Saturday, November 2, 2013

XXII. Pacto con el Diablo

Gustavo Madero irrumpió en la oficina del presidente, su hermano. En una mano don Gustavo traía un pistolón. En la otra jalaba a Victoriano Huerta, el cual trastabillaba y obviamente no estaba en sus cinco.

--¡Pancho! Aquí te traigo a este desgraciado.

--¡Gustavo! ¿Qué significa todo esto?

--Tengo pruebas que este cabrón esta en comunicación con los alzados. ¡Es un traidor!
Tras de la pareja entraron varios oficiales del estado mayor que observaban la escena con asombro.

--Señor presidente, ha habido una equivocación –dijo Huerta.

--¡Por su torpeza está matando a nuestra mejor gente! ¡Nadie puede ser tan pendejo! ¡Lo está haciendo a propósito! La tropa ya no quiere entrarle, Pancho. ¡Dicen que no se van a hacer matar a lo pendejo y no los culpo!

--Gustavo, por favor, suelta al general.

Muy a regañadientes don Gustavo soltó a Huerta, el cual no se pudo sostener en pie y cayo de rodillas. Don Gustavo mantuvo el cañón de la pistola en la sien del militar.

--Explíquese general, se lo ruego –dijo el presidente.

--Don Gustavo no entiende que la guerra tiene sus peripecias.

--¡Dígaselo a los rurales!

--¡Gustavo! Por favor, baja esa pistola. No se te vaya a salir el tiro. Levántese general.

--No se me saldría ningún tiro, Pancho. Si le doy el plomazo lo hare con mucho gusto y no me arrepentiré.

--Por favor, Gustavo, te lo ruego. No me hagas ordenar que estos caballeros te desarmen.

Reluctante, don Gustavo bajo la pistola pero no la soltó y siguió encañonando a Huerta. Mientras Huerta se logró poner en pie o por lo menos algo vertical.

--Yo entiendo por qué don Gustavo esta tan enchilado –dijo Huerta--. Pero la guerra requiere sacrificios. Si por mí fuera estaría al frente de mis hombres pero alguien tiene que coordinar las acciones. Me temo que don Gustavo no está capacitado para dirigir al ejército, ¿verdad?

--¿Y un borracho si puede dirigir al ejercito? –le espeto don Gustavo.

Huerta ignoro la pulla.

--Yo le aseguro, señor presidente, que en un día más tomaremos la ciudadela. Por mi honor como militar se lo juro.

--Usted es un traidor. Ha tenido comunicación con los alzados. Tengo las pruebas.
--Señor presidente, míreme, ¿acaso le he dado razón para dudar de mi lealtad? Bastante humillación he sufrido ya como para que don Gustavo encima ande mostrando pruebas falsas en mi contra. Mejor que me dé un plomazo o mándeme fusilar de una vez y acabamos.

Se hizo un silencio incómodo. Pancho observo cuidadosamente a Huerta. El pedo se le había bajado con el susto de ser encañonado por don Gustavo. El hombre sudaba a montones y el uniforme estaba manchado de sudor. Incluso era evidente que se había meado. El presidente noto que su pistola faltaba. Era evidente que Gustavo se la había arrebatado. Madero, palpo la humillación del hombre a la vista de sus subordinados y, desgraciadamente, el presidente era un hombre compasivo, “más bueno que el pan” y si, medio pendejón e incapaz de imaginar la maldad que reside en ciertos hombres. Finalmente, Madero respondió.

--Gustavo, regrésale su pistola al general. Él ha empeñado su palabra como militar de que mañana caerá La Ciudadela.

--Dios te perdone, Pancho. Has sellado tu muerte, la de tus colaboradores, y la mía –le dijo Gustavo regresándole la pistola a Huerta.

Una hora después Huerta le escribía un recado a Cecilio Ocon: “Tenemos que actuar de inmediato”.

Por lo que toca a la tropa de Toribio, habíamos regresado a la barricada de la puerta Mariana. Curiosamente, el fuego de La Ciudadela había cejado.

--¿Habrá caído La Ciudadela sargento?

--Lo dudo Manuel. Nuestra gente ya no quiere entrarle. Aquí hay gato encerrado.

Fue entonces que le dimos entrada a la gente del 29 batallón del general Blanquet.

--¿Nos van a relevar aquí señores? –le pregunto Toribio a un sargento del 29.

--No sé, compañero, venimos desde Toluca con órdenes de presentarnos en palacio nacional.

--Sargento, estos cabrones no me dan buena espina –dijo Arévalo una vez que entro la tropa de Blanquet.

--¿Los conoces?

--Si, sargento. Son los que mandaron a Rio Blanco e hicieron la matazón de las hilanderas. Blanquet es compadre de Huerta.

--Pos entonces, Arévalo, son “buenos soldados” que cubrieron las armas nacionales de gloria matando hilanderas, ¿verdad?

--No pos sí.

Fue entonces que llego Blanquet a bordo de un automóvil. El fulano era un viejo panzón con una cara de hijo de puta que no podía con ella.

Unas horas después se presentó ante nosotros un oficial del 29 acompañado por sus hombres y unos oficiales del estado mayor.

--¡Atención!

Nos paramos y nos pusimos en firme. Los soldados del 29 cortaron cartucho.

--El tirano ha sido derrocado. Madero ha sido arrestado junto con el vicepresidente Pino Suarez y el general Ángeles. El general Huerta ha asumido el mando supremo. ¡Viva Huerta! ¡Viva la revolución!

Estábamos tan confundidos que no dijimos ni pio.

--¡Dije que viva Huerta con un carajo!

Ahora los soldados del 29 nos apuntaban. De inmediato lanzamos vivas a Huerta y a la “revolución”. El miedo no anda en burros y no, no íbamos a ser tan pendejos de hacernos matar por don Pancho por muy bueno que fuera. Se oían disparos aislados. Obviamente algunos no habían sido tan entusiastas en sus respuestas.

Por si las moscas nos relevaron de la puerta Mariana. Hacíamos vivaque en uno de los galerones del palacio nacional y estábamos rodeados de los alzados. Y es que el ejército en la capital se unió de inmediato a la “revolución”. Rubio Navarrete y su artillería se pusieron a disposición del nuevo régimen y lo que quedaba de la infantería que trajo Ángeles desde Morelos hizo igual.

Vestido elegantemente con su mejor traje de charro Francisco Cárdenas bebía la copa que le sirvió el coronel Cervantes. Ambos estaban en la Ciudadela. Afuera se oían vivas a Félix Díaz y a Mondragón.

--Es un gran día, mayor –dijo Cervantes alzando su copa.

--Si mi coronel. Disculpe que lo hice esperar. Me acababa de casar cuando recibí su recado.

Cervantes hizo una mueca. El lector recordara de qué pie cojeaba.

--Ah, ¿se casó? Yo no he tenido tiempo para…buscar mujer. En fin, felicidades mayor. Si lo llame fue porque le quería sugerir que se integrara al ejército.

--Viniendo de usted, mi coronel, acepto la sugerencia.

--Incluiré mi recomendación. Usted es la clase de hombre que necesito…o más bien que la patria necesita. Créame, le lloverán los ascensos. A mí en cualquier momento se me posa un aguilita en la gorra. Espero poder celebrar con usted entonces.

En eso unos alaridos de dolor los interrumpieron. Los dos hombres se dirigieron a un ventanal desde el que se observaba la plaza enfrente de la ciudadela.

--¡Válgame Dios!

--¿Quién es ese infeliz? Lo han puesto como santo Cristo.

Al pie de la estatua de Morelos la soldadesca estaba golpeando a un hombre bañado en sangre. Varias veces le insertaban la bayoneta para herirlo.

--Es Gustavo Madero –dijo lacónicamente Cervantes--. De ahora en adelante todo el que se oponga al ejército tendrá que andarse muy derechito.

Los aullidos de dolor de don Gustavo eran horribles. Ya no era un hombre sino un infeliz animal siendo sacrificado. Finalmente un plomazo misericordioso lo mato.

--Consumatum est –dijo Cervantes sonriendo y alzando su copa.

Cárdenas estaba muy pálido y puso su copa a un lado.

--He visto demasiada guerra en estos días mi coronel, discúlpeme.

--Entiendo. Mire, Cárdenas, me tome la libertad de preparar su solicitud. Fírmele aquí y puede regresarse con su esposa.

Cárdenas hizo tal pero no pudo dejar de tener la sensación que estaba firmando un pacto con el diablo.


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