Sunday, November 3, 2013

XXI. La Columna de Mujeres

Victoriano Huerta
XXI. La Columna de Mujeres

Ciudad de México – febrero de 1913

Las soldaderas del regimiento de rurales eran como 600 mujeres. En cuanto vieron al regimiento montar y marchar rumbo a la capital también se pusieron en camino. Algunas estaban en avanzado estado de gravidez y otras llevaban a un niño envuelto en el rebozo mientras lo amamantaban. Pero aun estas se fueron “al pasito” rumbo a la capital.

El grueso de la columna de mujeres llego a la capital cuando atardecía. Entre más se acercaban a la capital más eran los rumores y detalles confusos que les llegaban. Que había habido una batalla. Que los rurales habían tomado parte. Que habían tomado La Ciudadela. No, que no habían entrado en batalla. O, peor, que el regimiento había sido masacrado.
En todas las comandancias y piquetes que encontraban las mujeres solicitaban información sobre sus hombres. ¿Estaban acuartelados? ¿Dónde? Y si había bajas, ¿en qué hospital los trataban? Pero no, nadie les daba razón. Y esto las enfurecía.

--¿Por qué nadie nos puede dar información sobre el regimiento de rurales? –exigía la Grilla a un capitán en una comandancia de un batallón de zapadores adonde la columna de mujeres había llegado.

--Ya les dije, señoras que no hay información.

--¿Cómo chingaos no?

--¿Por qué no nos dicen?

--¡Son nuestros hombres!

--El sargento Felipe Mendoza, mi capitán, seguro usted lo conoce.

--¡Como chingaos lo voy a conocer! ¡Nosotros somos zapadores!

Las mujeres no oían razón.

--¡El cabo Cepeda! Tiene una cicatriz en la jeta.

--¡Domitilo Sáenz!

--¡Jacinto Colmenares!

--¡Señoras! ¡Por favor! ¡No tengo información!

--¿Entonces que carajos hacemos?

--No sé, vayan a palacio nacional –sugirió con desesperación el capitán.

--¡Sea! –grito la Grilla--. ¡A palacio carajos! ¡Que Madero nos responda de nuestros hombres!

--¡Si! ¡A palacio!

--¡Que responda Madero!

--¡Señoras! ¡Váyanse con cuidado! ¡Palacio nacional está bajo el fuego de la Ciudadela! –grito el capitán.

Pero la marabunta de mujeres no lo oyó o no le hicieron caso.

--Doña Esther –le dijo una de las mujeres a la Grilla--. He oído rumores muy feos.

--Son habladurías, doña Jacinta. Estos cabrones no saben ni como limpiarse el culo. Si hubo batalla nos darán detalles en la capital.

--Jijos, ojala que les hayan dado un buen rancho a los hombres. Mi Toño tiene buen diente y con el rancho del ejército no se completa.

--La yegua de mi marido daba indicios de cojear. No creo que le hayan dejado entrar a la batalla con ese animal.

--¿Pos que tanto pelean? ¡Si don Porfirio ya se fue! –dijo otra mujer.

--Son los de arriba –explico la Grilla--. Un tal Félix Díaz tiene broncas con Madero.

--¡Pos que se agarren a cuchillazos los dos viejos esos!

--¡Si! Si nos matan a nuestros hombres, las jodidas somos nosotras.

--¿Y cuál es la bronca que se traen Díaz y Madero?

--Todos esos cabrones se andan matando por la puta silla.

--¿Cuál silla? ¿Es de montar?

--No, ¡la silla presidencial!

--Es que es cosa de política –explico la Grilla--. Y esa cosa es el arte de convencer a unos 
infelices pendejos que se vayan a matar por un chango que ni se ensucian las manos. Por eso los llaman políticos a los que mandan gente a matarse ansina.

--¿A poco ellos ni se ensucian las manos?

--Nadita. Es más, ni sudan y se la pasan rascándose los huevos mientras unos pobres pendejos se matan entre sí.

--Pos yo quiero ver las manos de ese Madero a ver si en verdad están limpias.

--Si las tiene limpias. Igual las tiene el tal Félix Díaz. Los políticos hacen un juramento de andarse lavando las manos a cada rato.

--¿Cómo el Poncio Pilato que cuenta el curita?

--Correcto. Ese cabrón Pilato era político. Se lavaba las manos a cada rato y tenía a sus romanos para que hicieran el trabajo sucio. Por eso en palacio nacional tienen un baño para uso exclusivo del presidente para que se lave las manos cuantas veces quiera. Y Félix Díaz ha de tener también un baño chingón en La Ciudadela.

Pero las mujeres fueron detenidas y no pudieron entrar al centro.

--Señoras, no pueden seguir –les explico un coronel del estado mayor--. Los rebeldes están bombardeando palacio nacional.

--¡Pero queremos ver a nuestros hombres!

--Mi coronel, ¿Qué sabe del regimiento de rurales? –pregunto la Grilla.

El coronel titubeo por un momento.

--Señoras, el regimiento de rurales tuvo bajas…muy graves. Lo mejor es que vayan a la plaza de Santo Domingo. En el templo hay un hospital de sangre y ahí están llevando a los heridos.

-- ¿Cómo? ¿Qué tan graves fueron las bajas? --exigió la Grilla-- ¡Díganos la verdad!

--Casi no hay sobrevivientes del regimiento de rurales. Lo siento.

El golpe fue tremendo. Los aullidos de dolor y el llanto se generalizaron. Y en medio de sollozos y ruegos desesperados al santísimo la columna de mujeres se dirigió a Santo Domingo.

Francisco Cárdenas seguía acurrucado junto a la panza de un cuaco muerto. Balderas estaba cubierta con charcos de sangre y mojoneras de entrañas por doquier. Cárdenas se había embarrado sangre en la cara y en las ropas para parecer otro caido. Era natural que ya se hubiera iniciado el mosquero. En cierto momento, Cárdenas sabía, se iba a tener que pelar. Pero los alzados pululaban y estaban rematando a los heridos. Cárdenas decidió seguir fingiendo que estaba muerto y esperar a que anocheciera.

--Despierte, amigo, sé que está vivo –le dijo Cervantes apuntándolo con la pistola.

Cárdenas se incorporó y levanto lentamente los brazos. Reconoció a Cervantes y observo sus insignias de coronel.

--¿A poco me va a soltar el plomazo mi coronel Cervantes?

--Ah caray. ¿Lo conozco?

Cárdenas se limpió la cara con un paliacate.

--¡Cárdenas! ¡No lo había visto desde Coscomatepec! ¿Y esas insignias?

--Me ascendieron. Ahora soy mayor de rurales.

--Pos felicidades. ¿A poco usted fue parte de esta pendejada?

--Desgraciadamente sí, mi coronel. Se necesita ser muy pendejo para cargar con caballería una trinchera con ametralladoras.

--Lástima de cuacos.

--Si, lastima de cuacos. Peor tantito, me mataron toda mi gente.

--C’est la guerre. Bueno, ¿esta herido?

--No, mi coronel, la libre.

--Entonces pélate, a menos que te quieras unir con nosotros.

--Jijos, ganas no me faltan, mi coronel. Si los mandos del gobierno están ansina de pendejos ustedes van a ganar. Pero…

--¿Pero qué?

--Necesito regresar, es cosa personal, mi coronel.

--Entiendo. Mira, estate atento. Como dices, si están tan pendejos en el gobierno a la larga ganaremos. ¿Y qué prefieres? ¿Estar con los ganadores o los perdedores? Yo te conozco y te recomendare. Te aseguro que lana y honores no faltaran. Pero bien, pelate, Cárdenas. Les diré a mis hombres que te dejen pasar.

--¿Cómo lo contacto después mi coronel?

--Busca a don Cecilio Ocon. Es uña y carne de Félix Díaz y Mondragón y hasta tiene contactos en el gobierno. Pasa por entre las líneas sin que nadie lo moleste. Cualquier cosa mándame un recado a través de él.

Felipe Ángeles había jalado a un lado a Gustavo Madero, el hermano del presidente.

--Don Gustavo, nos están partiendo la madre.

--No cabe duda.

--La infantería fue mandada a asaltar La Ciudadela sin reconocimientos previos ni apoyo de la artillería. Y de la carga que hizo el regimiento de rurales mejor no opino. Huerta es mi superior.

--Pues yo lo diré, general. Huerta o bien es rete pendejo o bien está planeando traicionarnos. ¿Y qué mejor que debilitar nuestras armas matando nuestros mejores hombres? Sea lo que sea Huerta no puede seguir al mando. ¿Le ha dicho esto a Pancho?

--No puedo expresarme en esos términos con el presidente, don Gustavo. Como dije, el general Huerta es mi superior. La ordenanza me prohíbe criticarlo.

--Pancho lo quería poner a usted al mando pero quesque Huerta tiene más antigüedad.

--Pues sí, pero no ocurrieron así las cosas. Huerta está al mando. ¿Qué sugiere que hagamos?

--Voy a hablar con mi hermano esta noche. Tiene que entrar en razón.

--¿Y si no lo hace? Con el debido respeto, el presidente es medio terco.

--Si, mi hermano es medio pendejon. Hare la lucha para convencerlo. A toda costa, Huerta tiene que ser quitado del mando. Carajos que le den una comisión en Europa con viáticos para que se tome todo el cognac que quiera. Mejor que se le pudra el hígado al otro lado del océano a que nos ande jodiendo aquí. Pero si mi hermano nomás no cede pues que Dios nos agarre confesados porque esto va a acabar de la chingada.

--Sea, don Gustavo.

El general saludo y se retiró pero don Gustavo lo detuvo.

--Además, mi general –le murmuro quedamente don Gustavo--, yo ya he
estado haciendo indagaciones. Tengo pruebas de que Huerta no es un pendejo. Es un traidor.

Esa noche la Grilla durmió abrazada a Francisco Cárdenas el cual estaba decido a encontrar un cura para que los casaran en cuanto amaneciera.

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