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Praxedis Guerrero |
Mi tía, Mercedes, era una
mujer buena y muy religiosa. Mi tío,
Francisco, siendo uno de los maestros del pueblo, era una persona muy
prominente y bien conocida. Éramos
entonces de las familias acomodadas de Coscomatepec. Vivíamos en las afueras del pueblo en una
finca cómoda, con amplias recamaras, un gallinero, milpa, y un potrero.
Mis tíos nunca se habían
casado por la iglesia. Se habían casado
por lo civil pues mi tío era un furibundo comecuras y se rehusaba a entrar a
una parroquia. El no haberse casado
“ante Dios” había sido, a través de los años, fuente de fricción entre la
pareja. Aunque mi tío nunca pensaría
siquiera en serle infiel a su esposa ella, muy devota como había dicho, siempre
pensaba que estaban viviendo en el pecado y que el suyo no era matrimonio
valido si solo se efectuaba bajo las leyes de Juárez. Peor, su familia pensaba igual y habían
cortado a mi pobre tía de todo contacto con ellos. Todo su amor, todo su mundo, revolvía
entonces alrededor de mi tío. Este reconocía
su sacrificio y la amaba con devoción y mostrándole mucha, pero mucha,
paciencia.
Tenía mi tío un compadre, don
Abundio, que era el jefe político del pueblo.
En las tardes siempre se juntaban los compadres y otros invitados a
jugar dominó en el corredor de nuestra casona.
Ahí se componía el mundo, cosa que he notado que es muy del gusto de los
viejos que ya no lo pueden remediar después de joderlo en sus años mozos. Yo haría tal pero nunca tuve amigos que me
inviten a jugar domino.
Inevitablemente llego el
momento en que mi tío, con sus tendencias “liberales”, se entusiasmó con los
escritos de los magonistas, específicamente los de Praxedis Guerrero.
--Mire compadre –le decía mi tío
a don Abundio--, le leeré esto a ver que piensa.
“Para evolucionar es preciso
ser libre y no podemos tener libertad si no somos rebeldes, porque nunca tirano
alguno ha respetado a los pueblos pasivos; jamás un rebaño de carneros se ha
impuesto con la majestad de su número inofensivo, al lobo que bonitamente los
devora sin cuidarse de otro derecho que el de sus dientes…”
Don Abundio suspiro y se
sirvió otro trago de sotol. Tan solo
sacudió la cabeza.
--Espérese compadre –continuo
mi tío--, hay más.
“¡A nosotros los flagelados,
los humillados, los vendidos, los proscriptos en nuestro mismo país,
corresponde la vindicación de nuestro honor! ¡Guay de nosotros si el miedo
detiene nuestro brazo! ¡Eterna maldición para el cobarde; para el que falto de
patriotismo reniegue de un pasado glorioso! ¡Borremos del suelo patrio la
palabra tiranía y coloquemos esta otra sobre la que descansa la única paz
aceptable para los hombres: JUSTICIA!”
--Eso es cosa del diablo
–dijo mi tía trayéndoles unas botanas.
--No mujer, Praxedis también
tiene para ti. Escucha.
“Otro enemigo no menos
terrible tiene la mujer: las costumbres establecidas; esas venerables
costumbres de nuestros mayores, siempre rotas por el progreso y siempre
anudadas de nuevo por el conservadurismo. La mujer no puede ser mujer, no puede
amar cuando ama, no puede vivir como la libre compañera del hombre, porque las
costumbres se oponen, porque una violación a ellas trae el desprecio y la befa,
y el insulto y la maldición. La costumbre ha santificado su esclavitud, su
eterna minoría de edad, y debe seguir siendo esclava y pupila por respeto a las
costumbres, sin acordarse que costumbres sagradas de nuestros antepasados lo
fueron el canibalismo, los sacrificios humanos en los altares del dios
Huitzilopochtli, la quema de niños y de viudas, la horadación de las narices y
los labios, la adoración de lagartos, de becerros y de elefantes. Costumbres
santas de ayer son crímenes o pueriles necedades de hoy. ¿A qué, pues, tal
respeto y acatamiento a las costumbres que impiden la emancipación de la
mujer?...”
Mi tía se persigno y se fue
sin decir palabra. Don Abundio prendió
un puro y empezó a fumar como locomotora.
--Ay, compadre, pos si suena
bonito. Pero ya sabe usted como son los
políticos. Le aseguro que en cuanto
llegara ese fulano Praxedis no sé qué al poder luego luego se ponen a robar.
--México ya no puede seguir
como esta. Don Porfirio le está
entregando el país a los extranjeros, compadre.
Y compadre, el nombre de este fulano es Praxedis Guerrero. Es poeta.
No puedo creer que un hombre que escribe así, dando tanta evidencia de
su amor a la patria, podría convertirse en un ladrón.
Don Abundio suspiro. Tenía años en los medios políticos del
porfiriato, donde el más manco era malabarista.
--Jijos, compadre, acuérdese
que soy el jefe político. He encarcelado
a otros por decir menos.
--¿Me va a mandar a San Juan
de Ulúa, compadre?
--No diga eso compadre. Usted sabe bien que nunca haría nada contra
usted. Pero no respondo si el gobierno
manda rurales a arrestarlo. Por favor,
no ande de alborotador, se lo suplico.
Hay orden de arresto contra ese Praxedis Guerrero. Pero en realidad significa que en cuanto lo
identifiquen los rurales le darán la ley fuga.
Se está usted involucrando con gente peligrosa, que no oye razón, vamos,
anarquistas, gente sin Dios. Se lo digo
de buena fe y porque me precio de ser su amigo.
Unos días después, viendo que
la “fiebre” le crecía en mi tío, don Abundio y mi tía actuaron. Decidieron que, como al Quijote lo
trastornaron los libros de caballería, los escritos “libertarios” esos habían
trastornado a mi tío y había que erradicarlos.
Una tarde que regreso a su casa encontró que habían quemado sus libros
marxistas y sus copias de Regeneración.
Hubo un disgusto tremendo pero, ante las lágrimas de su mujer y las suplicas
de su compadre, mi tío trato de moderarse.
En realidad, lo que mi tío
hizo fue establecer contacto con las células magonistas en Xalapa. Siempre podía encontrar pretexto, pensó mi
tío, para ir a Xalapa. Era cuestión de
alquilar una mula y caminar todo el día hasta Coatepec. De ahí se tomaba el ramal de vía angosta que
lo llevaba a uno hasta la capital del estado.
Y así fue que un día mi tío se
encontró en un salón de una casona xalapeña propiedad de un cura jesuita de
origen alemán que tenía ideas “liberales”.
Junto con mi tío estaban otras dos docenas de personas, magonistas o
simpatizantes, esperando la llegada del autor de los escritos que lo habían
“vuelto loco” (según mi tía): Praxedis Guerrero.
Afuera estaba ya pardeando la
tarde y caía el chipi-chipi típico de Xalapa.
Dos militantes se reguarnecían en el dintel de la puerta de la
casona. En las bolsas de sus chamarras
traían unas pistolas herrumbrosas. Su
misión era dar la alerta si se presentaba la policía porfirista.
El organizador llamo el mitin
al orden.
--El compañero Praxedis debe
de haber llegado hace unos minutos en el tren de Perote. Si no hay contratiempos pronto lo veremos
aquí.
--Señor presidente –dijo uno
de los asistentes levantando la mano--, con su venia por favor.
--Diga usted compañero.
El hombre se incorporó.
--Para nadie es secreto que
estamos aquí ni la mitad de los asistentes a la junta previa –explico el
hombre--. Hace dos días Madero estuvo
aquí en Xalapa como parte de su gira electoral.
Me reportan que lleno la plaza Juárez y estoy seguro que muchos de los
compañeros que hoy no han asistido estuvieron ahí.
--O sea –interrumpió el
presidente--, usted compañero cree que nos han desertado para incorporarse al
maderismo, probablemente viendo a ver que hueso pueden agarrar en caso de que
Madero gane.
--Muy probablemente, señor
presidente. Por mi parte, yo prefiero
quedarme solo que mal acompañado. Solo
siendo un iluso, por no decir pendejo, se puede pensar que el viejo buitre
permitiría un triunfo de Madero. Además,
¡nosotros no estamos aquí por hueso sino por México!
Al decir lo último varios de
los asistentes aplaudieron, incluyendo mi tío.
--¡Madero es un pinche
burguesito y hacendado! –se oyó a alguien gritar.
--¿Y qué con eso? ¡Yo soy
hijo de hacendados y sí, soy un burgués!
–contesto una voz poderosa al fondo de la sala.
Los asistentes
voltearon. Un hombre alto, de finas
facciones, y delgado le entregaba su bombín, capa pasamontañas, y un bastón con
mango de plata a uno de los militantes que había estado de guardia en la
puerta. Vestía a la inglesa, con un
traje de tweed de tres piezas y una pesada cadena de plata indicaba donde traía
su reloj. Produjo una boquilla de oro y
prendió un cigarro inglés. El hombre sonrió
y se dirigió al pódium
--Si, el compañero tiene toda
la razón. Madero es un hacendado y un
burgués. Pero, ¿vamos a echarle en cara
a los hermanos Graco el haber nacido nobles?
¿O a Danton y Robespierre lo mismo?
Créanme, tengo muchas diferencias con Madero pero echarle en cara su
origen ciertamente no es algo que podría hacer su servidor. Por otra parte, confieso que es conveniente
vestir estos trapos de catrín y actuar como el déspota hijo de hacendado que
alguna vez fui. Y es que ninguna chota,
ningún policía, se atreve a hablarme golpeado o a faltarme al respeto. ¡Hasta se me cuadran los desgraciados! Y eso, compañeros, es algo que queremos que
cambie en México. ¡Que los policías sean
déspotas y barbajanes no solo con el pueblo sino hasta con los potentados! ¡El día que la chota en México madreé parejo
entonces finalmente habrá democracia! –concluyo el hombre riéndose.
--Compañeros, hete aquí a don
Praxedis Guerrero –dijo el presidente indicando al orador.
Los aplausos arreciaron. Guerrero estrechaba manos y repartía
abrazos. Guerrero se subió al podio y
produjo unos papeles. Vio al presidente
y este indico que por favor continuara.
A continuación Guerrero hizo
una breve –afortunadamente tenía el poeta el raro don de la brevedad—reseña de
como el movimiento magonista había participado tanto en los levantamientos
(fallidos) de Acayucan y Madera y había estado muy activo durante las huelgas
de Rio Blanco.
--Pero ahora ustedes, con
justicia, se preguntan ¿y qué hacemos con Madero? Este nunca menciono ni ha mencionado hasta
ahora las reivindicaciones obreras por las que nuestros mártires en Rio Blanco
derramaron su sangre. Es un secreto
abierto que el gobernador Dehesa aquí en Veracruz simpatiza con Madero. ¿Y acaso no hacen los maderistas sus mítines
a cielo abierto, a la sombra incluso del palacio de gobierno, sin que la
policía porfirista los reprima? ¿Se han
preguntado ustedes, compañeros, por qué razón Madero opera abiertamente
mientras que nosotros andamos a salto de mata?
Hubo murmullos entre los
asistentes. Guerrero sonrió. El presidente le paso un vaso de limonada.
--La razón, compañeros, es
que aparte de tener hueso en el gobierno, la segunda profesión más lucrativa en
México es ser “oposición”.
--¡Compañero Guerrero, con su
venia! –exclamo uno de los asistentes parándose.
--Diga usted, compañero.
--¿Acaso quiere usted decir
que Madero está siendo pagado por el regimen?
--Oh no, compañero. Después de todo Madero no necesita
dinero. Pertenece a la tercera familia más
rica de México, después de los igual hacendados Terrazas y Creel. No, Madero no haría esto por dinero. Hay algo de vanidad y narcisismo en sus
motivos. Es un “niño bien” igual que yo
lo fui cuando crecí en la hacienda de mi padre en Guanajuato. Así pues, Madero está acostumbrado a que el
mundo orbite a su alrededor. Lo que
quiero decir es que en ese sentido, el régimen lo encuentra de mucha
utilidad. Al permitirlo operar encausa
el descontento hacia la inútil vía electoral.
Da a los mexicanos y al mundo la ilusión de que somos una democracia. No tengo duda que el régimen le hará a Madero
un ofrecimiento después de que impongan otra vez a Díaz o a algún otro
instrumento de los plutócratas en la presidencia. Tal vez le darán reconocimiento pleno a su
partido. Y eso recompensara la vanidad
de Madero y así el régimen podrá seguir perpetuándose en el poder per secula
seculorum. De aquí a cien años es bien
posible que a México lo gobiernen todavía los descendientes espirituales de los
científicos.
--Pero –insistió el hombre-- ¿y
si Madero llama a la revolución, nos unimos a él?
--Vamos punto por punto,
compañero. He discutido esto arduamente
con los Flores Magon allá en San Antonio.
Ninguno de ellos cree que Madero tomara tal paso. Yo en cambio sí creo que lo hará. Y será un error, por supuesto, tal vez hasta
fatal para su persona. ¿Por qué? Pues porque el hombre tiene mucho de
iluso. Tal vez si tenga buenas
intenciones pero me temo que no oye consejo.
Ese será su gran error. Aun si
logra derrocar a la cabeza visible del régimen, el buitre viejo, don Porfirio,
los magnates nunca se lo perdonarían ni le permitirían gobernar. Y Madero es demasiado torpe y terco para
forzarlos a que lo obedezcan. Pero para
contestar directamente a su pregunta, compañero, si Madero se lanza a la
revolución hemos decidido que aprovecharemos la coyuntura e iniciaremos nuestra
propia lucha en paralelo. No, no lo
apoyaremos más que en la medida que ayuda a distraer a los federales y nos
permitirá operar. No, no tiene caso
apoyarlo. Madero nunca hará una
revolución verdadera. Y aun si lo
intentara, fracas aria.
--¿Qué instrucciones nos
trajo entonces desde San Antonio compañero Praxedis? –pregunto el presidente.
--Dejar que Madero sigan
hablando. Ha puesto al pueblo a pensar,
aun si es darles ilusiones estúpidas. La
desilusión final será en nuestro beneficio.
Aticemos en paralelo el descontento de la población. El pueblo sufre injurias y vejaciones
constantes. Se le entrega la riqueza
nacional a los extranjeros. La clase
política es corrupta, apátrida, y estúpida.
Desprecian al pueblo mexicano. Y
los plutócratas siguen insistiendo en mantener en la presidencia a un ridículo anciano
senil. Es imposible que semejante
situación dure para siempre. Por nuestra
parte, hagamos acopio de armas.
Consolidemos nuestras filas. No
se arriesguen para nada. Pronto sonara
la hora de la rebelión. Y entonces el
régimen temblara.
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