Neveria
The Chocolate House en El Paso, Texas – mediados de abril de 1911
La
gringuita tendría unos catorce años. Era
la hija del dueño. Sus manos no podían
evitar temblar mientras ponía los sundaes en la mesita donde estaban sentados
los dos mexicanos.
--Tenquius
niña –sonrió Francisco Villa--. Esta
perfecto este sundae. Tiene más jarabe
de chocolate que nieve. Así me gustan.
El
centauro le entro con gusto al sundae.
Eran sus favoritos y cada que podía se iba al otro lado a
comérselos. Ya lo conocían en The
Chocolate House. Pero el hecho de que
siempre llegaba acompañado de un grupo patibulario de escoltas armados causaba inevitablemente
algo de sobresalto. En aquellos tiempos
en la aduana no le hacían de tos si cruzabas la frontera armado.
Frente
a Villa estaba sentado un fulano prieto, flaco, de nariz aguileña. Era Pascual Orozco y era el comandante del ejército
maderista. Orozco probo sin mucho
entusiasmo el sundae.
--¿Están
buenos verdad? –sonrió Villa que ya estaba pensando en ordenar otro.
--Pos
si –contesto Orozco hoscamente--. Pero,
en fin, Pancho, ¿nos vamos a pasar tragando helados frente a Ciudad Juárez? Madero ya anda hablando de que nos retiremos.
El
centauro se limpió la boca con una servilleta.
--Vamos
sincerándonos, don Pascual.
--Pos
vamos haciéndolo, coronel Villa.
--Yo
no sé mucho de ciencia militar…
--Yo
menos.
--Pos
si, decía, pero, si nos pelamos y levantamos el cerco yo creo que los
muchachitos se descorazonarían. El ejército
desaparecería.
--Y
la revolución valdrá madre.
--Pos
si, don Pascual. Mire, yo tengo una
idea.
--Lo
oigo.
--Ya
vide lo entrones que son los magonistas…
--Sí,
pero son muy rebeldes. Los disgregue
entre todo el ejército. No conviene que
tengan su propia unidad.
--¿Conoce
a mi tocayo, el maestro Francisco Pavón?
--¿El
grandote que era segundo de Alanís? Si.
--Ese
mero. Tiene todavía 20 hombres a su
mando. He hablado con él. Esta dispuesto a actuar.
--¿Cómo?
--Creando
incidentes, balaceras, enchilando a los pelones, mentándoles la madre. Y ya que se generalice la balacera…
--No
diga más. Entiendo, Villa. ¿Para cuándo quiere que Pavón y su gente
actúen?
--Pos
entre más pronto mejor, don Pascual. Hoy
en la nochecita podrían empezar. Le daré
instrucciones a Pavón y a sus muchachitos.
--Pero,
¿y Madero? No le va a gustar. Ya anda en pláticas con don Porfirio.
--Déjelo
que siga hablando. Es más, usted y yo
haremos como que no sabemos nada. Pavón está
dispuesto a actuar y como él y su gente tienen fama de rebeldes se puede
justificar que están actuando desobedeciendo nuestras órdenes.
--Perfecto.
--Y
mire, don Pascual, yo que usted y yo seguimos viniendo a tomar sundaes mientras
todo eso sucede. Para cuando se dé
cuenta el señor Madero la batalla se habrá iniciado y regresamos a dirigirla.
--Me
gusta, me gusta –sonrió Orozco entrándole ahora sí que con gusto a la nieve.
Aduana
de Ciudad Juárez
Era
de madrugada. Estaba yo enrollado en una
cobija y durmiendo en un petate sobre el techo de la aduana. El plomazo me despertó. Era la primera vez que alguien me
disparaba. La bala se incrustó en el
parapeto. Confieso que me orine de
miedo.
--¡Alerta!
¡Despierten cabrones! –gritaba Domínguez.
Iguales gritos se oyeron abajo, en el galerón principal de la aduana.
Me
despabile afortunadamente antes de que Domínguez me diera una patada. Agarre mi máuser y atisbe por encima del
parapeto. La noche era muy oscura. Creí ver unas sombras moviéndose a lo largo
de la calzada.
--¡Vienen
los maderistas! –alcance a gritar.
Domínguez
y su gente ya estaban haciendo ajustes al mortero. Un par de plomazos se incrustaron en el
parapeto. Yo me hice un ovillo detrás de
este.
--¡Fuego!
–ordeno Domínguez y el mortero lanzo su primera granada.
Hubo
una explosión en la calzada. Se oyeron
mentadas de madre.
--¡Muera
el mal gobierno pelones putos!
--¡Chingue
a su madre Porfirio Díaz bola de putos!
Abajo
el resto del 88 estaba ya soltando plomazos aunque me temo que era a lo pendejo
porque casi no se veía nada. Domínguez
lanzo otro mortero y esta vez se oyó un grito de dolor.
--¡Hijos
de la gran puta! –grito una voz que por alguna razón se me hizo conocida.
A
pesar de la oscuridad, alcance a ver a una figura recoger a otra que estaba
prostrada en la calzada. Levante mi
rifle. Era un fulano grandote. Luego, mucho después, me entere que sí, era
mi tío. Si, le dispare, lo admito, pero afortunadamente
no creo haberle pegado. Era la primera
vez que le disparaba yo a un cristiano.
Así
nos tuvieron amagando toda la puta noche.
De vez en cuando arreciaba la balacera en otro rumbo de Ciudad Juárez. Poco a poco fue creciendo el estruendo. Para cuando amaneció la balacera era
constante. Ya con luz Domínguez y su
mortero había hecho estragos y bajas entre los maderistas que trataron de aproximársenos.
La
Casa de Adobe – cuartel de Madero
--¡Don
Pascual! –grito Madero alterado--. ¡Tiene usted que poner fin a esto! ¡Ya estoy en pláticas con el gobierno para
que nos entreguen la plaza!
Ante Madero se encontraban Orozco y Villa. Madero los habia ido a buscar con urgencia a El Paso donde estaban comiendo helados.
--Son
solo unos cuantos exaltados, señor Madero –contesto Orozco.
--¡No
me importa cuántos sean! ¡Usted tiene
que poner orden entre las filas! –exigió Madero.
--Ya
la gente está muy enchilada, señor Madero –apunto Francisco Villa--. Los pelones nos han hecho muchas bajas. Si le pide a los muchachitos que no le entren
se nos van a sublevar.
--Entonces,
¡disciplínenlos!
--No
sería tan fácil, señor Madero, y se lo digo con todo respeto –dijo Orozco--. Como dijo el coronel Villa la gente ya está
muy enchilada.
Se
oyeron varias detonaciones.
--¿Qué
diablos es eso? ¿Es nuestra artillería? Yo no ordene que abrieran fuego.
--No
le digo, señor Madero –insistió Orozco--.
Esto ya nadie lo controla.
Madero
sacudió la cabeza.
--¿Y
si los pelones nos derrotan? ¿Qué hacemos
entonces señores?
--Usted
confié en la tropa, señor Madero –aseguro Villa--. Déjenos entrarle con todo y vera que Ciudad Juárez
cae.
--Válgame
Dios –dijo Madero cayéndose pesadamente en un viejo sillón--. Bien, que sea lo que Dios quiera. Adelante, señores, tomen Ciudad Juárez si
creen poder hacerlo.
Orozco
y Villa salieron de la casa de adobe y ya afuera se dieron un abrazo de júbilo.
Aduana
de Ciudad Juárez
--Tengan
–dijo el sargento Toribio entregándonos parque--. Solo disparen cuando estén seguros del
blanco. No tenemos mucho parque ya.
--Sargento
–le dijo Domínguez a Toribio--, dígale al capitán Cervantes que me quedan tres
obuses. Necesito más munición si vamos a
sostenernos aquí.
--Enterado,
Domínguez –respondió Toribio--. Veré que
se puede hacer. Pero ya no tenemos comunicación
con Navarro.
Dos
horas más tarde Domínguez soltó su último obús y este deshizo una embestida
maderista. La calzada ya estaba toda
horadada con cráteres. Los rebeldes se habían
atrincherado entre los escombros y desde ahí nos balaceaban
constantemente. Domínguez había resultado
ser todo un experto artillero: se observaban montones de cadáveres de los maderistas.
Dentro
del galerón principal de la aduana las soldaderas hacían lo que podían para
ayudar a nuestros heridos, que ya eran como una docena. No teníamos ni un triste botiquín, solo sotol
para ayudarlos a bien morir.
--A
ver, ¿Qué tanto parque les queda? –nos preguntó el sargento Toribio.
Le
mostré el manojo de balas que todavía me quedaban. El otro infante del 88 tampoco tenía ya mucho
parque. Toribio sacudió la cabeza.
--Escuchen,
nos llegó orden de Navarro que nos congreguemos en el cuartel del 14 batallón.
--¿Vamos
a evacuar, sargento? –pregunto Domínguez.
--Sí,
es la orden.
--Pos
ustedes son infantería –apunto Domínguez--.
A mí no me ha llegado instrucción alguna.
--Si
se queda lo fusilan los maderistas, Domínguez.
Les hizo usted muchas bajas.
--De
pendejo me quedo entonces. Yo y mi gente
nos pelamos para el otro lado.
Toribio
lo vio fijamente por un momento. Técnicamente
era deserción ante el enemigo lo que proponía Domínguez y eso se castigaba con
la pena de muerte. Pero de muy poco
valor seria para la infantería del 88 que Domínguez y su gente nos
acompañaran.
--Pos
píquele y aproveche mientras todavía tiroteamos –explico Toribio sonriendo--. Nosotros nos ahuecamos el ala en quince
minutos más.
Nunca
supe si Domínguez y su gente sobrevivieron pues los maderistas casi habían rodeado
en su totalidad a la aduana. El caso es que quince minutos después lo que
quedaba del 88, como ochenta hombres, nos arremolinamos junto al portón
principal de la aduana. Cervantes ordeno
dejar atrás a nuestros heridos a cargo de dos soldaderas viejas que se
ofrecieron a quedarse con ellos. Me temo
que Cervantes tenía razón: era imposible llevar con nosotros a los heridos. Las otras soldaderas marcharían entre en
medio de nuestro grupo para protegerlas.
Con
gran solemnidad, Cervantes ordeno quemar la bandera del batallón para que no
cayera en manos del enemigo. Luego saco
su pistola y nos encaró.
--¡Síganme
cabrones! –ordeno Cervantes.
Y
tal hicimos, en medio de una balacera nutrida que nos soltaron los maderistas y
nos mataron mucha gente.
En
una casa junto al cuartel principal de Navarro Francisco Cárdenas, el rural,
entro rengueando y cubierto de sangre.
--¡Francisco! --exclamo La Grilla al verlo--. ¡Santo Dios!
¡Estas herido!
--No
mujer. No es mi sangre, es la de mi
caballo. La caballería intento una embestida
y me mataron mi animal. El cuaco cayó
sobre mí y casi me rompe una pierna.
--Bendito
sea Dios que estas por lo menos vivo, Francisco, ¿Qué hacemos entonces?
--Carajos,
mujer, este arroz ya se coció. Hay
rebeldes en todos lados. Escucha, espérate
a que caiga la noche. Nos intentaremos
pelar para el otro lado.
--¿Pero,
puedes andar?
--Átame
un trapo en el tobillo. Creo que tengo
fractura. Y dame un trago de sotol. Si, así podre caminar aunque sea
renqueando. Yo no me quedare aquí cuando
entren estos cabrones maderistas.
Ya
habíamos llegado a la placita frente al cuartel del 14 batallón cuando una
balacera nos diezmo.
--¡Retrocedan!
–Ordeno Cervantes--. ¡El cuartel del 14 está
en manos de los maderistas!
--¿Para
donde jalamos entonces capitán?
--pregunto Toribio.
--Vamos
al que llaman corral de los cowboys. Ahí
oí que Navarro tenia un cuartel.
Nos
retiramos en tal dirección bajo el fuego nutrido de los maderistas. En efecto, Navarro estaba en una casona junto
al corral ese. Éramos solo 20 soldados y
unas cuantas soldaderas cuando llegamos.
El resto se había muerto o habían caído heridos o habían desertado.
Unas
horas después Navarro rindió la plaza.
Castillo
de Chapultepec
--¿Está
seguro? –pregunto Limantour.
--Es
lo que nos indican desde El Paso –contesto el secretario de guerra, el
generalote con la cicatriz que le había hecho un zuavo en el Loreto.
--¡Pero
Ciudad Juárez es tan solo una plaza chilera! –exclamo el secretario de gobernación.
--Y
Navarro solo tenía mil hombres –explico el generalote.
--¿Por
qué no lo reforzaron, general? –pregunto Limantour.
--Los
pinches maderistas bloquearon la vía. No
podíamos hacerles llegar refuerzos.
--No
me suena razonable, general –dijo hoscamente Limantour.
--¿Qué
hacemos? –pregunto Gobernación.
Limantour
sacudió la cabeza. Propiamente, el de Gobernación
era el que debería sugerir una alternativa.
Era evidente que el hombre había sido rebasado.
--Señores,
tiene que haber, me temo, una salida política.
--O
sea, ¿Qué renuncie don Porfirio?
--Si.
--¡No
chinguen! –exclamo el generalote--. ¡Ciudad
Juárez es tan solo un pueblote chilero!
--Señor
general –dijo con frialdad Limantour--. Tal
vez así sea, pero los mercados reaccionaran desfavorablemente.
--¿Y
a mí que carajos me importan los mercados?
--rugió el generalote--. ¡Tengo
diez batallones listos para embarcar al norte!
Carajos, ¡nunca tuve más de cien infantes conmigo cuando me enfrentaba a
los franceses!
--¿Y
con que les va a pagar a su gente, señor general? –pregunto Limantour—. El crédito del gobierno se va a esfumar en
cuanto se sepa de la caída de Ciudad Juárez.
Nadie comprara nuestros bonos.
--¡Puta
madre! –exclamo el militar dejándose caer pesadamente en un sillón.
--¿O
sea? ¿Esto es el fin, don Yvo? –pregunto
Gobernación.
--Tenemos,
repito, que buscar una salida política, señores. Si, don Porfirio tendrá que exiliarse, que se
yo, irse a Europa. Pero no se preocupen,
señores, conozco bien a la familia Madero.
Son hacendados. Acuérdense: perro
no come perro.
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