Monday, November 25, 2013

III - El Maestro

Praxedis Guerrero
III.    El Maestro
Mi tía, Mercedes, era una mujer buena y muy religiosa.  Mi tío, Francisco, siendo uno de los maestros del pueblo, era una persona muy prominente y bien conocida.  Éramos entonces de las familias acomodadas de Coscomatepec.  Vivíamos en las afueras del pueblo en una finca cómoda, con amplias recamaras, un gallinero, milpa, y un potrero.
Mis tíos nunca se habían casado por la iglesia.  Se habían casado por lo civil pues mi tío era un furibundo comecuras y se rehusaba a entrar a una parroquia.  El no haberse casado “ante Dios” había sido, a través de los años, fuente de fricción entre la pareja.  Aunque mi tío nunca pensaría siquiera en serle infiel a su esposa ella, muy devota como había dicho, siempre pensaba que estaban viviendo en el pecado y que el suyo no era matrimonio valido si solo se efectuaba bajo las leyes de Juárez.  Peor, su familia pensaba igual y habían cortado a mi pobre tía de todo contacto con ellos.  Todo su amor, todo su mundo, revolvía entonces alrededor de mi tío.  Este reconocía su sacrificio y la amaba con devoción y mostrándole mucha, pero mucha, paciencia.
Tenía mi tío un compadre, don Abundio, que era el jefe político del pueblo.  En las tardes siempre se juntaban los compadres y otros invitados a jugar dominó en el corredor de nuestra casona.  Ahí se componía el mundo, cosa que he notado que es muy del gusto de los viejos que ya no lo pueden remediar después de joderlo en sus años mozos.  Yo haría tal pero nunca tuve amigos que me inviten a jugar domino.
Inevitablemente llego el momento en que mi tío, con sus tendencias “liberales”, se entusiasmó con los escritos de los magonistas, específicamente los de Praxedis Guerrero.
--Mire compadre –le decía mi tío a don Abundio--, le leeré esto a ver que piensa.
“Para evolucionar es preciso ser libre y no podemos tener libertad si no somos rebeldes, porque nunca tirano alguno ha respetado a los pueblos pasivos; jamás un rebaño de carneros se ha impuesto con la majestad de su número inofensivo, al lobo que bonitamente los devora sin cuidarse de otro derecho que el de sus dientes…”
Don Abundio suspiro y se sirvió otro trago de sotol.  Tan solo sacudió la cabeza.
--Espérese compadre –continuo mi tío--, hay más.
“¡A nosotros los flagelados, los humillados, los vendidos, los proscriptos en nuestro mismo país, corresponde la vindicación de nuestro honor! ¡Guay de nosotros si el miedo detiene nuestro brazo! ¡Eterna maldición para el cobarde; para el que falto de patriotismo reniegue de un pasado glorioso! ¡Borremos del suelo patrio la palabra tiranía y coloquemos esta otra sobre la que descansa la única paz aceptable para los hombres: JUSTICIA!”
--Eso es cosa del diablo –dijo mi tía trayéndoles unas botanas.
--No mujer, Praxedis también tiene para ti.  Escucha.
“Otro enemigo no menos terrible tiene la mujer: las costumbres establecidas; esas venerables costumbres de nuestros mayores, siempre rotas por el progreso y siempre anudadas de nuevo por el conservadurismo. La mujer no puede ser mujer, no puede amar cuando ama, no puede vivir como la libre compañera del hombre, porque las costumbres se oponen, porque una violación a ellas trae el desprecio y la befa, y el insulto y la maldición. La costumbre ha santificado su esclavitud, su eterna minoría de edad, y debe seguir siendo esclava y pupila por respeto a las costumbres, sin acordarse que costumbres sagradas de nuestros antepasados lo fueron el canibalismo, los sacrificios humanos en los altares del dios Huitzilopochtli, la quema de niños y de viudas, la horadación de las narices y los labios, la adoración de lagartos, de becerros y de elefantes. Costumbres santas de ayer son crímenes o pueriles necedades de hoy. ¿A qué, pues, tal respeto y acatamiento a las costumbres que impiden la emancipación de la mujer?...”
Mi tía se persigno y se fue sin decir palabra.  Don Abundio prendió un puro y empezó a fumar como locomotora.
--Ay, compadre, pos si suena bonito.  Pero ya sabe usted como son los políticos.  Le aseguro que en cuanto llegara ese fulano Praxedis no sé qué al poder luego luego se ponen a robar.
--México ya no puede seguir como esta.  Don Porfirio le está entregando el país a los extranjeros, compadre.  Y compadre, el nombre de este fulano es Praxedis Guerrero.  Es poeta.  No puedo creer que un hombre que escribe así, dando tanta evidencia de su amor a la patria, podría convertirse en un ladrón.
Don Abundio suspiro.  Tenía años en los medios políticos del porfiriato, donde el más manco era malabarista.
--Jijos, compadre, acuérdese que soy el jefe político.  He encarcelado a otros por decir menos.
--¿Me va a mandar a San Juan de Ulúa, compadre?
--No diga eso compadre.  Usted sabe bien que nunca haría nada contra usted.  Pero no respondo si el gobierno manda rurales a arrestarlo.  Por favor, no ande de alborotador, se lo suplico.  Hay orden de arresto contra ese Praxedis Guerrero.  Pero en realidad significa que en cuanto lo identifiquen los rurales le darán la ley fuga.  Se está usted involucrando con gente peligrosa, que no oye razón, vamos, anarquistas, gente sin Dios.  Se lo digo de buena fe y porque me precio de ser su amigo.
Unos días después, viendo que la “fiebre” le crecía en mi tío, don Abundio y mi tía actuaron.  Decidieron que, como al Quijote lo trastornaron los libros de caballería, los escritos “libertarios” esos habían trastornado a mi tío y había que erradicarlos.  Una tarde que regreso a su casa encontró que habían quemado sus libros marxistas y sus copias de Regeneración.  Hubo un disgusto tremendo pero, ante las lágrimas de su mujer y las suplicas de su compadre, mi tío trato de moderarse. 
En realidad, lo que mi tío hizo fue establecer contacto con las células magonistas en Xalapa.  Siempre podía encontrar pretexto, pensó mi tío, para ir a Xalapa.  Era cuestión de alquilar una mula y caminar todo el día hasta Coatepec.  De ahí se tomaba el ramal de vía angosta que lo llevaba a uno hasta la capital del estado.
Y así fue que un día mi tío se encontró en un salón de una casona xalapeña propiedad de un cura jesuita de origen alemán que tenía ideas “liberales”.  Junto con mi tío estaban otras dos docenas de personas, magonistas o simpatizantes, esperando la llegada del autor de los escritos que lo habían “vuelto loco” (según mi tía): Praxedis Guerrero.
Afuera estaba ya pardeando la tarde y caía el chipi-chipi típico de Xalapa.  Dos militantes se reguarnecían en el dintel de la puerta de la casona.  En las bolsas de sus chamarras traían unas pistolas herrumbrosas.  Su misión era dar la alerta si se presentaba la policía porfirista.
El organizador llamo el mitin al orden.
--El compañero Praxedis debe de haber llegado hace unos minutos en el tren de Perote.  Si no hay contratiempos pronto lo veremos aquí.
--Señor presidente –dijo uno de los asistentes levantando la mano--, con su venia por favor.
--Diga usted compañero.
El hombre se incorporó.
--Para nadie es secreto que estamos aquí ni la mitad de los asistentes a la junta previa –explico el hombre--.  Hace dos días Madero estuvo aquí en Xalapa como parte de su gira electoral.  Me reportan que lleno la plaza Juárez y estoy seguro que muchos de los compañeros que hoy no han asistido estuvieron ahí.
--O sea –interrumpió el presidente--, usted compañero cree que nos han desertado para incorporarse al maderismo, probablemente viendo a ver que hueso pueden agarrar en caso de que Madero gane.
--Muy probablemente, señor presidente.  Por mi parte, yo prefiero quedarme solo que mal acompañado.  Solo siendo un iluso, por no decir pendejo, se puede pensar que el viejo buitre permitiría un triunfo de Madero.  Además, ¡nosotros no estamos aquí por hueso sino por México!
Al decir lo último varios de los asistentes aplaudieron, incluyendo mi tío.
--¡Madero es un pinche burguesito y hacendado! –se oyó a alguien gritar.
--¿Y qué con eso? ¡Yo soy hijo de hacendados y sí, soy un burgués!  –contesto una voz poderosa al fondo de la sala.
Los asistentes voltearon.  Un hombre alto, de finas facciones, y delgado le entregaba su bombín, capa pasamontañas, y un bastón con mango de plata a uno de los militantes que había estado de guardia en la puerta.  Vestía a la inglesa, con un traje de tweed de tres piezas y una pesada cadena de plata indicaba donde traía su reloj.  Produjo una boquilla de oro y prendió un cigarro inglés.  El hombre sonrió y se dirigió al pódium
--Si, el compañero tiene toda la razón.  Madero es un hacendado y un burgués.  Pero, ¿vamos a echarle en cara a los hermanos Graco el haber nacido nobles?  ¿O a Danton y Robespierre lo mismo?  Créanme, tengo muchas diferencias con Madero pero echarle en cara su origen ciertamente no es algo que podría hacer su servidor.  Por otra parte, confieso que es conveniente vestir estos trapos de catrín y actuar como el déspota hijo de hacendado que alguna vez fui.  Y es que ninguna chota, ningún policía, se atreve a hablarme golpeado o a faltarme al respeto.  ¡Hasta se me cuadran los desgraciados!  Y eso, compañeros, es algo que queremos que cambie en México.  ¡Que los policías sean déspotas y barbajanes no solo con el pueblo sino hasta con los potentados!  ¡El día que la chota en México madreé parejo entonces finalmente habrá democracia! –concluyo el hombre riéndose.
--Compañeros, hete aquí a don Praxedis Guerrero –dijo el presidente indicando al orador.
Los aplausos arreciaron.  Guerrero estrechaba manos y repartía abrazos.  Guerrero se subió al podio y produjo unos papeles.  Vio al presidente y este indico que por favor continuara.
A continuación Guerrero hizo una breve –afortunadamente tenía el poeta el raro don de la brevedad—reseña de como el movimiento magonista había participado tanto en los levantamientos (fallidos) de Acayucan y Madera y había estado muy activo durante las huelgas de Rio Blanco.
--Pero ahora ustedes, con justicia, se preguntan ¿y qué hacemos con Madero?  Este nunca menciono ni ha mencionado hasta ahora las reivindicaciones obreras por las que nuestros mártires en Rio Blanco derramaron su sangre.  Es un secreto abierto que el gobernador Dehesa aquí en Veracruz simpatiza con Madero.  ¿Y acaso no hacen los maderistas sus mítines a cielo abierto, a la sombra incluso del palacio de gobierno, sin que la policía porfirista los reprima?  ¿Se han preguntado ustedes, compañeros, por qué razón Madero opera abiertamente mientras que nosotros andamos a salto de mata?
Hubo murmullos entre los asistentes.  Guerrero sonrió.  El presidente le paso un vaso de limonada.
--La razón, compañeros, es que aparte de tener hueso en el gobierno, la segunda profesión más lucrativa en México es ser “oposición”. 
--¡Compañero Guerrero, con su venia! –exclamo uno de los asistentes parándose.
--Diga usted, compañero.
--¿Acaso quiere usted decir que Madero está siendo pagado por el regimen?
--Oh no, compañero.  Después de todo Madero no necesita dinero.  Pertenece a la tercera familia más rica de México, después de los igual hacendados Terrazas y Creel.  No, Madero no haría esto por dinero.  Hay algo de vanidad y narcisismo en sus motivos.  Es un “niño bien” igual que yo lo fui cuando crecí en la hacienda de mi padre en Guanajuato.  Así pues, Madero está acostumbrado a que el mundo orbite a su alrededor.  Lo que quiero decir es que en ese sentido, el régimen lo encuentra de mucha utilidad.  Al permitirlo operar encausa el descontento hacia la inútil vía electoral.  Da a los mexicanos y al mundo la ilusión de que somos una democracia.  No tengo duda que el régimen le hará a Madero un ofrecimiento después de que impongan otra vez a Díaz o a algún otro instrumento de los plutócratas en la presidencia.  Tal vez le darán reconocimiento pleno a su partido.  Y eso recompensara la vanidad de Madero y así el régimen podrá seguir perpetuándose en el poder per secula seculorum.  De aquí a cien años es bien posible que a México lo gobiernen todavía los descendientes espirituales de los científicos.
--Pero –insistió el hombre-- ¿y si Madero llama a la revolución, nos unimos a él?
--Vamos punto por punto, compañero.  He discutido esto arduamente con los Flores Magon allá en San Antonio.  Ninguno de ellos cree que Madero tomara tal paso.  Yo en cambio sí creo que lo hará.  Y será un error, por supuesto, tal vez hasta fatal para su persona.  ¿Por qué?  Pues porque el hombre tiene mucho de iluso.  Tal vez si tenga buenas intenciones pero me temo que no oye consejo.  Ese será su gran error.  Aun si logra derrocar a la cabeza visible del régimen, el buitre viejo, don Porfirio, los magnates nunca se lo perdonarían ni le permitirían gobernar.  Y Madero es demasiado torpe y terco para forzarlos a que lo obedezcan.  Pero para contestar directamente a su pregunta, compañero, si Madero se lanza a la revolución hemos decidido que aprovecharemos la coyuntura e iniciaremos nuestra propia lucha en paralelo.  No, no lo apoyaremos más que en la medida que ayuda a distraer a los federales y nos permitirá operar.  No, no tiene caso apoyarlo.  Madero nunca hará una revolución verdadera.  Y aun si lo intentara, fracas aria.
--¿Qué instrucciones nos trajo entonces desde San Antonio compañero Praxedis? –pregunto el presidente.
--Dejar que Madero sigan hablando.  Ha puesto al pueblo a pensar, aun si es darles ilusiones estúpidas.  La desilusión final será en nuestro beneficio.  Aticemos en paralelo el descontento de la población.  El pueblo sufre injurias y vejaciones constantes.  Se le entrega la riqueza nacional a los extranjeros.  La clase política es corrupta, apátrida, y estúpida.  Desprecian al pueblo mexicano.  Y los plutócratas siguen insistiendo en mantener en la presidencia a un ridículo anciano senil.  Es imposible que semejante situación dure para siempre.  Por nuestra parte, hagamos acopio de armas.  Consolidemos nuestras filas.  No se arriesguen para nada.  Pronto sonara la hora de la rebelión.  Y entonces el régimen temblara.   

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