1911
Pasaron los
meses. Los ocho que quedábamos del 88 batallón
–incluyendo al sargento Toribio—fuimos adscritos a las reservas de la
guarnición de la Ciudad de México. Ni
siquiera estábamos adscritos a un batallón.
Y del 88 y sus muertos ya nadie se acordaba.
Estábamos
acuartelados por Santo Domingo en un viejo edificio colonial donde decían que
espantaban. Pero todos los edificios
coloniales que nos rodeaban parecían que albergaban viejos recuerdos,
añoranzas, y pecados. No me sorprendía entonces
que todo el centro de la ciudad estuviera lleno de ánimas en pena. Muchas veces, estando de guardia en el portón
del cuartel, en la oscuridad de la noche, bajo el constante chipi chipi, a
veces tuve la sensación de que me observaban las ánimas desde las sombras y el
cuero cabelludo solito se me erizaba.
Hoy viejo y ya más cerca de la muerte los fantasmas me acosan y me están
chingando a toda hora y ya ni me espantan los cabrones.
Varias
veces pensé en desertar. Empecé, como
quien no quiere la cosa, a preguntar como pelarme de regreso a mi pueblo. Poco a poco junte información y fui formando
un plan. Podría irme en el Ferrocarril
Mexicano a Orizaba y de ahí tomaría el de vía angosta a Coscomatepec. En tres días estaría de regreso en mi
casa. La idea me volvía loco. Añoraba ver otra vez mi pueblo brumoso que
dormitaba como nacimiento al pie del volcán.
Era obvio
que iba a necesitar dinero. Empecé a
juntar cuantos cobres que me caían. Pero
era difícil. La paga era irregular e ínfima. Y muchas veces el hambre me hacía gastar para
completar el rancho que nos daban y todo en la capital era rete caro.
Nuestro
rancho, por lo general, consistía de unas miserables tortillas viejas y
frijoles. A veces incluían un pedazo de
carne, no mucha, cuya procedencia era dudosa.
--Es perro
–sugirió Arévalo, un soldado viejón que tenía muchos años militando en el 88 y
otros cuerpos--. Me acuerdo que cuando hicimos campaña contra el yaqui nos
hacían sopa de xoloizcuintle, o sea, perro.
Y esto sabe igual.
--A la
mejor es un cristiano –apunto otro compañero--.
A cada rato encuentran a uno flotando en la laguna.
En aquel México
porfiriano los canales abundaban y la laguna todavía existía. La Venecia indígena que recibió a Cortes no
había desaparecido del todo. Y si,
cuando había un pleito de borrachos y a alguien le ensartaban un alfanje en el
buche, pos era más conveniente ir a tirar al muertito en la laguna o en un
canal que eventualmente desembocaba en esta.
El cuerpo eventualmente se hinchaba con los gases de la putrefacción y
empezaba a flotar como una llanta. Al
ocurrir eso luego luego la zopilotada aterrizaba sobre el difuntito y lo
comenzaban a picotear hasta que lo agujereaban y el cuerpo se desinflaba y se hundía
finalmente. Me contaban que era común
ver varias de estas “balsas” con zopilotes por tripulación flotando en la
laguna picoteando a un difuntito en santa paz.
--Dejen de
quejarse, cabrones –juro el sargento Toribio--.
La patria agradecida reconoce generosamente a sus guerreros con estas
viandas tan esplendidas…ya saben, un soldado en cada hijo se le endilgo.
--Oiga, mi
sargento –insistió Arévalo que era un cabrón—si somos los soldados hijos de la
patria, o sea, esta es nuestra madre, ¿pos quien chingaos es el padre? ¿Don Porfirio o el peloncito de Madero?
--Yo creo
que es el diablo o el xoloizcuintle que acabo en sopa –contesto riendo Toribio.
--Sera
perro o lo que sea, pero estos pellejos están rete duros, mi sargento –apunte
sacándome de la boca un pedazo que había estado infructuosamente tratando de
masticar--. Me voy a romper un diente
mordiéndola o seguro me va a matar.
--Pos Pavón,
tu tío, ya vez que es muy leído y escribido, pos una vez me cito a un sabio
alemán…quesque lo que no te mata te hace más fuerte.
--¿En
verdad? –me atreví a preguntar con suspicacia mientras sostenía el pellejo
sospechoso entre mis dedos-- ¿Esto me va a hacer más fuerte?
--Pos si, con
este rancho ustedes van a acabar rete
fuertotes –nos ilustro Toribio--. Ansina
los quiere la patria, fuertes y sanotes, y por eso nos alimenta con estos
manjares. Y no lo dije yo, repito, lo
dijo un alemán, un tal Nich.
--¡Salud! –contesto
Arévalo.
--Gracias. Creo que el alemancito no se murió de
pulmonía –continuo Toribio—sino de sífilis.
Algo comió que no lo hizo fuerte.
--¿Tienen
xoloizcuintles en Alemania? –inquirió Arévalo.
--No lo
dudo –contesto Toribio--, aunque no sé cómo les llaman allá. Dicen que ese es un pueblo muy
civilizado. Ya viden quesque
tienen el mejor ejercito de Europa. Y es
que han de alimentar a sus soldados con puro perro. Y si no tienen xoloizcuintles pos se explica
porque le pegaron la roña al tal Nich.
Un día el
sargento Toribio me encaro en privado.
--¿Crees
que me puedes hacer pendejo, Pavón?
--Ciertamente
que no mi sargento. No entiendo de qué
me habla.
--Solo te
advierto esto –explico el sargento prendiendo un pitillo—en la estación del
ferrocarril tienen un piquete permanente de vigilancia. Con ese pelo a rape y el olor a cuartel que
te cargas luego luego te identificarían como desertor.
Me oli la
axila discretamente. ¿En verdad si olía
a cuartel? No sé, tal vez ya me había
acostumbrado al olor a cuartel y ni lo notaba.
Pero lo que más me preocupaba era que mi intención de desertar era asi
de transparente.
--O sea,
muchacho pendejo, que si intentas pelarte por tren –continúo Toribio—esta cabrón. Y francamente no veo como chingaos podrías
salir de la ciudad de otra manera.
. Si te arrestan en la estación
ahí mismo te ponen contra una pared y te fusilan.
--Jijos, mi
sargento, es que no he visto a mi familia en meses.
--Pos yo
menos. He tenido mujeres y he dejado
hijos de Sonora a Yucatán. Pero olvídate
de que te den un permiso. En el ejército
mexicano solo se los dan a los oficiales y no a la indiada porque saben que
luego se pelan y no regresan.
La idea de
pasar el resto de mis días oliendo a cuartel me hizo palidecer. Mi tío quería que ingresara a la normal allá
en Xalapa. Pero todas esas ilusiones se
las había llevado entre las patas la bola.
Además, quién sabe dónde andaría mi tío o si siquiera estuviera vivo.
--Por otra
parte, Pavón –dijo Toribio con el tono de voz más suave que un sargento
mexicano podría usar (ya se imaginaran que no era muy maternal)—ya la bola se acabó. Madero va a ganar las elecciones y se pondrá
a mangonear. Lo más probable es que nos
licencien a todos y te puedes regresar sin bronca a tu pueblo.
--¿De
verdad sargento?
--Las veces
que he estado de guardia en la comandancia es lo que discuten los
oficiales. Ellos insisten en que la bola
ya se acabó y citan a los políticos que afirman lo mismo. La bola se acabó, muchacho. De ahora en adelante la republica disfrutara
de paz y abundancia. ¿Acaso dudas de lo
que dicen los señores oficiales o los políticos?
--No, pos
no.
--O sea,
estas rete pendejo, Pavón. Yo no les
creo ni madres. No te hablo como tu
superior, ¿entiendes? Ni intentes
desertar, muchacho, aguántate un poco más.
Esta chingadera a la mejor si se acaba y todos nos podemos ir a la
chingada sin bronca. Pero me caería como
patada en los huevos tener que ir a identificarte después de que te fusilen. Y si no se acaba y vuelve a armarse pos en
realidad es más fácil desertar cuando hay alboroto. Acuérdate
como no te fusilamos en Coscomatepec porque teníamos que ir al norte. Yo sé lo que te digo, carajos.
Me sosegué con
sus consejos. Una cosa si fue
cierta. Vinieron las elecciones. Madero arraso. Era presidente electo y tomaría posesión en
noviembre de 1911.
El
presidente en funciones era el antiguo embajador de don Porfirio ante los EEUU,
don Francisco León de la Barra y Quijano.
Este era un estirado aristócrata queretano. Y todo su gabinete eran científicos (le habían
dado como quien no quiere la cosa algunos huesos a maderistas para aplacarlos). Los mandos del ejército eran también antiguos
generales de don Porfirio. O sea, el
viejo régimen seguía con el poder.
Acaso el único
mérito, si amerita llamar a eso tal, de don Francisco León de la Barra y
Quijano fue que todavía siendo el embajador de México ante la Casa Blanca logro
convencer al presidente Taft de que su intervención en México no era
requerida.
La Casa
Blanca – mayo de 1911
--Le puedo
asegurar señor presidente Taft –anuncio don Francisco León de la Barra y
Quijano—que la gente decente de México se asegurara que los anarquistas y
comunistas que rodean a Madero no afecten los intereses de EEUU.
--Tenemos
grandes inversiones en los pozos petroleros de la Huasteca Veracruzana –apunto Taft--.
¿Qué si los indios analfabetos esos que siguen a Madero los queman?
--Le doy garantías
de que no se tocaran –insistió De la Barra y Quijano--. Si es necesario el ejército no lo permitirá. Y este sigue siendo el ejército de don
Porfirio.
--Pero, ¿y
que si este fulano Madero exige que paguemos impuestos por la extracción?
--Ese
acuerdo viene de don Porfirio.
--¡Cierto!
Pero, ¿cree que soy un imbécil? –el tono del presidente yanqui era
amenazador--. Don Porfirio nunca
fiscalizaba cuantos barriles extraían las petroleras yanquis y si pagábamos algo
era casi como dejar una propina.
--De igual
manera operan las petroleras británicas.
E iguales certezas de que nada cambiara les hemos hecho a los ingleses –insistió
De la Barra y Quijano--. Ellos tienen más
preocupación por lo que ocurra en la Huasteca veracruzana pues de ahí se
abastece la Home Fleet y ahora mismo el Kaiser amenaza con poseer toda Europa.
--¿Y sabe quién
mantiene a Gran Bretaña y su decrepito imperio a flote? ¡Pues los banqueros de Wall Street! Si se desata la guerra y Gran Bretaña es
derrotada ¿Quién diablos pagara esa deuda?
--Señor
presidente, créame que si desembarcan los Royal Marines para asegurar los pozos
en el norte de Veracruz habría menos resistencia en México que si entraran
tropas norteamericanas.
--¿Tanto así
nos odian los mexicanos que prefieren que los invadan los ingleses y no los
yanquis?
--Me temo
que así es, señor presidente, cosas de la historia. Seria, repito, muy fácil para la Home Fleet
asegurar el puerto de Tuxpam en Veracruz y desembarcar ahí tropas. Unos cuantos regimientos británicos asegurarían
la comarca. Es más, este mismo plan ya
se lo sugerí a su excelencia el embajador de Inglaterra y el gobierno de su
majestad lo está considerando.
--¿En
verdad? Yo creería que los ingleses no tendrían
tropas disponibles.
--Creo que
salvaguardar el abastecimiento de petróleo para la Home Fleet es de primordial
importancia para Inglaterra, sobre todo si el Kaiser inicia una guerra. Tienen al imperio que les puede proporcionar
las tropas requeridas y así no debilitarían sus fuerzas en Europa. Si es necesario ellos mandarían tropas
australianas o hindús. Esa gente está más
adaptada a los calorones del trópico.
--Sea pues –concedió
Taft--. Si los británicos requieren
mandar una fuerza expedicionaria a México nosotros no se lo impediremos.
--¿Nada de
doctrina Monroe, señor presidente?
--Tenemos
que ser flexibles en ciertos casos, señor embajador. Tenga usted un buen día.
Por lo que
toca a mí tío este había logrado eventualmente regresar a Coscomatepec. Mi tia lo recibió con grandes muestras de
cariño. Y él se reintegró a la
docencia. Todo parecía haber regresado a
la normalidad. A mi me daban por
muerto. Había escrito, sí, varias veces
incluso. Pero el correo, igual que el
resto de la república, estaba patas para arriba.
Un día, cuando
mi tío dormitaba tranquilamente en una hamaca se le presentaron unos
sombrerudos.
--¿Y quién
chingaos es Rutilio Soberanes? –pregunto mi tío pues uno de estos le había pedido
que les concediera un minuto a su “general” don Rutilio Soberanes.
--Pos yo –dijo
un fulano con jeta patibularia, bigotazo, calzon blanco, huaraches, machete al
cinto, un 30-30, y cananas. Imaginense al Indio Fernandez, nomas que mas feo.
--Bueno, ¿y
que desea? –mi tío había visto la guerra allá en el norte y no le intimidaba
cualquier huarachudo.
--Pos
queremos que nos redacte un plan.
--¿Un plan?
--Pos si,
para alzarnos –explico el “general” Soberanes--. Yo y mi gente no confiamos en este gobierno.
--Y pos no
sabemos escribir –apunto un segundo de Soberanes, un “coronel” Zambrano,
equipado igual que Soberanes.
--Pos yo
tampoco confió en el gobierno –admitió mi tío--. En fin, si quieren alzarse con mucho gusto les
redacto un plan. Es requisito
indispensable tener un plan antes de un alzamiento, ¿no creen? Y bien, ¿qué nombre le dan al plan?
Toco que
una totola picoteaba la tierra con sus polluelos ahí cerca. El “general” Soberanes la vio y contesto:
--Maestro, llámelo
el Plan de la Totola. Total, el nombre
no importa. Lo que importa es que
tengamos un papel para avalar nuestra lucha.
No fue el
primer “general” que se presentó ante mi tío.
En las siguientes semanas casi a diario se presentaba un cabrón con una
banda de seguidores –nunca más de 50-- pidiendo que les redactaran un
plan. Mi tío hasta hizo un prontuario
con las frases requeridas: “justicia social”…”lucha contra la tiranía”…”derechos
ciudadanos”…”el primer jefe fulano de tal asumirá la presidencia interina hasta
que se convoquen a elecciones”, etc., etc.
Mi tío incluso empezó a cobrarles por la redacción y empleo a mi primo,
Jaime, a hacerla al secretario tecleando de a dedito en una máquina de escribir
que consiguieron en Xalapa. Y así
nacieron el Plan de la Marrana, el Plan de la Tardecita, el Plan del Mango, el
Plan de la Piña, el Plan del Tamarindo, el Plan de la Mula Prieta, el Plan del Gallo Jiro, etc., etc.
--Este es
un buen negocito –dijo mi tío contando la monedas de oro que pagaban los
revolucionarios improvisados que eran sus clientes—Yo creo que podría reedificar
el establo y hacer algunas mejoras aquí en la finca.
--Francisco,
no creo que este bien lo que haces –sentencio mi tía--. Esa gente está dispuesta a derramar sangre.
--Ay, mujer,
de todas maneras lo van a hacer, con plan o sin plan. La revolución esta inconclusa. Los mismos cabrones siguen mangoneando. Pero México es un volcán. Y seguirá en erupción hasta que la
plutocracia se vaya al diablo o ya no quede sangre por derramar.
--¡Santo
Dios! --juro mi tía--. Me das miedo Francisco. Tus ojos brillan en demasía cuando hablas así. De que te fuiste al norte has cambiado. Válgame Dios, ¿Quién sabe qué tanta sangre
derramaste?
--¡Por México
mujer! ¡Lo hice por México!
--Te
conozco muy bien, Francisco. Seguro
quieres volver a la bola. Nomás estas
buscando pretexto. Niégamelo.
Mi tío no
dijo nada por unos instantes y agacho la cabeza. En eso entro mi primo Jaime.
--Apa, hay
un “coronel” Mandujano afuera con 20 sombrerudos que quiere que le redacte un
plan.
--Ah pos
dile que entre aquí con su “estado mayor” y nos apalabramos.
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