Monday, October 28, 2013

XXVII. Tormenta de Acero


XXVII.  Tormenta de Acero

--Pos miren, a como yo veo esto podemos pelarnos de una vez –nos encaró Toribio.

--¿Y si aguardamos a que caiga la noche? –inquirió Arevalo--.  Ansina ningún oficial nos preguntara que a donde vamos.

--Nomas que si esperamos la oscuridad será precisamente cuando creo que la infantería de Villa planea un asalto –contesto Toribio.

Mas o menos Toribio nos convenció.  Ya pardeaba la tarde. Empezamos a levantar nuestros tiliches incluyendo tortillas viejas y cantimploras con sotol.  Pero de plano por discutir a lo pendejo no se nos iba a hacer pelarnos.  Empezaron a tocar las trompetas.  La infantería villista había sido vista juntándose al pie del Cigarrero y avanzaban con determinación.  Los villistas aprovechaban los peñascos que abundaban en los mal países que rodeaban a esos cerros para guarecerse del fuego de los federales.

--¡Ya vienen esos cabrones! –se oyó gritar.

Peor, el teniente Zamudio acompañado de Cervantes venia a inspeccionar nuestra posición.

--Ya vio, ¿mi general? –explico Zamudio mostrando nuestra trinchera y el nido de nuestra ametralladora.

--Le encargo sargento Toribio que de aquí no pasen ni los villistas ni los chamulas si estos se quiebran, ¿entiende? –afirmo Cervantes

--De aquí no pasa nadie, mi general.

Zamudio y Cervantes luego se dirigieron con premura a la cima del Cigarrero.  De pronto se oyo retemblar en sus centros la tierra.  La artillería villista había abierto fuego.

Rubio Navarrete observaba el progreso de la infantería villista desde lo alto de la Bufa.

--¿Abrimos fuego mi general? –pregunto un subalterno.

--No, están en el mal país.  Seria un desperdicio.  Esperen a que emerjan y empiecen a subir la cuesta del Cigarrero. 

Alce mi vista.  Claramente se veían los obuses de Ángeles. 

--¡Todos al fondo! –grito Toribio poniendo el ejemplo y acurrucándose en el fondo de la trinchera.
Los obuses villistas cayeron principalmente en la cima del Cigarrero.  Las ametralladoras federales habían empezado a disparar, pero su fuego se cayo de inmediato.  Vide a varios de los infelices chamulas, bien enteros o en pedazos, volar por los aires.  Sin embargo, también nos toco lo nuestro.  Cayeron obuses alrededor de nosotros.

Me apanique.  Me apute.  Me cague en mis pantalones.  Me orine.  Trataba desesperado de escarbar más, aunque sea con tan solo mis tristes manos (la pala estaba ahí junto a mi pero tal era mi terror que ni la vide).  Toribio busco una hondonada y ahí enterró su cara en la tierra y se cubrió su cabeza con sus manos.  Arevalo lloraba a moco tendido y de sepa Dios donde había sacado un rosario, aunque lo que salía de su boca no eran rezos sino los sonidos guturales de un simio.

Varios de los chamulas empezaron a abandonar sus trincheras.  Vide a Cervantes y a Zamudio dispararles con sus pistolas y luego empujar de regreso y a patadas a los que huían.  El fuego de la artillería villista se incremento en intensidad y ya no vide mas las figuras de los dos oficiales.

--¡Tenemos que preparar la ametralladora! –grito Toribio--.  ¡Ayúdenme a desenterrarla!

En efecto nuestra Maxim estaba cubierta de tierra y pedruscos lo mismo que el parque.

--¡Mejor vámonos a la chingada Toribio! –le suplico Arevalo.  Yo estaba como paralizado y no creía poder moverme.

Fierro y mi tío estaban enardecidos por el alcohol y la pólvora.  El ferrocarrilero manejaba la motocicleta con una destreza inaudita, como si estuviera poseído por el diablo (yo creo que los dos eran compadres).  Mi tío mientras abría botellas de mezcal y los dos se las acababan a pico en unos cuantos sorbos y luego ya vacías las aventaban al aire.

--¡Síganme los Fierros y los Bracamontes!  --gritaba Rodolfo Fierro-- ¡Ya los pelones se están quebrando!  ¡Viva Villa jijos de su pelona madre!

--Abran fuego con todo –ordeno Rubio Navarrete viendo que la infantería villista (encabezada por un maniático en una motocicleta) salía del mal país y subía la cuesta desnuda del Cigarrero.

Una muralla de explosiones se interpuso entre la infantería villista y lo alto del Cigarrero. La cuesta del Cigarrero se enrojeció con sangre y había sesos y entrañas y cuerpos despedazados por todos lados.  Por un momento la infantería villista titubeo. Pero de entre esta hecatombe algunos, me cuentan, alcanzaron a oír el vozarrón de Fierro:

--¿Por qué se detienen?  ¿Acaso huevos no tienen?  ¡Vénganse a bailar con la catrina!  ¡Aun si la vida se termina!

--¡Bravo! –grito mi tío pasándole mas licor a Fierro que, por alguna razón, había empezado a hablar en puras rimas cual si estuviera componiendo un poema épico digno de cantarse ante las murallas de Troya.

Cuando tiempo después yo militaba en la brigada Fierro y hubo quien me conto como este los arengaba en medio de ese huracán de fuego, pos de plano no les creí.  Carajos, lo que yo oía era un horizonte de gritos de horror y de dolor.  No podía yo ni siquiera pensar menos oír arengas de un maniático. Sobre todo, eso de que Fierro, el ex ferrocarrilero, empezó a hacer rimas espontáneamente era lo que se me hacía lo más inverosímil, aunque eso fue lo que me aseguro mi tío.  Mas bien yo creo que si la infantería villista volvió al asalto entre las explosiones de los obuses federales es que vieron a Fierro montado en esa motocicleta tercamente subiendo el Cigarrero y gritando sepa Dios que y bebiendo botellas de mezcal a pico.  Los villistas le tenían mas miedo a Fierro que a los pelones.  Y si Fierro iba por delante, naiden se iba a atrever a no seguirlo.

Mientras, increíblemente, Cervantes y Zamudio había frenado, a base de fuetazos y balazos y también de huevos, la desbandada de los infelices chamulas y sus ametralladoras hacían matazón aun en medio de la lluvia constante de obuses villistas.  Toribio nos había hecho desenterrar la ametralladora.  Nos seguían cayendo obuses, algunos bastante cerca de nuestra trinchera.  La metralla también nos caía como agua.

--¡Toribio!  Por favor, vámonos a la chingada –suplicaba Arevalo.

Pero Toribio no decía nada.  Tan solo agarraba a muerte la ametralladora.  Entonces note que el sargento estaba cubierto en sangre que le salía debajo del quepí juarista que todavía portaba.  Levante su quepí con cuidado y para mi horror vide que un pedazo de esquirla le había abierto el cráneo y se había llevado parte de su cerebro.  Si su cuerpo agarraba con fuerza la ametralladora era porque ese era el último pensamiento que había cruzado su mente.  Peor, note que Toribio aun respiraba.

--Ni modo compadre –dijo Arevalo sacando una fusca y dándole un plomazo en la sien a Toribio para que se acabara de morir.

No tuve ni tiempo de reaccionar ante la muerte del soldadote que se había convertido en casi mi segundo padre.  De pronto oímos un griterío en la cima del Cigarrero.  La infantería villista había alcanzado las trincheras federales.


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