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Cerro de la Bufa |
XXVIII
Las Murallas de Troya
Mientras mi tío y Fierro se ayudaban a
levantar. Un obús de Rubio Navarrete había
estallado cerca y la motocicleta era ya pura chatarra y todas las botellas
estaban rotas.
--¡No chingues Pavón! ¡Los pelones nos chingaron las botellas!
--¡Eso es un crimen de guerra, mi
general! Pero mire, aquí tengo todavía sotol
en esta cantimplora.
Luego mi tío se percato que Fierro
estaba bañado en sangre.
--¡Mi general! ¡Usted está herido!
--Me vale. Esta bueno el sotol –contesto Fierro tomando
de la cantimplora--. Mientras no se me
salga el sotol por un hoyo me importa una chingada.
Mi tío le logro poner una venda en el
costado a Fierro. Luego los dos
comenzaron a subir otra vez el cigarrero entre los gritos y vivas de las
brigadas Fierro y Bracamontes. El fuego
de los chamulas todavía seguía y Rubio Navarrete disparaba sus últimos obuses.
En eso una ráfaga de ametralladora casi
mata a mi tío y vuelve a herir seriamente a Fierro, el cual a duras penas se seguía
sosteniendo en pie.
--¡Cuidado mi general! –grito mi tío poniéndose
pecho a tierra.
--¡La bruja de Mapimi me vaticino que yo
no moriré de un plomazo de los pelones! –se rio Fierro--. Levántate Pavón, que ya casi llegamos a las
trincheras federales.
--¡Mi general! –exclamo un subalterno a
Ángeles pasándole un catalejo y apuntando al Cigarrero--. La infantería esta en las trincheras
federales del Cigarrero.
--Detengan el fuego –ordeno Ángeles--. El nuevo blanco es la Bufa.
Como para asegurar que Toribio se
acabara de morir tal vez el ultimo obús de la artillería de Ángeles le dio de
lleno al sargento despedazándolo a el y a la ametralladora. Arevalo y yo acabamos cubiertos con pedazo de
carne y sangre del sargento.
--¿Dónde esta el sargento Toribio? –rugió
Cervantes.
El brigadier sostenía a su “mujer”, el
teniente Zamudio, el cual trataba de mantener sus intestinos dentro del vientre
y no tropezarse con ellos.
--Ha muerto, mi general, y la
ametralladora ya se chingo –respondió Arevalo.
--Sea –respondió Cervantes--. Ustedes dos, llévense al teniente a un
hospital de sangre.
Luego Cervantes le apretó la mano a
Zamudio y le murmuro: “te buscare”.
Le reconozco a Cervantes que luego se
encamino a la cima del Cigarrero donde la gritería era tremenda pues se luchaba
cuerpo a cuerpo. No solo era puto sino también
un hijo de la gran puta, pero tenía huevos.
Nos quedamos yo y Arevalo llevando a
Zamudio a la retaguardia. Luego Arevalo
y yo nos vimos fijamente. Sabíamos lo
que teníamos que hacer. Era nuestra oportunidad
de pelarnos. Sin más, aventamos al
teniente en una cuneta. No deje que
Arevalo lo matara ahí mismo. Fue la
primera vez que mate a un hombre a sangre fría.
Y no, no tuve dudas al hacerlo.
Si había muerto Toribio que era como un padre para mí, ¿porque iba a
permitir que viviera la “mujer” del hideputa de Cervantes? Le di un plomazo en la sien al teniente mientras
este me veía con horror y odio.
Villa mientras estaba furibundo. Las bajas en las brigadas Fierro y
Bracamontes eran tremendas. Estaban
diezmados.
--La Fierro y la Bracamontes tomaron el
Cigarrero, pero no podrán tomar la Bufa con lo que les queda de gente –le indico
Madinaveitia, su jefe de estado mayor a Villa apuntando al mapa--. Los tendremos que reforzar.
--Entiendo –respondió Villa--. Mueven mi escolta, los dorados, al
frente.
--Mi general –continuo Madinaveitia
leyendo un parte que acababa de bajar del Cigarrero y estaba mojado de sangre--,
me indican que el general Fierro está mal herido.
--¡Que se baje el cabrón!
--No quiere, mi general. Esta arengando a su gente para irse sobre la
Bufa.
--¡Ni madres! ¡Ya lo conozco! ¡Esa es puntada de borracho! Bájenlo a punta de pistola si se
necesita. ¡El que se lo va a tronar, por
borracho, seré yo! ¡Bájenlo
carajos! ¡Es una orden puta madre!
Mi tío apenas se sostenía en pie, no
por estar herido, que no lo estaba, sino por la cantidad de alcohol que había tomado.
--¿Dónde esta Fierro? –le pregunto un
mayor de Dorados.
--Mas allá –indico mi tío--. Esta reorganizando a su gente.
Ahora que el Cigarrero había caído y la
artillería no llovía en el cerro, el vozarrón de Fierro se oía clarito en todo
el cerro.
¿Dónde andas Argumedo?
Tú que nunca tienes miedo
¿Dónde están tus colorados?
Esos sí que son soldados
Vámonos tu y yo matándonos
Vámonos la vida quitándonos
Si me llevas tu por delante
Yo te mato aun sangrante
En la Bufa, troyanas murallas,
Terminaran nuestras batallas
Vamos a bailar con la catrina
Y ansina nuestro odio termina
Mi tío sacudió la cabeza.
--Puta madre. Me recuerda a Aquiles buscando a Héctor. Y no tengo ni un pinche lápiz o papel para
escribirlo. Y ansina de borracho como
estoy no creo que lo recordare.
--¡A ver, cabrones, sígannos! --ordeno un oficial de los Dorados.
Lo que quedaba de la Fierro y la
Bracamontes se alineo y los siguió.
Mientras, a Fierro le había dado un culatazo para que se callara y solo así
lo pudieran bajar en camilla.
Arevalo y yo mientras tanto estábamos ya
al pie de la Bufa. Íbamos bordeando el
pie del cerro tratando que no nos vieran tanto los pelones como los villistas.
--Si logramos llegar al pueblote ahí nos
esconderemos Manuel.
--¿Nos rendiremos a los villistas?
--Robaremos algo de ropa de civil. Los villistas van a fusilar un carajal de
pelones, tenlo por seguro, pues les hicimos muchas bajas.
Tal era el plan y tal vez hubiera
funcionado si la artillería villista no hubiera empezado a rociar todo el cerro
de la Bufa.
Mientras tanto en lo alto de la Bufa,
la artillería de Rubio Navarrete disparaba sus últimos obuses.
--Ese arroz ya se coció –les indico
Rubio Navarrete a sus oficiales--. Si
pueden, destruyan las piezas. Pero yo
les aconsejo que mejor busquen pelarse como puedan. La artillería cumplió con su deber y no tiene
de nada de qué avergonzarse.
Los oficiales le saludaron. Rubio Navarrete también se preparó para huir,
pero se detuvo a contemplar las piezas ahora mudas de sus cañones e igual a la infantería
federal, gente de leva que casi no había comido, y que ahora esperaba atrincherados
y, con el fatalismo de indios, el asalto de los villistas. El viejo ejercito federal, el de don
Porfirio, el que había heredado las glorias de la Reforma, pero que había manchado
su honor haciendo genocidios de yaquis y otras etnias y que había apoyado al
viejo dictador, fenecía.
--Ya era tiempo –murmuro Rubio
Navarrete.
Yo ni oí el obús que nos cayo
cerca. Cuando volví en mí, no vide a
Arevalo. Intente incorporarme, pero un
dolor en una pierna me hizo volver a caer.
Supe entonces que estaba herido.
Luego vide a los dorados a mi
alrededor. Iban encabezando a lo que
quedaba de la Fierro y la Bracamontes.
Los villistas remataban a los heridos sin misericordia. Trate de hacerme pasar por muerto, pero ahora
tal era el dolor que sentía que no podía evitar temblar y retorcerme.
--¿Dónde (jic) andas (jic)
Argumedo? --oí clarito la voz
estropajosa de un borracho que extrañamente se me hacía familiar.
--¡No me mate! ¡Por el amor de Dios no me mate! ¡Soy gente de leva! ¡Estoy herido!
--Pos (jic) ni modo. Si fuiste tan pendejo de que te levantaran de
leva pos ahora te jodes –contesto el borracho.
El tipo saco una fusca y apunto. Pero estaba tan borracho que, aunque me
disparo tres veces no me dio. Entonces reconocí
plenamente la voz.
--¡Soy Manuel! ¡Manuel Pavón! ¡Tío!
--¡Ah cabrón! ¿Manuel?
¿Qué puta madre haces aquí muchacho pendejo? --como que a mi tío se le bajo de súbito el
pedo y me abrazo y luego empezó a revisar mi herida y empezó a llamar a un
camillero.
--No te preocupes, muchacho, no te vas
a morir.
--¿No?
--No creo. Tenemos buenos carniceros en la División del
Norte. Probablemente te mochen la pata nada
más.
--¡Santo Dios! —
--Luego te pondrán unas yerbas de
cataplasma y te va a volver a crecer. Te
digo que tenemos médicos chingones en la división del norte.
--¿Por qué toma ese prisionero? –pregunto
un coronel de los Dorados que ya había sacado su fusca y me apuntaba.
--Es…es…de comunicaciones y estaba en
el staff del general federal que mandaba en el Cigarrero…lo tenemos que
interrogar. La orden me la dio Villa
mismo, el jefe quería que buscara pelones para interrogar entre los heridos.
--Bien, pero asegúrese de fusilarlo después.
--¡Por supuesto mi coronel!
Me pusieron en una camilla y así me
bajaron de la Bufa. Mi tío marchaba (o más
bien trastabillaba) a mi lado. Y en
cierto momento me dio tal tufo de borracho que casi vomito.
--¿Está usted borracho, tío?
--Lo estaría más si la artillería de
los pelones no hubiese cometido un crimen de guerra destruyendo las botellas
que traíamos en la moto.
--No entiendo.
--Es una larga historia, Manuel, que
incluye montarme en una moto con el diablo y tratar de llegar en ella a la cima
de la Bufa. Luego te la cuento, Manuel. Además, agradece que así borracho como estoy,
tanto que ni puedo recordar unas tristes rimas, pues probablemente me olvidare
de hacerte fusilar.
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