo en la sien los pinches yaquis en el cuerpo a cuerpo en Celaya. Y creo ver la crin negra azabache de la Babayaga y sentir las manos pequeñas pero firmes de Brígida sosteniendo las riendas. 

Ah, sí, Brígida.  Recuerdo cómo fue que conocí por primera vez a Brígida.

Fue antes de Celaya, en Ciudad Juárez, donde Villa había acantonado a la división del norte para municionarse del otro lado. Ya ven que la revolución fue un gran negocio para los vendedores de armas. El proveedor principal del centauro era un tal Jacobo Surasky, un judío, al que el centauro le pagaba con puros centenarios. Cuando no le cumplió con un cargamento, el centauro fue a cobrárselo a Columbus. Pero esa es otra historia.

El rompimiento Villa-Carranza fue casi inevitable una vez que cayó el pelón Huerta. A Carranza no le gusto la propuesta de Villa para solucionar el problema.

--Muy sencillo --sugirió el centauro--, ¿qué tal si Carranza y yo nos suicidamos? Mientras estemos vivos no vamos a llegar a ningún acuerdo. El viejo quiere mangonear y yo no derroque a Huerta solo para poner a otro hijoeputa en la silla. Si ambos desaparecemos le ahorraríamos mucha sangre a la nación y demostraríamos nuestro patriotismo. ¿O qué? ¿Le tiene miedo a la muerte el viejo barbas de chivo?

Por respuesta a esta sugerencia, Carranza telegrafió que iba a mandar un representante para negociar con Villa.

--¿Qué chingaos quiere negociar el viejo? --se preguntó el centauro--.  ¿Qué hay que decidir? ¿El calibre de las balas a usar para suicidarnos? Yo sugiero una mitigüeson calibre 45. Pero si él quiere usar una Colt pos es ya su gusto.

--Mi general --dijo Felipe Ángeles--, por lo menos hay que recibir al enviado a ver que quiere proponer Carranza.

--Lo mejor sería fusilarlo en cuanto se presente --sugirió mi general Fierro.

--¡Por Dios!  ¡Señor general Fierro!  ¡Eso sería una salvajada! --se apresuró a protestar Ángeles. Y es que el ex-director del colegio militar era todo un caballero y tenía un alto concepto del honor--.  La persona de un enviado es sagrada. No se le debe tocar.

--Bueno, y a todo esto --pregunto Villa--, ¿a quién envía el viejo? ¿A Pablo González?

--No, no es González --contesto Ángeles.

--¡Pos claro que no! --se rio Fierro--. El Pablitos es el mayate del viejo. No va a querer que se lo ajusilen.

--Es un general sonorense --explico Ángeles--.  Se llama Álvaro Obregón. Fue el que tomo Topolombambo con una maniobra muy inteligente.

--¿A poco? --había algo de escepticismo en la voz del centauro--.  Ya he oído de él, es un perfumadito. Pa mí que fueron los yaquis esos que usa los que son los de armas tomar. Esos cabrones indios ni hablan español ni les gusta tomar prisioneros.

--Pos quien quita si algún día nos los encontramos --añadió Fierro--.  Yo estoy dispuesto a enseñarles a hablar español a base de plomazos.

--¿Ya ve que estoy en lo cierto, mi general Ángeles? --se rio el centauro--.  ¿No le he dicho siempre que mi general Fierro debería dedicarse a maestro rural en lugar de andar en la bola?  ¡Él tiene mucho que enseñar!

--Por el bien de la niñez mexicana y el de la nación yo pienso que el talento militar del general Fierro es mejor empleado aquí con nosotros --respondió Ángeles diplomáticamente.

Yo estaba entre los muchachos de la escolta cuando llego Obregón. Le he de reconocer al cabrón que tenía huevos. No cualquiera se mete en la guarida del centauro a imponer condiciones, pues esto fue lo que el viejo le ordeno hacer según supe luego. Tal vez el viejo ya presentía que Álvaro algún día se le iba a voltear y lo mando a ver si el centauro le hacia el favor de fusilárselo.

Pero el caso es que Obregón se apeó del tren, saludo nuestra bandera, y fue recibido cortésmente por mi general Ángeles que era, repito, todo un caballero. Obregón era un hombre fornido, un poco gordo, con el bigotazo todavía negrísimo entonces. Yo lo vide ya cadáver después de la Bombilla y para ese entonces el bigotazo ya estaba casi blanco. Vestía Obregón un uniforme de muy buen corte, gorra de general con su aguilita, y botas federicas lustrosas con espuelas de plata. Mi tío estaba también en la escolta y me comento después:

--Ese es un gallo fino, le va a dar buena pelea a Pancho si no lo fusilamos al amanecer.

Como escolta nos tocó estar de guardia a la entrada de la casona donde se celebraron las pláticas. Las voces subían de tono. Se oyeron mentadas. Mi tío me vio y me susurro:

--Tenemos fusilamiento en la madrugada.

--Si no es que antes --conteste.

--Señores, por favor --suplico Ángeles--, no tiene porque esto llegar a tales extremos. Les sugiero que hagamos una pausa. Me acaba de llegar una invitación. Es del general Pershing, el encargado de la guarnición del otro lado, en El Paso. Porque no dejamos por la paz esto y vamos a visitarlo?

--Pos yo no tengo ningún problema --dijo el centauro--.  Las broncas las crea el señor Carranza con su intransigencia.

Fierro vio al centauro torvamente. Era obvio que solo esperaba una orden para “quebrarse” a Obregón.

--Señores, creo que sería lo mejor aceptar la invitación del general Pershing --continúo Ángeles--.  Además, creo, por patriotismo que debemos poner a un lado nuestras diferencias si vamos a ver a este gringo. No debe de ver que hay divisiones entre nosotros.

--En eso tiene razón el general Ángeles --dijo calladamente Obregón. Estaba rete pálido.

--Bueno, Felipe…pos vamos a visitar al gringuito ese --contesto el centauro. La tensión bajo.

En esos tiempos no había bronca para cruzar la frontera. Villa cruzo con Obregón y con nosotros por escolta. El gringo Pershing nos recibió cortésmente. Acababa de tomar la comandancia de El Paso. Tenía el mando de un regimiento de caballería, los llamados buffalo soldiers, en su mayoría negros a los que así les llamabn los pieles rojas por tener el pelo pasita. El centauro y Obregón pasaron revista a la guardia de estos. Estaban bien equipaditos y se veían fornidotes, bien alimentados. Tanto mi tío como los otros muchachos de la escolta nos les quedamos viendo fijamente. En nuestra mente estaba la pregunta obligada de todo militar que ve por primera vez a un posible adversario: ¿que tan buenos soldados serian estos negritos? Unos años después, en El Carrizal, supe que tanto valían. Les partimos la madre.

Los oficiales eran todos blancos. La carne de cañón, como dije, eran puros negros. Típico ejercito gringo. En ese tiempo Pershing era un gringo bastante jovial. Según me cuentan unos años después se le amargo el carácter cuando se murió su mujer e hijas en un incendio. El centauro le lleno el buche de piedritas cuando entro en México con la expedición punitiva. Nunca tuvo tan cerca a Pancho como lo tuvo ese día. Luego por supuesto comando al ejército gringo en Europa y la matazón que sufrieron lo acabo de amargar.

Pershing nos inspecciono. Detrás de este venia un subalterno, alto, bien parecido, joven. Era el teniente George S. Patton. Del centauro Patton aprendería el valor de la audacia, de cómo mover gente con rapidez, sin prestar atención a lo que haga el enemigo.  Villa tal vez no tenía ni idea donde carajos estaba Francia pero seguía inconscientemente la máxima de Danton, “¡la audace, tojours la audace!”


Pero ese día Patton se me quedo grabado en la memoria por otra razón. Resulta que el centauro presento a sus oficiales y a Álvaro. Como siempre, mi general Ángeles mostro su caballerosidad. Álvaro se portó correctamente. Pero cuando Patton estrecho la mano de Fierro…el caso es que los dos se quedaron mirando uno al otro fijamente, sin querer soltar la mano del otro.

--Al rato hay muertito --me susurro mi tío--, a ver si no nos lo cobran en dólares.

El centauro por supuesto se cagaba de la risa.


--Ya suéltelo compadre. Ya vide oste que del odio al amor hay solo un paso. Luego empiezan las murmuraciones.

Siguió la foto del recuerdo. Ahí están los cuatro, el centauro, Obregón, el futuro presidente de México, Pershing, y Patton, el futuro comandante del tercer ejército gringo en Europa, que esta detrás de Pershing. De los cuatro, el centauro es el más seriecito aunque había una leve sugerencia de sonrisa bajo el bigote. ¿Acaso sentía el peso de la historia?  ¿O es que se sentía culpable porque iba a compartir el pan y la sal con los que intuía serían sus futuros enemigos?

Por otra parte, Obregón parece estar diciendo: pos mira con qué clase de hijoeputas he venido a parar.  Tal vez fue entonces que concluyo que Carranza lo había mandado a Cd. Juárez para que lo fusilaran y de ahí fue que decidió tumbar al viejo.  Quien ve la foto no puede sino concluir que Dios tiene un humor negro.

Pershing está cagado de la risa por estar a punto de tener su lunch con un “Mexican bandito”. Patton comparte la misma hilaridad con su jefe. Belicoso por naturaleza, Patton era de los que disfrutaban encontrarse a otro gallo como Fierro. 

Nos tocó guardar las espaldas de los generales mexicanos. La comida transcurrió con bastante jovialidad. Los únicos que no decían palabra eran Fierro y Patton. Se habían sentado uno frente al otro y se contemplaban sin mucho disimulo. Yo pensaba que las cosas no iban a pasar a mayores hasta que Pershing cometió un error.

--Georgie there is an Olympic champion --dijo Pershing, explicando que Patton había triunfado en las olimpiadas compitiendo en el equipo de equitación y en el de tiro, cosa que Ángeles tradujo.

--Saber montar y tirar son excelentes cualidades en un oficial --replico Ángeles.

--El único cabrón que tira y monta mejor que yo es mi general Fierro --explico el centauro.

--What do you mean general? --pregunto Patton. Ángeles tradujo. Patton quería que se explicara.

El centauro se rio.


--Pos vera, mi general Fierro puede montarse en un caballo, por rejego que sea, salir a galope tendido y todavía tumbarle de un balazo un puro a un hombre a 50 metros de distancia.

--You gotta be kidding me! --exclamo Patton en tono burlón. Ángeles no se atrevió a traducir. Obregón, que más o menos hablaba el inglés palideció.

--Gentlemen, please –se apresuró a decir Pershing con tono conciliador.

El centauro era como los perros. Nomás por el tono de voz sabia cuando alguien se burlaba de él.

--Para mí que el señor teniente Patton duda de lo que estoy diciendo –contesto el centauro. Tenía una sonrisa en los labios. Los ojos, sin embargo, estaban fríos, como los de un tigre.

Pershing suspiro. Era evidente que algo se tenía que hacer pues la comida iba a acabar como el rosario de Amozoc.

--Gentlemen --continuo Pershing sacando una caja de puros de una gaveta--, perhaps a friendly bet would be in order. Say the winner gets all of this box of Havanas?

Se iba a hacer una apuesta. El ganador se ganaría toda la caja de puros. Por supuesto que las cosas procedieron inevitablemente desde ahí.  Salimos todos a un llano junto a la casona.

Fierro camino ante nosotros, viéndonos fijamente. Por un momento pensé que iba a escoger a mi tio. Pero luego me vio.


--¡Tu! ¡Sígueme!

No tuve más remedio que murmurar:

--Sordenes mi general.

Para que las cosas estuvieran iguales, ambas partes accedieron a montar el mismo caballo. Patton por supuesto produjo el más rejego que había en el regimiento, una yegua endemoniada llamada Güidoumaiquer (Widow Maker o creadora de viudas) o algo ansina.

Se echó un volado. Patton iría primero. Para empezar pusieron a un negro con un puro encendido a 30 metros. Patton hizo toda la faramalla de escoger unas pistolas de un estuche lustroso, inspeccionar el cañón, sopesar el arma. Luego se montó en el animal. Era, en efecto, bastante rejego. Patton tenía problemas en mantenerse en la silla.

Cuando el pobre negro se percató de lo que se esperaba de él se puso pálido y los ojos los tenía dilatados. Patton arranco a todo galope. El disparo fue, en efecto, de campeón olímpico. Hasta los mexicanos aplaudimos. El pobre negro casi se desmayó.

--Dame tu fusca --me ordeno Fierro. Yo tenía una pistola vieja y herrumbrosa. Fierro nomas la sopeso--.  Ta güena.

Me llevo a mitad del terregal adonde se había parado el negro.  Había un charco de orines ahí.  No lo culpo.

--No te muevas. Si oyes el disparo eso quiere decir que la bala ya paso. Si no lo oyes entonces nunca lo oirás porque estás muerto.

Me prendió el puro, cosa que agradecí porque mis manos me hubieran temblado.


--¡Soooo! --dijo Fierro como quien le habla a un caballo--.  Quieto muchachito, yo sé lo que estoy haciendo.

Luego se puso a jurar. Contemplaba su mano que temblaba.

--¡Puta madre! ¡Que no tome lo suficiente en la comida carajos!-- Luego se puso a carcajear como el mismo satanás mientras pidió que le dieran una botella de whisky y se tomó la mitad de esta.

Fierro se le acerco a la Guidoumaiquer y la agarro de la brida. Le empezó a hablar quedito y en susurros. No había nada de la brusquedad y fuerza que había usado Patton. Después de unos minutos de esto, que todos contemplamos atónitos, se montó sin muchos problemas sobre el animal.

--Es cosa de saber cómo hablarles a las mujeres y a las yeguas. Pal caso reaccionan igual.

Cerré los ojos. Los segundos se me hicieron una eternidad. Oí el galope del animal. Rece, sí, porque Fierro tuviera buen control de la bestia y que no estuviera muy borracho. Oí el disparo. El puro se desintegro. Siguieron los aplausos.

Patton gano el segundo volado. Esta vez el negro fue puesto a 50 metros. Una vez más, Patton tuvo buena puntería.

Pa que más que la verdad, tal vez porque era yo un chavo pendejo, pero me sentí muy confiado en mi general Fierro. No me defraudo.

--Pos ora a 100 metros, ¿qué les parece? --pregunto el centauro.

--So be it --contesto Patton. Fierro se carcajeo y tomo un trago de su botella de whisky.

Esta vez Fierro gano el volado. Personalmente me llevo y me puso a 100 metros.


--Pórtese machito. No hay que avergonzar a la división del norte.

--¡No mi general! --respondí.

De todas maneras me dio un trago de la botella. Era whisky del bueno. Luego él se tomó el resto de la botella y la aventó.  Se encamino trastabillando rumbo a la yegua. (Mi tío luego me aclaro que Fierro tiraba mejor cuando estaba briago.)

Oí los cascos del animal. Fierro iba otra vez a todo galope. Por un momento me acorde de lo herrumbrosa que estaba mi pistola. Las palabras de mi tío, que siempre me había estado chingando para que la limpiara, me vinieron a la mente. ¡Iba a morir por desidioso! Pero no tuve ni tiempo de aputarme. El puro se volvió a desintegrar y una fracción de segundo después oí la detonación de mi pistola vieja.

Luego, cruzando la frontera entre El Paso y Ciudad Juárez, Fierro me estrecho la mano.

--Toma --me dijo dándome la mentada caja de puros. Estaba muy pesada. La abrí y me percate que no solo tenía puros sino estaba llena de centenarios--.  Te los ganaste a pulso, muchachito. Pobrecito negro. Por lo menos no sufrió.

Pos si me sentía muy machito cuando llegue al cuartel. Mi tío me dijo que tenía licencia el resto del día. Enfrente del cuartel estaban los trenes de la división del norte. Bien dicen que las emociones fuertes despiertan el libido. A pesar de muy soldado, lo confieso, todavía no conocía mujer. Pero me puse a caminar entre los bivaques de las soldaderas como gallo jarioso.

La cabrona de Brígida me ha de haber olido. El caso es que la vide sentada en la escalera de un vagón comiéndose una manzana con todo el desparpajo de nuestra madre Eva. Al verme acercar me dio una sonrisota. No había nada que malentender. Tenía un hombro al descubierto. Sentí unas ganas tremendas de mordérselo, a pesar que nunca en mi vida la había visto. Si me acusaban de violación el centauro me hubiera fusilado de inmediato.

--¿Y tú cómo te llamas? --me pregunto.

Las palabras de Fierro, de que a las mujeres y las yeguas había que hablarles igual, me vinieron a la mente. Pero pos la prieta que estaba frente a mí no tenía una brida. ¿Cómo le iba a hacer para montarla?


--Manuel. ¿Y oste?

--Brígida.

--¿Tienes hombre Brígida?


La pregunta era pura precaución. No te podías poner a hablar con una soldadera así como así. Si tenía un Juan era mejor dejar las cosas por la paz.

--No. Ya enterré dos. ¿Sabes dónde hay uno? --La cabrona hizo como que veía a mí alrededor ignorándome.

En mi bolsa tenia uno de los centenarios. Los otros se los había dado a mi tío para guardar.


--Pos yo estoy aquí.

--¿Pos cuántos años tienes?

--Veinte --mentí.

--Te llevo varios años --contesto.

--Pos entonces me puede enseñar muchas cosas, ¿no? ¡Yo respeto las canas!

--¡Pinche chamaco cabrón! --dijo riéndose.

--¿Porque no se viene conmigo? Tengo plata. Vamos, la invito al otro lado. Vamos a comer y nos quedamos en un buen hotel.

--¡Órale! ¿Pos a poco tu eres un general?

--Pos casi casi.


Y así fue como me la lleve. No, esa noche no cabalgue, como decía García Lorca, “potra de nacar”, más bien cabalgue una potranca azabache y tan rejega como la Güidoumaiquer.

Regresamos muy tempranito a Ciudad Juárez. Ya éramos hombre y mujer. Busque a mi tío.

--Tío, déjeme presentarle a…

--Luego, muchacho, que bueno que regresaste. Tú y yo somos parte del pelotón de fusilamiento.

Según supe luego en cuanto regresaron a México Villa le ordeno a Fierro que arrestaran a Obregón. Esto a pesar de las protestas del general Ángeles. Pancho Serrano, que fue arrestado también, no iba a ser fusilado. El centauro quería que se encargara de llevarle el cadáver de Álvaro al viejo barbas de chivo.


--¡Pa que el cabrón viejo aprenda a no estarme mandando perfumaditos!

Se requiere mucha entereza para enfrentarse al centauro cuando estaba enchilado. Sin embargo, con todo tacto y diplomacia fue lo que hizo Ángeles. Todos sus esfuerzos fueron en vano. Ángeles y el general Roque Gonzales Garza, futuro presidente de la convención, tomaron una decisión desesperada. Solo había un hombre capaz de torear al centauro. Buscaron a Rodolfo Fierro.

--Mi general --empezó Gonzales Garza--, sé que usted es un hombre que aprecia la valentía.

--¿Qué chingaos quieren?  A mí no me digan zalamerías pendejas --contesto el ex-garrotero con voz aguardentosa pues ya estaba bastante fumigado.

Mientras, nosotros ya habíamos ido a sacar a Obregón del calabozo donde lo habían metido. Obregón tenía el rostro cetrino. Pancho Serrano, que caminaba a su lado, tenía los ojos desorbitados.

--Tengan estos pesos muchachos --dijo Obregón dándole una plata a mi tío.

--Gracias, mi general. No se preocupe. Le haremos bien el trabajito.

Era costumbre repartir dinero entre los que te van a fusilar para que no te tiraran a los huevos.


Un capitán estaba a cargo de la escolta y le pregunto:

--¿Tiene una última voluntad mi general?

--Si, ¿tiene alguien un habano? Como que se me antoja un último puro --contesto Obregón sonriendo. Carajos! Que me sentí rete chiquito por lo que iba a hacer.

Me apresure a ofrecerle uno de los habanos de Pershing.

--Aquí tiene uno mi general.

Pusieron a Obregón frente al paredón. Fumaba su habano muy quitado de la pena, como quien ve el trajín de una plaza de armas los domingos.

--¡Preeeeepareeen! --ordeno el capitán.

--¡Apuuunteeeen!


Centre mi mira en el pecho de Obregón. Tenía encañonado al futuro vencedor de Celaya, al futuro presidente de México, al caído en la Bombilla...con un leve presionar del gatillo de mi Mauser iba a cambiar la historia de México 

--¡AAAALLLTOOOO! --gritaron Felipe Ángeles y Roque Gonzales Garza. Venían corriendo acompañados de Fierro. Sabrá Dios que labia usaron pero convencieron a Fierro de que hablara con su compadre.

--¡Escolta! ¡En descanso! ¡Ya! --ordeno el capitán.

--Nomás porque oste me lo pide, compadre, le concederé el indulto a ese perfumadito --había dicho el centauro--. ¡Pero estoy seguro que algún día me voy a arrepentir!

¡General Obregón! --anuncio Ángeles jadeando--.  Tiene usted cinco minutos para salir de aquí con su tren.  ¡No respondo si se dilata un minuto más!

La máquina del tren de Obregón se oía pitar en lontananza cuando le presente a mi tío a Brígida.

--Tío, esta es mi mujer.


Mi tío vio a Brígida. Ella le sonrió. Bien sabía mi tio que los “matrimonios” en la bola no duraban mucho. Casi siempre la mujer quedaba viuda. Si Brígida había tenido otros hombres no era cosa de escandalizarse.

--Bonita yegua te encontró --dijo finalmente mi tío sonriendo.

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