Thursday, October 31, 2013

XXIV. Camino a Zacatecas

XXIV. Camino a Zacatecas

Finales de septiembre de 1968

Camino lentamente a lo largo de Balderas. Mi problema con el alcohol es que este no me da la patada luego luego sino tiene efecto retardado en mi cuerpo. De ahí que tengo algún problema en mantenerme vertical. Espero tan solo que si un cuico me ve lo atribuya a que ya soy un anciano y no me dé una putiza y me tire dentro de una julia.

Estoy también encabronado. No reconozco nada. Bueno, carajos, han pasado más de cincuenta años de que ocurrió la decena trágica. Pero tengo la sensación de que mis recuerdos no son verdaderos, que son puros inventos, y si, eso me encabrona. Después de todo, ¿Qué es un hombre sino la suma de sus recuerdos? Y si estos valen para una chingada, ¿entonces el hombre también vale para una chingada?

Creo reconocer el edificio que albergaba la YMCA. Acaso porque quiero mear me atrevo a abrir un portón que da a la calle. Preguntare si aquí es el lugar y si me pueden dejar mear en algún rincón. Pero no hay nadie a la vista. Frente a mí se abre un patio con una fuente seca. Tal vez si me apresuro podría mear en la fuente y nadie la haría de tos.

Desenfundo mi aparato y comienzo a mear con alivio. En eso se oye una gritería. Volteo pensando que es alguien del edificio que me va a reclamar que carajos ando haciendo. Pero no, la gritería viene de la calle. En eso entran dos hombres. Uno es treintón, de buena planta, y el otro es un chamaco de acaso 18 años. El chamaco está sangrando.

--¡Ayúdeme viejito! –ordena el treintón.

Yo agarro al muchacho y lo pongo junto a una pared y trato de atajarle la sangre con mi pañuelo. El otro hombre va y cierra apresuradamente el portón.

--¿Pos que le paso a su muchacho? –me atrevo a preguntar.

--Cállese viejito –me indica el treintón jalándome para que no sea visto desde el portón--. Fueron los putos soldados.

--Han de ser ustedes delahuertistas, señores. Cuenten conmigo para lo que se les ofrezca.

--¡Cállese! –insiste el treintón.

Se oye más griterío y corredero y gritos de dolor en la calle.

--Somos estudiantes –dice con voz queda el joven.

--El puto gobierno nos está partiendo la madre. Y yo creo que los líderes ya se vendieron. ¿Cómo chingaos se enteraron de donde nos íbamos a juntar?

--¿Son estudiantes? ¿De Vasconcelos?

--¡Ja ja! –se rio el treintón--. No abuelo, somos de la resistencia estudiantil. Yo soy maestro en el poli. Estamos luchando por la libertad de México, contra el gobierno del trompudo. Los putos soldados le dieron un macanazo al compañero Ramiro aquí.

Se oyeron más gritos en la calle.

--Perense aquí, no hagan ruido –ordeno el treintón.

El treintón se fue y observo a través del portón y luego regreso.

--Está lleno de soldados ahí afuera y están levantando a los compañeros.

--Este muchacho necesita atención medica –indique--. ¿Y qué diablos quieren decir con que están luchando por la libertad de México?

--¿Usted bromea abuelo? --me dijo el treintón aprontando mi pañuelo contra la sien del muchacho. La sangre ya no fluía tanto pero mi pañuelo estaba arruinado.

--¿Sobre la libertad de México? Ciertamente que no. Carajos, yo estuve en la bola, lo que ahora llaman la revolución.

--Pos precisamente por eso, abuelo –dijo con tono hostil el treintón--, es que usted debería saber que vivimos en una puta dictadura. Puta madre, ¿qué de “revolucionario” tiene el PRI? Son puro ratero y asesino. Digo, ustedes que hicieron la bola la cagaron. De todas maneras tenemos un hijo de puta oprimiéndonos.

Mis manos temblaban y muy apenas pude sacar una cajetilla de “Delicados”. Me puse uno en la jeta y le ofrecí uno al treintón, el cual con generosidad me paso lumbre.

--El muchacho, repito, necesita un doctor.

--Pos esta cabrón sacarlo orita. La calle está llena de pelones. ¿Así que usted estuvo en la bola?

--Pos algo. Pero sepa, nunca conocí que carajos era eso de la libertad.

--No pos no, ya le dije que su lucha valió madre.

--Quisiera pensar que no fue así. Vera, la libertad vale madre si no hay justicia. Y el único que aplicaba justicia murió en Parral en una balacera.

--¿Pancho Villa? ¿A poco usted fue villista? No sea hablador viejito. Luego me va a decir que era hasta general.

--Pos si lo fui.

El treintón me dio una sonrisa burlona.

--Lupe –gimió el muchacho--, que no siento el cuerpo.

--¿Cree que vale la pena que este chamaco se muera por la libertad? Vi a un carajal morir así quesque por la libertad de México. ¡Y hablo de gente de ambos bandos! Carajos, cuanto cabrón que organizaba una banda de cabrones y empezaba a echar cuete decía que luchaba por la libertad.

--Jijos –contesto el treintón viendo al chamaco que aparentemente agonizaba.

--Créame, amigo, los pendejos que nos matamos en la bola en realidad no sabíamos con qué chingaos se come eso de la libertad. Después de tantos años, sin embargo, creo que ya sé que es.

--Pos ilústreme viejito.

--Yo creo que nunca los mexicanos disfrutaremos de ella. Pero lo que cuenta es luchar por ella. Aun si nunca la alcanzaremos.  Eso nos hace mexicanos.

El fulano no dijo nada. Solo tomo una chupada de su cigarro y sacudió la cabeza.

--Pos suena bonito, pero, sabe, pronto aquí al compañero la libertad de Mexico seguro ya le vale una chingada.

--Pos tenemos que llevarlo a un médico.

--¿Usted cree que lo podrá cargar, abuelo?

--Yo veré como chingaos.

--No lo lleve a la Cruz Roja, abuelo. Busque un médico por ahí, por favor, de lo contrario lo arrestaran los federales.

--Repito, veré como chingaos lo hago –dije a duras penas levantando al muchacho--. ¿Y usted, no me va a ayudar?

--Si lo hare –dijo el treintón--. Creo que usted tiene razón. Nunca sabremos que carajos es esa chingadera, pero lo que cuenta es luchar por ella. Total, para morir nacemos. Voy a demostrar que tan mexicano soy.  Sígame. Distraeré a esos cabrones y usted pélese con Ramiro.

Tal hice. El treintón salió primero a la calle. La soldadesca lo vio. El hombre se plantó frente a estos.

--A ver, hijos de su puta madre, ¡me cago en su puto uniforme de mierda! ¡Ustedes y Díaz Ordaz son unos putos que me pelan la verga!

Acto seguido una turba de soldados se fue sobre el treintón, el cual agarro corriendo con gran agilidad rumbo al norte. Yo me lleve al muchacho al sur. Unos minutos después oí una balacera. Supe entonces que tal vez habían matado al último mexicano con huevos que quedaba. Ni siquiera supe su nombre. El caso es que tuve buena suerte y una cuadra más abajo vide una puerta que indicaba que era el despacho de un médico. Toque desesperado y el mismo galeno me abrió. Vide que tenía su título de la UNAM en una pared.

--Este muchacho es universitario. No se porte ojete porque ya se donde despacha usted y si lo entrega a los putos soldados volveré, ¿entiende?

--Despreocúpese caballero –dijo el médico mientras me ayudaba a poner al muchacho en una cama y de inmediato empezó a reconocerlo.

--Válgame Dios –anuncio el médico después de examinar al muchacho--, hare lo que pueda, le doy mi palabra como universitario, pero lo tengo que llevar a un quirófano. Conozco a un colega que me puede ayudar a llevarlo ahí y se dónde lo podemos operar sin que se enteren los del gobierno.

--Pos más le vale –dije con voz amenazadora.

Luego me salí con premura. Solo entonces me percate que mi saco estaba lleno de sangre y lo tire en un tambo de la basura. Si hubiera sido mi uniforme lo hubiera tirado también.

Era ya de noche cuando un cocodrilo me dejo en los multifamiliares. Abrí la puerta de mi cuchitril con tiento. No quería encontrarme con la catrina, no sea que Brígida pensara que tenía queveres con esa vieja flaca. Pero el apartamento estaba vacío y me dirigí de inmediato adonde tenía una botella. Prendí otro cigarro y me puse a libar. Como esperaba, todo se empezó a desvanecer.

Junio de 1913, a 50 kilómetros de Zacatecas

Ha pasado casi año y medio después de la decena trágica. Me encuentro dormitando arriba de un vagón de tren. La locomotora que jalaba el convoy nos llovía un carajal de tizones de carbón y nos sahumaba a punto de asfixiarnos.

--Ya ni la chingan esos cabrones –se quejó Arévalo, el cual tenía un vendaje en un ojo.

--Me dicen que el carbón que usa esa matraca esta de la chingada pues el mineral de Piedras Negras ya no está en manos del gobierno –dijo Toribio.

--De por si la locomotora esa parece del año del caldo –observe--. No sé si logremos llegar o se vaya a morir en el camino.

--Yo pensaba que íbamos rumbo a Querétaro –apunto Arévalo-- pero oí que habían desviado el convoy hacia Zacatecas.

Como siempre, a nosotros, la carne de cañón no nos informaban de nada. De ahí que siempre circulaban rumores fantásticos entre la tropa. En cierto momento se decía que iríamos a Veracruz a combatir a los gringos que habían desembarcado en el puerto. Yo con mucho gusto hubiera querido que así fuera pues podría pelarme a Coscomatepec.

--¿Zacatecas? ¿Y qué carajos vamos a hacer ahí?

--¿Cómo chingaos voy a saber yo, Manuel? ¿Me ves cara de pendejo?

--Jijos, sargento, no entiendo, no se enchile.

--Manuel –explico Arévalo--, no sé si te has dado cuenta que tenemos puros generales pendejos al mando.

--Si, Manuel –se rio Toribio--, y solamente esos pendejos saben para donde chingaos vamos. Si ordenan que engordemos los zopilotes en Zacatecas pos ansina será. Y si me insinúas que soy general entonces me estas llamando pendejo.

Yo observe al resto de la tropa encima de los vagones. Los uniformes parecían harapos y varios están vendados pero aun así los iban a hacer pelear. La moral de la tropa, como se imaginaran, estaba de la chingada. De plano el ejército de Huerta daba lastimas.

--Pos esta gente está rete jodida –observe--. Yo creo que ni los zopilotes los van a querer cagar.

Lo que más impactaba era que se veían mezclados gente con las insignias de varios regimientos, no solo del noveno. Había gente del 12, del 19, y del 31. Después de la derrota de Torreón todas esas fuerzas, incluyendo al noveno, habían sido diezmadas. Ahora las habían consolidado en lo que rimbombantemente llamaban “la brigada Cervantes”.

Como si me estuviera leyendo la mente Toribio comento:

--Al único que no llamaría pendejo seria al puto de Cervantes.

--En efecto –dijo Arévalo--. Si logramos salir en orden de Torreón fue porque el cabrón mostro mucho colmillo.

--Pos eso –continuo Toribio--, además de que mando matar a muchos en cuanto daban señales de quebrarse. Yo mismo lo vide vaciarle la mitigüeson a varios compañeros que ya querían pelarse.

--A la mejor ansina es como se ganan las guerras –observe con tristeza.

--No Manuel –contesto Toribio con una voz triste--.  Ansina es como se pierden las guerras, balaceando a nuestra propia gente.  He visto animales agonizando.  Y algunos se muerden sus mismas heridas, no sé por qué.  Pero creo que es lo que el gobierno esta haciendo.

--Ha de ser para desangrarse más rápido y no sufrir más –apunto Arévalo.

Me di cuenta entonces que Huerta ya había perdido la guerra.  Era cosa de ver cuanta más sangre iba a fluir antes de que el pelón se rinda.

Al atardecer se veía Zacatecas adelante. Pero vide también unas imágenes que me helaron la sangre. De cada poste del telégrafo que bordeaba la vía había uno o dos colgados la mayoría cubiertos de zopilotes que alzaban el vuelo en cuanto se acercaba nuestro convoy

--Son rebeldes, Manuel –observo Toribio--. Quesque la gente de un tal Natera que intento tomar Zacatecas y los derrotaron.

--O sea, no son gente de Villa –apunto Arévalo--. Esos son más cabrones, ya ves cómo nos fue en Torreón. Y seguro ese hijo de puta se dirige también a Zacatecas.

El horrible espectáculo de los colgados y la idea de Villa pronto se presentaría a partirnos otra vez la madre me hizo temblar. Vide hacia el norte, esperando ver ya los humos de los convoyes de la división del norte.

El general federal a cargo de la defensa de Zacatecas era Luis Medina Barrón, un egresado del colegio militar que gozaba de buena reputación y que, como nativo de Jerez, conocía muy bien la plaza de Zacatecas. Era un veterano de las guerras de don Porfirio contra los yaquis. Además era un excelente jinete que había comandado a un cuerpo de rurales. Huerta definitivamente no la había cagado en designarlo para sostenerse en Zacatecas.

Ahora Medina Barrón se encontraba en la comandancia de la plaza adonde había convocado a sus segundos. Entre estos se encontraba el ahora brigadier Cervantes, nuestro conocido, y también Benjamín Argumedo.  Este último comandaba unos 1000 hombres, lo que quedaba de los magonistas. La gente de Argumedo sabía que los villistas no les tendrían misericordia si caían en sus manos.

--Señores –comenzó Medina Barrón mientras desplegaba un amplio mapa de Zacatecas--, defenderemos la plaza desde los cerros. La clave, creo, es La Bufa, la cual, como ven controla el corazón de la ciudad. Ahí he decidido instalar la mayoría de la artillería. Al sur nos atrincheraremos en el cerro de Clérigos y en el de Bolsas. Este último resguarda el camino a Guadalupe. Seguro que por ahí atacara Natera con su gente pero creo que ya les encontramos la medida a esos cabrones. Por occidente ocuparemos los cerros del Grillo y el San Martin. Creo que el enemigo solo amagara por ahí.

--Mi general –dijo Olea, uno de los jefes de confianza de Medina Barrón--, seguramente los villistas atacaran La Bufa desde el norte y poniente.

--Si –afirmo Medina Barrón--, Villa viene desde Torreón. No dudo que intentara abrumar la posición de La Bufa con su infantería.

--Entonces, mi general –dijo Cervantes parándose--, creo que debemos artillar también las aproximaciones a La Bufa, específicamente los cerros de El Cigarrero y de La Mesa que se alzan en sus inmediaciones.

--Pos yo creo que se tiene que poner a un cabrón muy hombre para sostenerse ahí y no darle las nalgas a Pancho –dijo con voz retadora Benjamín Argumedo.

Cervantes se sintió aludido, ya saben ustedes de que pata cojeaba.

--Estoy a sus órdenes para lo que se ofrezca, mi general Natera –contesto Cervantes.

--Orden, señores –dijo con dureza Medina Barrón--. El señor brigadier Cervantes saco con mucha habilidad a su gente de Torreón. Es por eso que le confió que situé su gente en El Cigarrero.

--Señor general –índico Argumedo—si cae el Cigarrero o La Mesa, La Bufa no se sostendrá.

--La brigada Cervantes se hará matar antes de que caiga el Cigarrero –contesto Cervantes.

--Ta güeno, ¿y no vamos a pelear dentro del pueblote, mi general? --insistió Argumedo.

--Es mi parecer que sería inútil, general Argumedo –contesto Medina Barrón--. Ya indique que las alturas son la clave de la defensa de esta posición. Sin embargo, creo que su gente actuaria muy bien como reserva. Es por eso que quiero que se sitúen en el templo de San Francisco. Estará bajo el mando del general Olea que será responsable de reforzar los puntos más comprometidos con gente y con parque.

--Mi general –pregunto Olea--, ¿podemos esperar alguna ayuda desde el centro?

--No le mentiré, general –reconoció Medina Barrón-- hay una columna de 1000 hombres al mando de Pascual Orozco que se dirige aquí. Dudo, sin embargo, que puedan romper el cerco del enemigo. Y aun así, serán demasiado poquitos para ayudarnos.

--¿Pos entonces para que mandarlos?  --pregunto Argumedo con exasperación.

--Esa fue decisión de Huerta, general Argumedo.

Años después pude examinar el plano de la defensa y me pareció que las disposiciones de Medina Barrón eran impecables. Yo creo que ni el mentado von Hindenburg hubiera hecho mejores disposiciones. El problema que tenía Medina Barrón es que la gente, incluyéndome a mí, éramos en su mayoría forzados de leva y no nos íbamos a hacer matar por Victoriano Huerta. Luego, con Veracruz ocupado por los gringos el parque ya escaseaba. La flota gringa había evitado que el Ypiranga, si el mismo buque que se llevó a don Porfirio, atracara con un cargamento de munición para Máuser que Huerta había comprado en Alemania. Y para acabarla de joder, Medina Barrón solo tenía como 12 mil infelices a su mando mientras que Villa contaba con más de 20 mil. Además, la gente de Pancho era muy belicosa y el parque no les faltaba. Es decir, el resultado solo podía ser la caída de la ciudad.

Benjamín Argumedo no era pendejo. Intuía bien que Zacatecas iba a caer. Saliendo del conclave jalo aparte a sus jefes.
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--Escúchenme bien, estaremos haciendo vivaque en el mero centro del pueblo, en la iglesia de San Francisco. Asegúrense que la gente esté muy atenta.

--¿Cree que Pancho nos va a querer madrugar, mi general?

--No, esto no es campo raso. Sus madruguetes de cuatrero aquí no van a servir. Pancho va entrar como chivo en cristalería el cabrón. Mientras los pelones tengan parque le van a hacer matazón. Pero no creo que los pelones aguanten mucho, acaso unas horas, y en cuanto se les acabe el parque la plaza se rendirá. No, señores, quiero a la gente bruja para poder pelarnos en cuanto les indique. Si estamos en el centro de la ciudad podemos juyir por el camino a Guadalupe, mientras que la gente en el cerro Bolsas no de las nalgas, ¿entienden? Si ves que el Bolsas esta por caer, no lo piensen dos veces. Pélense. Yo veré como chingaos me escapo de Pancho.

Wednesday, October 30, 2013

XXV. El Cigarrero

XXV. El Cigarrero
La Bufa

Nosotros integrábamos la primera compañía del noveno regimiento.   Aparte de nosotros, el resto del regimiento consistía de indígenas chamulas que el gobierno había levantado de leva.  Por supuesto, no sabían ni madres de español. 

El sargento Toribio era nuestro jefe inmediato, y estaba nominalmente bajo las órdenes de un teniente, un tal Arturo Zamudio, que era un muchachito recién egresado del colegio militar y que tal vez tendría mi edad.  Sin embargo el tenientito ese se las daba de muy prusiano y siempre andaba muy prendidito y tenía un genio de la chingada y trataba a la tropa como animales.  Luego, más hombre, aprendí que lo que personas como Zamudio lo que tratan de disimular era su inseguridad y si, miedo.  Digo, ¿quién chingaos es tan pendejo de no tener miedo si se va a entrar en combate?

--¡Hagan esas trincheras mas profundas! –ordenaba el tenientito--.  Acuérdense que están en el puesto de honor.

Mentando quedamente nos avocamos a cavar más.  La tierra estaba muy dura y era muy pedregosa.  Estábamos en el cerro del Cigarrero, un cono parasítico de la bufa.  En nuestro cerro aún se podía adivinar una hondonada que alguna vez había sido su cráter.  Ahí se había construido un reducto estilo bunker donde estaba el grupo de mando.  Varias veces había visto a Cárdenas entrar y salir de ahí.  Como no quería yo broncas con el cabrón me hacía ojo de hormiga.

Ya que se fue el tenientito le pedí al sargento Toribio que me aclarara que chingaos era eso de “el puesto de honor”.  Toribio prendió un pitillo y se encuclillo cerquita mientras yo cavaba sudando chorros.

--Pos deberías de haberle pedido al teniente que te lo aclarara.

--Ni que fuera tan pendejo, mi sargento.

--Pos la ordenanza es clara, Manuel, “el soldado ejecutara una orden con prestancia, devoción, y entusiasmo”.  Si el soldado no sabe que chingaos está haciendo pos no es culpa del que le da la orden.  Ansina ha sido por siempre en el ejército mexicano. 

--¿Y entonces yo debía haberle preguntado al teniente que chingaos es “el puesto de honor”?

--¡Ni madres!  Eso sería una falta de respeto.

--¿Pos no me dijo usted que le debía haber preguntado?

--Nomás quería ver que tan pendejo eras.

--No me chingue mi sargento.

--No entiendes, Manuel.  Mira, entre más pendejo es un soldado mejor soldado es.  Digo, ¿por qué crees que al ejército de Napoleón le decían “El Gran Ejercito”?

--¿Porque estaba lleno de pendejos? –me atreví a sugerir recordando las escenas horribles de la retirada de Moscú que pinto Segur en un cuadro en la casa de mis tíos.

--Pues sí.  Digo, se necesita ser rete pendejo para marchar a Moscú en invierno.  Pero ellos obedecieron las órdenes del emperador mostrando “prestancia, devoción, y entusiasmo” como buenos pendejos.

Yo seguía enredado.

--¡Todavía no tengo ni una puta idea de que es eso del puesto de honor!

--Ven, Manuel, y te explico –dijo Toribio ayudándome a salir de la trinchera.

La mole de la Bufa estaba a nuestras espaldas, a occidente.  Al sur podíamos ver Zacatecas y el resto de los cerros.  Pero lo peor es que, a oriente se veía el humo de decenas de locomotoras acercándose.  Era la división del norte.

--¿Esos son los villistas, sargento?

--Si –contesto laconiamente el soldadote.

--Entonces ya nos llevó la chingada.

--Pos sí.  Te explicare lo que es el puesto de honor.  Es un asunto…entomológico.

De inmediato sospeche que me estaba cabuleando pues como soldados viejos siempre me estaban viendo la cara.  Sin embargo, ya hasta algo de cariño les había agarrado a esos soldadotes hijos de puta.  La confusión, sin embargo, era evidente en mi cara.

--¿Qué es eso de entomológico?

--Me lo fusile de tu tío que es muy letrado.  Quesque quiere decir cucaracha en griego.

--¿Y qué carajos tienen que ver las cucarachas en esto?

--Bien, Manuel, veras que somos el cerro más a oriente.  O sea, tenemos el puesto de honor.  Específicamente, tu trinchera, Manuel será donde se hara contacto por primera vez con el enemigo.  O sea, el tuyo es un puesto de honor del tipo entomológico pues aquí nos caerá toda la fuerza de la artillería villista y nos reventara como cucarachas.  ¿Ahora si te cae el tlaco?

--¡Puta madre!

Me avoque entonces a cavar la trinchera con más “prestancia, devoción, y entusiasmo”, cual dicta la ordenanza.  Pero no podía evitar pensar que cavaba mi tumba.  Toribio me siguió jodiendo, yo creo que pensaba que estimulando mi miedo cavaria con más ganas, aunque ya estaba chorreando sudor.

--¿Te acuerdas de aquel general que se trajo el señor Madero desde Cuernavaca?

Me acorde como Ángeles había estado preso en palacio junto con el señor Madero y Pino Suarez.

--¿Felipe Ángeles?  Si me acuerdo.  ¿No lo fusilo Huerta siempre? 

--No, no lo fusilaron.  Se pelo a Europa y luego se unió a Villa –explico Toribio--.  La mayoría de estos oficialitos estudiaron bajo Ángeles y juran que es mucha pieza como artillero.  Puede meter, dicen, un obús fácilmente en una trinchera tan angosta como la que estas cavando.

Inevitablemente me imagine a Ángeles apuntando un cañónsote hacia mi “puesto de honor” y disparando un obús del tamaño de una locomotora.  Este obús lo vería yo volando lentamente por los aires.  Por principio parecía que iba a caer lejos, en Zacatecas. Pero luego el obús dio media vuelta (así de chingón era Ángeles) como diciendo “ah, ya te vide Manuel Pavón”, y se dirigía directamente hacia mí.  Supe que ya me había llevado la chingada pues el obús (que pitaba como una locomotora) hacía una sombra cada vez más grande al aproximárseme.  Luego me reventaría en pedazos a tal grado que no encontrarían mucho de mí, vamos, ni la mierda, para enterrar.

Como siempre, el sádico de Toribio solía hacerme cagar de miedo y luego me daba valor.

--Mira Manuel, si ese general Ángeles tan mentado entreno a tanto tenientito pendejo que tenemos pos ha de estar igual de pendejo –dijo Toribio sonriendo--.  Además, ni yo ni Arévalo y estoy seguro que tú tampoco se harían matar por el pinche pelón borracho.  Ansina que estate atento a mí.  En cuanto podamos nos pelamos, ¿entiendes?  Como te dije una vez, durante una balacera es cuando es más fácil desertar. 

--Jijos sargento, nunca pensé que usted sería un desertor.

--Pos en este caso desertar es lo más lógico.  Mira, es cosa de no ser pendejo, Manuel.  Observa a estos infelices chamulas.  No son soldados.  Están peor que los infelices pendejos del 88.  Son una turba mal entrenada y sin mucho parque.  Eso sí, tenemos ametralladoras Maxim.  No dudo que les haremos matazón a los villistas.  La cuesta de estos cerros esta empinada y no van a poder darnos una carga de caballería como lo hicieron en Torreón.  Tienen que acercarse a pie, subiendo el cerro bajo nuestro fuego.  Y peor, en la Bufa tenemos artillería que igual los castigara.  Pero me temo que no los vamos a detener, sino solo los vamos a encabronar.  Y ya enchilados los villistas no van a tomar prisioneros.  ¡Ni madres!  Yo y Arévalo ya lo decidimos.  Nos pelamos durante la balacera.  Te puedes venir con nosotros si quieres.

Acto seguido Toribio dio un silbido quieto que todos los veteranos del 88 que quedaban conocían bien: se acercaba un grupo de mando.  En efecto vide aproximarse al ahora brigadier Cervantes seguido de Zamudio y de una parvada de oficialitos todos muy prendiditos.  Me avoque a cavar con más “prestancia, devoción, y entusiasmo” tratando de esconder mi cara.

Los oficiales nos ignoraron aunque Cervantes si regreso el saludo impecable que le hizo Toribio.  Luego se pararon en el voladero del cerro y escudriñaron a los convoyes villistas que se acercaban.

--Mi general –dijo Zamudio--, ¿Cuándo cree que nos atacaran?

--Posiblemente en la mañana, después de unas horas de bombardeo.  Pero conozco ya a Pancho.  No descartemos que nos trate de madrugar con un ataque nocturno sin cañoneó previo.  Así que ordene que haya doble guardia hoy en la noche.

--Hoy en la noche, mi general, ponemos doble guardia –le dijo bajito Zamudio viendo fijamente a Cervantes.

Cervantes le indico que se alejaran del grupo de mando.

--Si, esta noche.  ¿Vendrás? –pregunto Cervantes en voz queda.

--Si, ahí estaré, a la media noche --contesto Zamudio que estaba muy pálido--.  Pero, con todo respeto, tengo que saber algo.

--¿Qué?

--Mire a esta gente mi general.  ¿Cómo vamos a detener a Villa con estos infelices?

--¿No confías en mí?

--Sí, mi general, pero…

--Estas muy verde, Arturo –dijo Cervantes--.  Lo que hay que hacer es que estos indios jodidos nos teman más que a los villistas.  Forma un pelotón de veteranos.  Sitúalos entre la Bufa y el Cigarrero, con una ametralladora.  Anuncia que si la gente se quiebra atrás de ellos hay una ametralladora que los acribillara.  Ansina lo hice en Torreón y pudimos salir de ahí.  Y Olea y Medina Barrón entienden claramente que necesitare un flujo constante de parque y más vale que así sea. La Bufa es la clave de Torreón y el Cigarrero es la clave de la Bufa.  Si detengo aquí a los villistas se me plantara una aguilita de general de división en el quepí y tu serás el jefe de mi estado mayor.

--Creo que tengo unos cabrones que son veteranos y que harían lo que digo sin chistar.

--Pues hazlo.  Y acuérdate, mañana podemos morir.  No desperdiciemos esta noche.  Tengo whisky del bueno.

--¡Me gusta la idea! –sonrió Zamudio.

Ya que se fue Cervantes, Zamudio se aproximó a nosotros.

--A ver, sargento Toribio –dijo Zamudio.

--¡Sordenes mi teniente!

--Tome su gente del 88 y una Maxim con munición y me sigue –la voz de Zamudio se alzó para que todo mundo oyera--.  Los voy a poner en un punto donde, si alguien se quiebra aquí, ustedes los acribillan, ¿entienden?

--¡Sí, mi teniente! –contesto Toribio haciendo una señal a mí y a Arévalo para que lo siguiéramos.

--Aquí los quiero –ordeno Zamudio indicando una trinchera incompleta entre el Cigarrero y la subida a la Bufa--.  Cualquier coyón que abandone su puesto les ordeno que lo maten, ¿entiende sargento?

--Sordenes mi teniente.
                                                                      
Yo y Arévalo empezamos a cavar como poseídos.  Tal vez los obuses que mandara Ángeles no nos verán en esta trinchera en la base de la mole de la Bufa.  Y si sobrevivíamos el bombardeo entonces tendríamos la oportunidad de pelarnos.  Ninguno de nosotros quería tanto al pelón borrachín de Huerta como para asesinar a unos infelices chamulas que solo quieren seguir viviendo.

A unos kilómetros de la Bufa.

La banda la conocían como “Los Horizontes”.  En cuanto el tren se detuvo la banda empezó a tocar “Las Tres Pelonas”.

El centauro se bajó de su vagón y escudriño a su alrededor.  La mole de la Bufa se veía a occidente y también las torres de las iglesias de Zacatecas.  Se escuchaban tiroteos en la lejanía donde las vanguardias villistas buscaban colocarse lo mas cerca posible de los cerros antes de comenzar el asalto.  Villa se dirigió rumbo a donde Ángeles y su staff aguardaban en posición de firmes.  Los artilleros tenían toda clase de instrumentos y telescopios y cartas topográficas.  En la cercanía se veían las baterías de la división del norte.  La mayoría era piezas de 75 mm, básicamente piezas de montaña, pero también se veían unas baterías pesadas con cañones de 130 mm.  Esas ultimas iban a castigar duramente las trincheras del ejército federal.

--Mi general, estamos listos para abrir fuego en cuanto usted ordene –afirmo Ángeles saludando a Villa--.  Ya tenemos las distancias y hemos hecho tiros exploratorios para confirmar.

En eso se presentó Fierro.  Este montaba una motocicleta Indian.  Del sidecar de esta se apeo mi tío, Francisco Pavón.

--¿Qué novedad Fierro?

--Recorrí las líneas federales acercándome lo mas posible a sus trincheras –reporto Fierro--.  Nos estuvieron tratando de venadear.  Afortunadamente tiran a lo pendejo.  Creo que son puras levas lo que tiene Mejía Barrón.

--Tengo un croquis de sus defensas –indico mi tío entregándoselo a Ángeles.

--Los cerros todos están llenos de trincheras y loberas –explico Fierro--.  Y si alcanzamos a ver que emplazo sus piezas pesadas en la Bufa.

--¿O sea, podrían estar bombardeándonos ahorita?  --dijo Villa viendo con recelo hacia la Bufa.

--Si estamos a tiro, mi general –contesto Ángeles--.  Pero si han permitido que emplacemos nuestras piezas creo que es porque andan escasos de obuses.

En lo alto de la Bufa los oficiales de artillería federales habían llamado a su comandante, Rubio Navarrete, el mismo que había dirigido el fuego del palacio nacional durante el cuartelazo, y le pasaron un catalejo y le indicaron el grupo de mando que incluía a Villa.

--¡Puta madre!  ¡Es el mismo Villa!  Denles tres andanadas con los de 130, no más.

El centauro se sentía vulnerable.  Sus instintos le indicaban que lo habían identificado.  Se oyó el estallido de tres cañonazos. 

El vuelo de los obuses era cuestión de segundos.  Villa instintivamente se puso de bruces.  Ángeles de inmediato cubrió con su cuerpo a Villa.  El resto de sus oficiales pusieron pecho a tierra.  Mi tío y Fierro se guarecieron junto a la motocicleta.

Los tres obuses cayeron en las inmediaciones del grupo de mando.  Varios oficiales de artillería fueron despanzurrados u horriblemente mutilados.  Dos piezas de 75 acabaron en chatarra.  Villa y el resto se pararon entre una nube de polvo palpándose el cuerpo a ver si les faltaba un miembro.  Por unos momentos tensos los villistas esperaron mas detonaciones desde lo alto de La Bufa.

--¡Jijos! –exclamo mi tío viendo como el sidecar estaba todo perforado por esquirlas de los obuses.  Sin embargo, el motor todavía funcionaba.

--¿Usted los puede alcanzar mi general Ángeles? –rugió Villa.

--No con los 75 pero si con las piezas pesadas, mi general.

--Identificamos seis baterías pesadas, mi general –apunto mi tío indicando en el croquis las posiciones.

--Mi general Villa –sugirió Ángeles—no creo conveniente que usted se exponga aquí arriesgando morir como un subalterno.  Si no nos bombardean otra vez será tan solo porque le escasea el parque y lo que tienen lo quieren usar para apoyar a su infantería.  Respetuosamente le pido que por favor se retire a la retaguardia.

--Entiendo, pero primero debemos de estar todos de acuerdo en cómo y cuándo iniciar este baile, mi general Ángeles.

--El primer escalón para tomar la Bufa es capturar El Cigarrero, allá –indico Fierro--.  Deme a los Bracamontes y a mi gente, mi general, y tomaremos el punto.

--Adelante, mi general Fierro –ordeno Villa sin dudar--.  Ataque usted con su gente y la brigada Bracamontes al caer la tarde.  Usted, mi general Ángeles, haga lo posible para silenciar las baterías pesadas en la Bufa.  Rodolfo, me temo que no te puedo apoyar con caballería.  Los cerros están muy empinados.  Tiene que ser todo con infantería.

--No importa jefe, como que me gusta este aparato y no necesito cuacos.  Quiero llegar montándola hasta la mera cima de La Bufa.  ¿Me acompaña en el sidecar maestro Pavón?

--Yo lo sigo hasta el infierno, mi general –respondió mi tio.

--Con su venia, mi general, voy a ver por mi gente –dijo Fierro saludando a Villa--.  Con su venia, mi general, iniciaremos el avance a las seis en punto.  Ahí le encargo que sus piezas nos cubran, mi general Ángeles.

--Bien, señores, yo me retiro –dijo Villa tornando a su vagón.

Fierro y mi tío se dirigían en la motocicleta rumbo a los vivaques de las brigadas Fierro y Bracamontes.  Fierro volteo a su alrededor para cerciorarse que Villa ya no lo veía.  Pero la maquina del tren de Villa ya silbaba llevándose al centauro a la retaguardia donde iba a poder dirigir la batalla sin estar expuesto al fuego enemigo.

--Abra el parque maestro –dijo Fierro sonriendo.

Mi tío saco del fondo del sidecar dos botellas de sotol y las abrió

--También tengo coñac del bueno mi general más un chingo de mezcal.

--Guarda el coñac para brindar cuando tomemos La Bufa, Pavón.  El mezcal lo usaremos una vez que empiece el baile.

--Si, ¡en La Bufa! –dijeron ambos tomando a pico de las botellas.