Wednesday, November 13, 2013

XIV El Plan de la Totola

XIV.        El Plan de la Totola

1911 

Pasaron los meses.  Los ocho que quedábamos del 88 batallón –incluyendo al sargento Toribio—fuimos adscritos a las reservas de la guarnición de la Ciudad de México.  Ni siquiera estábamos adscritos a un batallón.  Y del 88 y sus muertos ya nadie se acordaba.   

Estábamos acuartelados por Santo Domingo en un viejo edificio colonial donde decían que espantaban.  Pero todos los edificios coloniales que nos rodeaban parecían que albergaban viejos recuerdos, añoranzas, y pecados.  No me sorprendía entonces que todo el centro de la ciudad estuviera lleno de ánimas en pena.  Muchas veces, estando de guardia en el portón del cuartel, en la oscuridad de la noche, bajo el constante chipi chipi, a veces tuve la sensación de que me observaban las ánimas desde las sombras y el cuero cabelludo solito se me erizaba.  Hoy viejo y ya más cerca de la muerte los fantasmas me acosan y me están chingando a toda hora y ya ni me espantan los cabrones. 

Varias veces pensé en desertar.  Empecé, como quien no quiere la cosa, a preguntar como pelarme de regreso a mi pueblo.  Poco a poco junte información y fui formando un plan.  Podría irme en el Ferrocarril Mexicano a Orizaba y de ahí tomaría el de vía angosta a Coscomatepec.  En tres días estaría de regreso en mi casa.  La idea me volvía loco.  Añoraba ver otra vez mi pueblo brumoso que dormitaba como nacimiento al pie del volcán. 

Era obvio que iba a necesitar dinero.  Empecé a juntar cuantos cobres que me caían.  Pero era difícil.  La paga era irregular e ínfima.  Y muchas veces el hambre me hacía gastar para completar el rancho que nos daban y todo en la capital era rete caro.   

Nuestro rancho, por lo general, consistía de unas miserables tortillas viejas y frijoles.  A veces incluían un pedazo de carne, no mucha, cuya procedencia era dudosa.   

--Es perro –sugirió Arévalo, un soldado viejón que tenía muchos años militando en el 88 y otros cuerpos--. Me acuerdo que cuando hicimos campaña contra el yaqui nos hacían sopa de xoloizcuintle, o sea, perro.  Y esto sabe igual. 

--A la mejor es un cristiano –apunto otro compañero--.  A cada rato encuentran a uno flotando en la laguna. 

En aquel México porfiriano los canales abundaban y la laguna todavía existía.  La Venecia indígena que recibió a Cortes no había desaparecido del todo.  Y si, cuando había un pleito de borrachos y a alguien le ensartaban un alfanje en el buche, pos era más conveniente ir a tirar al muertito en la laguna o en un canal que eventualmente desembocaba en esta.  El cuerpo eventualmente se hinchaba con los gases de la putrefacción y empezaba a flotar como una llanta.  Al ocurrir eso luego luego la zopilotada aterrizaba sobre el difuntito y lo comenzaban a picotear hasta que lo agujereaban y el cuerpo se desinflaba y se hundía finalmente.  Me contaban que era común ver varias de estas “balsas” con zopilotes por tripulación flotando en la laguna picoteando a un difuntito en santa paz. 

--Dejen de quejarse, cabrones –juro el sargento Toribio--.  La patria agradecida reconoce generosamente a sus guerreros con estas viandas tan esplendidas…ya saben, un soldado en cada hijo se le endilgo. 

--Oiga, mi sargento –insistió Arévalo que era un cabrón—si somos los soldados hijos de la patria, o sea, esta es nuestra madre, ¿pos quien chingaos es el padre?  ¿Don Porfirio o el peloncito de Madero? 

--Yo creo que es el diablo o el xoloizcuintle que acabo en sopa –contesto riendo Toribio. 

--Sera perro o lo que sea, pero estos pellejos están rete duros, mi sargento –apunte sacándome de la boca un pedazo que había estado infructuosamente tratando de masticar--.  Me voy a romper un diente mordiéndola o seguro me va a matar. 

--Pos Pavón, tu tío, ya vez que es muy leído y escribido, pos una vez me cito a un sabio alemán…quesque lo que no te mata te hace más fuerte.

--¿En verdad? –me atreví a preguntar con suspicacia mientras sostenía el pellejo sospechoso entre mis dedos-- ¿Esto me va a hacer más fuerte? 

--Pos si, con este rancho ustedes van  a acabar rete fuertotes –nos ilustro Toribio--.  Ansina los quiere la patria, fuertes y sanotes, y por eso nos alimenta con estos manjares.  Y no lo dije yo, repito, lo dijo un alemán, un tal Nich. 

--¡Salud! –contesto Arévalo. 

--Gracias.  Creo que el alemancito no se murió de pulmonía –continuo Toribio—sino de sífilis.  Algo comió que no lo hizo fuerte. 

--¿Tienen xoloizcuintles en Alemania? –inquirió Arévalo. 

--No lo dudo –contesto Toribio--, aunque no sé cómo les llaman allá.  Dicen que ese es un pueblo muy civilizado.  Ya viden quesque tienen el mejor ejercito de Europa.  Y es que han de alimentar a sus soldados con puro perro.  Y si no tienen xoloizcuintles pos se explica porque le pegaron la roña al tal Nich. 

Un día el sargento Toribio me encaro en privado. 

--¿Crees que me puedes hacer pendejo, Pavón? 

--Ciertamente que no mi sargento.  No entiendo de qué me habla. 

--Solo te advierto esto –explico el sargento prendiendo un pitillo—en la estación del ferrocarril tienen un piquete permanente de vigilancia.  Con ese pelo a rape y el olor a cuartel que te cargas luego luego te identificarían como desertor. 

Me oli la axila discretamente.  ¿En verdad si olía a cuartel?  No sé, tal vez ya me había acostumbrado al olor a cuartel y ni lo notaba.  Pero lo que más me preocupaba era que mi intención de desertar era asi de transparente.

--O sea, muchacho pendejo, que si intentas pelarte por tren –continúo Toribio—esta cabrón.  Y francamente no veo como chingaos podrías salir de la ciudad de otra manera.  .  Si te arrestan en la estación ahí mismo te ponen contra una pared y te fusilan.   

--Jijos, mi sargento, es que no he visto a mi familia en meses. 

--Pos yo menos.  He tenido mujeres y he dejado hijos de Sonora a Yucatán.  Pero olvídate de que te den un permiso.  En el ejército mexicano solo se los dan a los oficiales y no a la indiada porque saben que luego se pelan y no regresan. 

La idea de pasar el resto de mis días oliendo a cuartel me hizo palidecer.  Mi tío quería que ingresara a la normal allá en Xalapa.  Pero todas esas ilusiones se las había llevado entre las patas la bola.  Además, quién sabe dónde andaría mi tío o si siquiera estuviera vivo. 

--Por otra parte, Pavón –dijo Toribio con el tono de voz más suave que un sargento mexicano podría usar (ya se imaginaran que no era muy maternal)—ya la bola se acabó.  Madero va a ganar las elecciones y se pondrá a mangonear.  Lo más probable es que nos licencien a todos y te puedes regresar sin bronca a tu pueblo. 

--¿De verdad sargento? 

--Las veces que he estado de guardia en la comandancia es lo que discuten los oficiales.  Ellos insisten en que la bola ya se acabó y citan a los políticos que afirman lo mismo.  La bola se acabó, muchacho.  De ahora en adelante la republica disfrutara de paz y abundancia.  ¿Acaso dudas de lo que dicen los señores oficiales o los políticos? 

--No, pos no. 

--O sea, estas rete pendejo, Pavón.  Yo no les creo ni madres.  No te hablo como tu superior, ¿entiendes?  Ni intentes desertar, muchacho, aguántate un poco más.  Esta chingadera a la mejor si se acaba y todos nos podemos ir a la chingada sin bronca.  Pero me caería como patada en los huevos tener que ir a identificarte después de que te fusilen.  Y si no se acaba y vuelve a armarse pos en realidad es más fácil desertar cuando hay alboroto.   Acuérdate como no te fusilamos en Coscomatepec porque teníamos que ir al norte.  Yo sé lo que te digo, carajos. 

Me sosegué con sus consejos.  Una cosa si fue cierta.  Vinieron las elecciones.  Madero arraso.  Era presidente electo y tomaría posesión en noviembre de 1911. 

El presidente en funciones era el antiguo embajador de don Porfirio ante los EEUU, don Francisco León de la Barra y Quijano.  Este era un estirado aristócrata queretano.  Y todo su gabinete eran científicos (le habían dado como quien no quiere la cosa algunos huesos a maderistas para aplacarlos).  Los mandos del ejército eran también antiguos generales de don Porfirio.  O sea, el viejo régimen seguía con el poder. 

Acaso el único mérito, si amerita llamar a eso tal, de don Francisco León de la Barra y Quijano fue que todavía siendo el embajador de México ante la Casa Blanca logro convencer al presidente Taft de que su intervención en México no era requerida. 

La Casa Blanca – mayo de 1911 

--Le puedo asegurar señor presidente Taft –anuncio don Francisco León de la Barra y Quijano—que la gente decente de México se asegurara que los anarquistas y comunistas que rodean a Madero no afecten los intereses de EEUU. 

--Tenemos grandes inversiones en los pozos petroleros de la Huasteca Veracruzana –apunto Taft--. ¿Qué si los indios analfabetos esos que siguen a Madero los queman? 

--Le doy garantías de que no se tocaran –insistió De la Barra y Quijano--.  Si es necesario el ejército no lo permitirá.  Y este sigue siendo el ejército de don Porfirio.

--Pero, ¿y que si este fulano Madero exige que paguemos impuestos por la extracción?

--Ese acuerdo viene de don Porfirio. 

--¡Cierto! Pero, ¿cree que soy un imbécil? –el tono del presidente yanqui era amenazador--.  Don Porfirio nunca fiscalizaba cuantos barriles extraían las petroleras yanquis y si pagábamos algo era casi como dejar una propina. 

--De igual manera operan las petroleras británicas.  E iguales certezas de que nada cambiara les hemos hecho a los ingleses –insistió De la Barra y Quijano--.  Ellos tienen más preocupación por lo que ocurra en la Huasteca veracruzana pues de ahí se abastece la Home Fleet y ahora mismo el Kaiser amenaza con poseer toda Europa. 

--¿Y sabe quién mantiene a Gran Bretaña y su decrepito imperio a flote?  ¡Pues los banqueros de Wall Street!  Si se desata la guerra y Gran Bretaña es derrotada ¿Quién diablos pagara esa deuda? 

--Señor presidente, créame que si desembarcan los Royal Marines para asegurar los pozos en el norte de Veracruz habría menos resistencia en México que si entraran tropas norteamericanas. 

--¿Tanto así nos odian los mexicanos que prefieren que los invadan los ingleses y no los yanquis? 

--Me temo que así es, señor presidente, cosas de la historia.  Seria, repito, muy fácil para la Home Fleet asegurar el puerto de Tuxpam en Veracruz y desembarcar ahí tropas.  Unos cuantos regimientos británicos asegurarían la comarca.  Es más, este mismo plan ya se lo sugerí a su excelencia el embajador de Inglaterra y el gobierno de su majestad lo está considerando.   

--¿En verdad?  Yo creería que los ingleses no tendrían tropas disponibles.   

--Creo que salvaguardar el abastecimiento de petróleo para la Home Fleet es de primordial importancia para Inglaterra, sobre todo si el Kaiser inicia una guerra.  Tienen al imperio que les puede proporcionar las tropas requeridas y así no debilitarían sus fuerzas en Europa.  Si es necesario ellos mandarían tropas australianas o hindús.  Esa gente está más adaptada a los calorones del trópico. 

--Sea pues –concedió Taft--.  Si los británicos requieren mandar una fuerza expedicionaria a México nosotros no se lo impediremos. 

--¿Nada de doctrina Monroe, señor presidente? 

--Tenemos que ser flexibles en ciertos casos, señor embajador.  Tenga usted un buen día.

Por lo que toca a mí tío este había logrado eventualmente regresar a Coscomatepec.  Mi tia lo recibió con grandes muestras de cariño.  Y él se reintegró a la docencia.  Todo parecía haber regresado a la normalidad.   A mi me daban por muerto.  Había escrito, sí, varias veces incluso.  Pero el correo, igual que el resto de la república, estaba patas para arriba.

Un día, cuando mi tío dormitaba tranquilamente en una hamaca se le presentaron unos sombrerudos.

--¿Y quién chingaos es Rutilio Soberanes? –pregunto mi tío pues uno de estos le había pedido que les concediera un minuto a su “general” don Rutilio Soberanes. 

--Pos yo –dijo un fulano con jeta patibularia, bigotazo, calzon blanco, huaraches, machete al cinto, un 30-30, y cananas.  Imaginense al Indio Fernandez, nomas que mas feo.

--Bueno, ¿y que desea? –mi tío había visto la guerra allá en el norte y no le intimidaba cualquier huarachudo. 

--Pos queremos que nos redacte un plan.

--¿Un plan?    

--Pos si, para alzarnos –explico el “general” Soberanes--.  Yo y mi gente no confiamos en este gobierno.
--Y pos no sabemos escribir –apunto un segundo de Soberanes, un “coronel” Zambrano, equipado igual que Soberanes. 

--Pos yo tampoco confió en el gobierno –admitió mi tío--.  En fin, si quieren alzarse con mucho gusto les redacto un plan.  Es requisito indispensable tener un plan antes de un alzamiento, ¿no creen?  Y bien, ¿qué nombre le dan al plan? 

Toco que una totola picoteaba la tierra con sus polluelos ahí cerca.  El “general” Soberanes la vio y contesto: 

--Maestro, llámelo el Plan de la Totola.  Total, el nombre no importa.  Lo que importa es que tengamos un papel para avalar nuestra lucha. 

No fue el primer “general” que se presentó ante mi tío.  En las siguientes semanas casi a diario se presentaba un cabrón con una banda de seguidores –nunca más de 50-- pidiendo que les redactaran un plan.  Mi tío hasta hizo un prontuario con las frases requeridas: “justicia social”…”lucha contra la tiranía”…”derechos ciudadanos”…”el primer jefe fulano de tal asumirá la presidencia interina hasta que se convoquen a elecciones”, etc., etc.  Mi tío incluso empezó a cobrarles por la redacción y empleo a mi primo, Jaime, a hacerla al secretario tecleando de a dedito en una máquina de escribir que consiguieron en Xalapa.  Y así nacieron el Plan de la Marrana, el Plan de la Tardecita, el Plan del Mango, el Plan de la Piña, el Plan del Tamarindo, el Plan de la Mula Prieta, el Plan del Gallo Jiro, etc., etc. 

--Este es un buen negocito –dijo mi tío contando la monedas de oro que pagaban los revolucionarios improvisados que eran sus clientes—Yo creo que podría reedificar el establo y hacer algunas mejoras aquí en la finca. 

--Francisco, no creo que este bien lo que haces –sentencio mi tía--.  Esa gente está dispuesta a derramar sangre. 

--Ay, mujer, de todas maneras lo van a hacer, con plan o sin plan.  La revolución esta inconclusa.  Los mismos cabrones siguen mangoneando.  Pero México es un volcán.  Y seguirá en erupción hasta que la plutocracia se vaya al diablo o ya no quede sangre por derramar. 

--¡Santo Dios!  --juro mi tía--.  Me das miedo Francisco.  Tus ojos brillan en demasía cuando hablas así.  De que te fuiste al norte has cambiado.  Válgame Dios, ¿Quién sabe qué tanta sangre derramaste? 

--¡Por México mujer!  ¡Lo hice por México! 

--Te conozco muy bien, Francisco.  Seguro quieres volver a la bola.  Nomás estas buscando pretexto.  Niégamelo. 

Mi tío no dijo nada por unos instantes y agacho la cabeza.  En eso entro mi primo Jaime. 

--Apa, hay un “coronel” Mandujano afuera con 20 sombrerudos que quiere que le redacte un plan. 

--Ah pos dile que entre aquí con su “estado mayor” y nos apalabramos. 

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